Suele decirse que el socialismo es la vía más larga para llegar al capitalismo. Lo prueban países como Rusia que, después de ser el ícono del comunismo global, tuvo que acomodarse a una economía más compatible con sus vecinos europeos, aun cuando su sistema político quedara atrás en dictadura y politburós.

Mejor ejemplo es China, bajo la visionaria guía de Deng Xiaoping hacia 1978, y su «socialismo con características chinas» y una «economía  socialista de mercado». Sin un  ápice de pluralidad o libertad política, los chinos llevaron adelante un modelo de «libre mercado controlado» que los convirtió en una potencia mundial comercial basados en mano de obra barata.

Más pronto que tarde, millares de empresas occidentales mudaron parte o toda su manufactura hacia el gigante amarillo, por sus increíbles ventajas de costos de producción. Señala el Banco Mundial:

Desde que China comenzó a abrirse y reformar su economía en 1978, el crecimiento del PIB ha promediado más de 9% anual y más de 800 millones de personas han salido de la pobreza. También ha habido mejoras significativas en el acceso a la salud, la educación y otros servicios durante el mismo período.

Esta apertura la han querido copiar algunos países totalitarios, como Turquía o la Rusia putinista, sin mayores resultados excepto tímidas aperturas. El caso ruso es emblemático: con abundantes recursos naturales, no hay suficiente apertura y libertad para estimular la inversión industrial y comercial, una prueba de lo difícil que resulta emular la experiencia china.

El caso Venezuela

Con el polémico lema «Venezuela se arregló», el régimen de Nicolás Maduro parece emprender un rearreglo económico que va a contracorriente con el socialismo jurásico con el que Hugo Chávez arruinó al país (con una sustancial dosis de corrupción) y que Maduro había seguido hasta el año pasado.

No obstante, la «realpolitik» parece haber tocado la puerta. Con un país que, a finales de 2022, mostró una inflación de 305,7% (aunque, comparado con 2021 (660%), el aumento inflacionario fue la mitad del ocurrido en 2021), según el Observatorio Venezolano de Finanzas (OVF).

En el podcast Del305al310, cuya más reciente edición publicamos en El Político, el periodista Andrés Rojas Jiménez dejó un argumento que aclara bastante la circunstancia:

En marzo de 2019 hubo un apagón y el gobierno se dio cuenta de que la gente no tenía efectivo, no podía usar puntos de venta, había un circulante informal de dólares y debía permitir esa dolarización. Y luego, con las sanciones, el gobierno se ha vuelto más flexible con el sector privado, lo que explica, por un lado, la dolarización y, por otro, menos ataques al sector privado que ha permitido un aire que ha facilitado un sector privado muy relacionado con el comercio.

La realpolitik venezolana

De modo que el régimen chavista, antes atado a la ortodoxia «socialista» (maś putinista que fidelista), tuvo que enfrentar la dura realidad por la cual no hay alternativa al capitalismo, sea muy abierto, condicionado o «socializado». Esto los ha llevado a revertir la política económica jurásica de Hugo Chávez, que arruinó al país, ayudado por una grotesca corrupción, y pensar en un modelo mixto que deje al libre mercado exponer su magia sin que parezca que han capitulado al capitalismo.

Pero lo que está a la vista no requiere muchas explicaciones. El modelo fidelista es una receta de fracaso económico, aunque garantice control político y social. Una apertura económica, con garantías a quienes inviertan (nada fácil pero no imposible), puede enderezar con un mercado más libre lo que fue un disparate socialista cuyo fracaso está a la vista.

Veamos cuán pragmático puede ser el régimen de Maduro y hasta cuándo puede extender esa visión lúcida, al fin, de una economía más libre y más efectiva.


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