El muy sabido canje de dos reos de la justicia ordinaria por varios prisioneros políticos de nacionalidad estadounidense sugiere un significativo aumento del puntaje demócrata frente a cualquier doméstica eventualidad electoral, a la que vez que confunde a la opinión pública opositora venezolana que espera de sus dirigentes una respuesta a la coyuntura. Esta, por cierto, no cambia la naturaleza y los alcances de una confrontación que tiene  otros escenarios estelares, allende las fronteras, pero seguramente generará una profunda preocupación al interior del apparátchik usurpador: solo prevalecen las más cercanas relaciones de consaguinidad y de afinidad para un único y exclusivo negociador que pudiera diligenciar su propia salvación, porque compartir la misma militancia partidista y las tareas del Estado no suscita el parentesco que la emoción proselitista evoca.

En los días que cursan, suponemos que los cuadros conductores de la oposición organizada, discutirán el asunto intentando despejarlo en términos estratégicos, presionados por la demanda ciudadana de una mayor determinación, resolución y eficacia. A la par, el oficialismo propulsará una contracampaña procurando extremar la desmoralización de los adversarios, no sólo con la ayuda de los ya tradicionales colaboradores de alta tarifa, en términos políticos y comerciales, sino de aquellos que igualmente les prestan un inmenso servicio como vituperadores de aire, mar y tierra.

Tomada la tragedia venezolana como un vulgar pleito de vecindario, jamás se refieren a los prohombres del poder establecido, sino a quienes arriesgan literalmente su integridad física, oponiéndosele. Estos reciben un directo, miserable y continuo ataque personal de quienes hacen del denuesto el culto propio de una secta digital y hasta satánica que no tiene otra razón en la vida, que destruir al que suponen que les alborota los traumas no resueltos de una infeliz infancia.

En más de una oportunidad, el suscrito ha solicitado una rendición institucional de cuentas al interinato, por ejemplo, pero ello no ha significado el intento gratuito, político y moral de demolición de quien lo encabeza, obviando la existencia misma del régimen socialista. El contraste es evidente respecto a los que han hecho del denuesto contra Juan Guaidó y el resto de la oposición un modo de vida, sin rozar siquiera por equivocación el nombre de Maduro Moros y sus acólitos.

Por supuesto que hay una crisis de la política y del modo de concebirla, hacerla y pensarla también fruto de esta intensa pasión por desvenezolanizarnos en más de veinte años, tratando de forzar nuestra definitiva incorporación a las huestes obscurantistas y antioccidentales. Empero ya no se trata de esa crisis que resulta peor que la del país que perdió hasta el modo de andar en la Guayana Esequiba al finalizar el siglo XIX, sino de una intensa y extensa buhonería política que prefiere la cosmética al fundamental tratamiento de los problemas del país, levantada a punta de bytes desde la comodidad hogareña.

En lugar de la crítica sobria, sensata, convincente y persistente, orientada hacia la articulación política y el arraigo social, susceptible de movilizar a la ciudadanía, hay una siembra del desconcierto, la desconfianza, turbados por circunstanciales ambiciones personales que quedan al desnudo. En algunos casos, ambicionan pasar de vituperadores a delatores, ya que, presumiendo siempre como tarifados a los demás, no logran sindicalizarse y exigir, o estar en condiciones de exigir, los extraordinarios dividendos del alacranato que los saque de ese anonimato que valor alguno agrega, en lugar del puñado de dólares de baja denominación que directa o indirectamente les llega por los servicios prestados.

El consabido caso del intercambio de prisioneros, obviamente, no entretendrá a los vituperadores de las redes digitales, salvo la utilidad que pueda dispensarle para el feroz ataque de quienes desean hacer culpables de sus desgraciadas limitaciones para la vida política. Seguirán en la buhonería, aspirando a soplar muy fuerte para hinchar las velas de sus bastardas apetencias.

@luisbarraganj


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