La reflexión sobre las características y destino del capitalismo democrático frente al crecimiento del capitalismo autoritario chino viene ocupando, desde hace ya tiempo, a pensadores e historiadores. El tema se aviva ahora con la celebración de los cien años del Partido Comunista Chino, el más poderoso del mundo.

Hoy bajo el control de Xi Jinping, en el poder desde 2012, el partido tiene más influencia geopolítica y poder económico que nunca. La represión de la disidencia ha corrido paralela con el control absoluto no solo de la política sino de la economía, las fuerzas armadas y las comunicaciones. Para Xi, expresión de una dinastía y con más títulos que nadie desde Mao, su máxima prioridad es asegurarse de que el partido sea lo suficientemente fuerte como para gobernar otro siglo.

Marcado por el autoritarismo, el Partido Comunista Chino ha desarrollado una élite gobernante cerrada, casi hereditaria, formada en las universidades, estrictamente controlada y exclusivista, expresión de lo que podría entenderse como un modelo comunista meritocrático, capaz de asegurar no solo el avance profesional en la política sino también en los negocios. El peso del partido en los negocios autoalimenta esa confusión por la cual partido y gobierno terminan por ser una sola cosa.

Es ese mismo autoritarismo el que consagra el culto a la personalidad hasta la idolatría y la obediencia ciega. El mismo autoritarismo que termina en la negación de toda posibilidad de crítica y autocrítica. Por principio las autocracias no dejan lugar al cambio. En esa negación está, sin embargo, la explicación de su fin. Terminan por implosionar.

Una de las fortalezas del sistema democrático es, por el contario, la capacidad para revisarse a sí mismo y para admitir sus debilidades. Solo a modo de referencia cabe citar algunas afirmaciones recogidas en el trigésimo sexto taller de verano del Grupo de Estrategia de Aspen ASG reunido en agosto de 2020. Allí se trataron los múltiples desafíos de seguridad nacional que enfrenta Estados Unidos: raza, democracia y divisiones políticas, el futuro de las relaciones entre Estados Unidos y China, la economía global y prioridades de política exterior para 2021. “Nos enfrentamos ahora a tiempos inciertos y precarios” reconocen los participantes en el grupo dirigido por Joseph S. Nye, Jr. y Condoleezza Rice. “Luchamos con la forma de abordar los problemas sistémicos generales para arreglar lo que está roto en nuestras instituciones y promover la justicia y la igualdad”, “Estados Unidos nació con contradicciones, proclamando los valores de la libertad y la autodeterminación mientras practicaba la esclavitud. Tendemos a caracterizar la historia de Estados Unidos como una de progreso constante o una de atrocidades constantes” admite, por ejemplo, el Dr. Lepero, en claro ejemplo de autocrítica.

Una de las conclusiones apunta al paso más importante que puede dar Estados Unidos para competir con China: poner su propia casa en orden. “Demostrar que podemos hacer frente de manera creíble a la injusticia racial, la polarización política y la desigualdad de ingresos es necesario para restaurar la fe de la comunidad internacional en nuestros valores y liderazgo. También debemos permanecer vigilantes en la gestión del ascenso de China, el cambio climático, el asalto global a la democracia, la amenaza constante del terrorismo, y nuestras tensas relaciones con Rusia, Irán y Corea del Norte”.

Los desafíos de la relación con China, calificada de crítica, abarcan varios componentes clave de la seguridad nacional, incluida la innovación tecnológica, la capacidad militar y el comercio mundial. Como establece Joe Mie “es crucial que Estados Unidos reconstruya nuestra confianza y evitemos sobrestimar las fortalezas de China y subestimar las nuestras”.

La posibilidad de revisarse, de corregir el rumbo, de mejorar, caracteriza el modelo de capitalismo democrático. Representa la alternativa para crecer en libertad. El autoritarismo termina, a la postre, con la destrucción.

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