A hedonismo, a fiesta con lo ajeno, a pasajera alegría, a ocultamiento de tragedia. A eso suena Caracas.

Los organizadores de cualquier templete, protesta moralizante o alharacas ideologizantes con pretendido afán por realzar lo «nuestro venezolano», arremeten contra su gentileza de antaño y la poca que le queda; la Odalisca sufre los embates que le propina la peste que la odia; ya no es sucursal de nada que no sea la desidia, la mala intención, del afán de destrucción y del olvido de quienes dicen quererla.

Son los mismos que cargan sus alcancías como bolsillos; sueñan solo con el erario y en el corazón les parpadea el signo monetario de la infamia y del delito. Es el bonche circense que pretende ocultar la triste realidad que padecemos.

La peste chavista -como se ve- no dejará de poner mortales zancadillas ni de ofrecer en las mesas sus tragos de cicuta. Insisto, en Caracas suenan los bolsillos de los bolichoros, mientras sigue recorriendo el país el hilo sangrante de la tan violada carta magna, que por obra del chavismo, la pobre no podrá parir más. Hoy atacan con ferocidad el proceso de primarias de la unidad opositora y democrática venezolana, no hallan qué hacer para impedir ese proceso democrático, libre y autogestionado que busca una candidatura única para enfrentar al régimen en los próximos comicios electorales.

Ahora mismo –aunque no es sorpresivo el anuncio- vemos las declaraciones de la cuerda de gandules, impresentables alacranes torpedeando la unidad opositora. Fieles a su eslogan y obcecado esquema, todos los poderes al servicio del régimen, se expresan, manifiestan y aprueban en favor de este. Nunca mejor dicho.

Ese, entre otros tantos desmanes gobierneros, no pueden taparse con verbenas revolucionarias en un país sumido en la miseria ni con saraos que buscan seguir comprando sueños y conciencias. Eso es el chavismo, esa otra metáfora de la pobreza.

Estos delincuentes venales olvidan acaso, que el mediocre golpista juró ante la constitución de 1961, calificándola de “moribunda”. Conviene poner de bulto que aquí no hay nada ni nadie que amenace más la constitucionalidad, y con ello la paz y la salud del país, que la propia peste chavista.

Si algún sonido debe escuchar Venezuela lo más pronto posible, debe ser quizás el del Himno cantado en las escuelas bajo el signo de la libertad y de la democracia que la sustente. Voces cantarinas y elocuentes entonando nuevas melodías que describan el adiós a esta pesadilla que destruye al país y nos digan cuán felices podemos ser.

Yo quiero –como muchos- mudarme a un mejor país, pero en el mismo sitio. Ese país mejor al cual tenemos razones de aspirar y derecho de aspirar.

De allí tal vez la razón de estos dedos echando tinta, no sé de qué color, sé que escriben, vibran y cantan, a veces sin melodía, a veces con sonora vaciedad. Pero en todo caso, que estas palabras sirvan para algo: despierten inquietudes, siembren algunas reflexiones o afloren en iniciativas hacia la solución de problemas tan complejos que hoy padece nuestro país.

Como Caracas, toda Venezuela sufre las marginaciones y carencias, el drama diario de las asimetrías sociales, en fin, el desastre encarnado en un mal gobierno, pésimo, la continuación de aquella tragedia que en mala hora instauró el desquiciado militarista. Aún así, quiero seguir creyendo que hoy somos mayoría, somos más los que queremos salir de las cavernas de la peste roja y evitar que nos sigan llevando hacia el abismo.

Aunque cuchillos dominen el paisaje, alguna flor habrá nacido hoy en los jardines ocultos del alma. Que se imponga la sinfonía del corazón a ese eco perenne de sirenas, de disparos a lo lejos y a lo cerca. Que desaparezca la triste geografía en que se nos ha convertido la cotidianidad.

Caracas, queremos que nos suenes a dulce melodía, a gracia de ciudad querida y vivible, porque aunque dicen que muerdes, también te ofreces amable para la esperanza y tan oronda para los placeres.


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