Creemos que el camino se alarga, serpentea o sigue recto solo en nuestra imaginación y por él avanzamos desafiando la densa niebla de las pesadillas o nos adentramos jubilosos en los radiantes amaneceres acariciados por los primeros rayos del sol. Pero la verdad es que el camino que nos ve andar con alegría o con pesadumbre existe, tiene presencia y corporeidad; no es frágil fantasía sino certidumbre de la aventura que emprendemos al no mas abrir la puerta que se abre a la prodigiosa o decepcionante aventura que nos aguarda en la próxima curva.

Todo camino es tierra hollada para que podamos transitar por ella y el tránsito alude al desplazamiento, a los viajes, al andar lento o presuroso o al estar de paso: el “¡Sic Transit Gloria Mundi!” (¡Así pasa la Gloria del Mundo!) que escucha el Papa cuando es elegido. Una manera de recordarle la brevedad de su respetado y a veces criticado magisterio. Lo vi montado en su papamóvil desplazándose entre la multitud que lo vitoreaba en la inmensa plaza vaticana: ¡E viva il Papa! ¡E viva il Papa!, mientras el cardenal por el altavoz reiteraba tres veces la célebre frase que sentenciaba la fugacidad de su desempeño como pastor de la Iglesia y del difícil camino que iniciaba.

Cuando con débil energía, dudas y tropiezos empezamos la marcha avanzamos a duras penas. Algunos, exageradamente jóvenes se obstinan en seguir por el único camino que conocen sin saber aun si es ruidoso, o si por el contrario cultiva la música del silencio o si hay obstáculos o facilidades, pero al poco tiempo las piernas adquieren firmeza y la mente mayor espacio para los pensamientos y cavilaciones y nos percatamos y aceptamos que, realmente, estamos en el camino y no contamos los pasos sino que corremos como animales de las espesuras sin mirar hacia ninguna parte, impetuosos; pudiera decirse: atolondrados, y caemos en trampas y ajenas maquinaciones y engaños políticos o creemos movernos en un camino verdadero. (Los cínicos hablan de una enfermedad llamada juventud, que afortunadamente tiene cura y se refieren al sarampión del comunismo que atormenta o ha atormentado a numerosos jóvenes, militantes o “compañeros de  camino” (¡fui uno de ellos!), y a muchos países víctimas de la impostura populista. Y, ansiosos, (¡no me incluyo!) terminan haciendo inmorales tratos con el dinero y se aventuran, es de suponer, en oscuros contubernios.

Mas tarde, ya avanzado el recorrido a que nos obliga la misteriosa aventura de vivir, contamos los pasos, caminamos con cautela, nos volvemos recelosos, y nos mantenemos en permanente acecho: unos marcando el camino que lleva hacia Miraflores; otros, buscando en el mapa de Caracas donde están instaladas las dependencias oficiales que despiden buenos olores de provecho y nosotros, ofendidos y humillados por el poder ilegítimo y autoritario, buscamos sin encontrar salidas honorables que nos permitan extirpar el escarnio y todos nos miramos en el espejo. Algunos quisieran ver su pecho cruzado por la banda tricolor y sentirse mediocres amos del mundo; otros, atesorando dinero aferrados a la ilegalidad del poder. Somos muchos los que nos vemos tal como somos y nuestro mejor orgullo es habernos hecho a fuerza de empeños y tenacidades, rodeados solo de valiosos objetos familiares; sin andar presuntuoso y sin aparentar dignidad y decoro porque no necesitamos hacerlo.

Los países también están obligados a recorrer sus caminos llevados de las riendas por algún jinete amable y experto y en el peor de los casos, artero, mediocre e insolente, de bigotes ásperos e intolerantes.

Los actuales caminos políticos venezolanos arbitrariamente bolivarianos son vías erizadas de equivocaciones y menosprecio que alteran la paz y la tranquilidad del país. Nos vigilan militares y despiadados civiles con espíritu castrense; delincuentes, no políticos, que cierran las ventanas del país, buscan la manera de impedir que nuevos libros alimenten mi biblioteca, asfixian a las universidades y maltratan a las ciudades privándolas de agua y luz, afeando sus calles y plantando soledad en sus plazas y avenidas. Asediándonos con hambrunas y negando ayudas humanitarias.

Son caminos por donde pasan jactanciosos los matones del barrio armados por el propio régimen y guardias nacionales de mente criminal, perturbadores e impresentables.

Los jinetes, igualmente satisfechos, orgullosos de su prepotencia y  mostrando el uniforme militar, ejercen acciones políticas sin soltar las riendas y sosteniendo al mismo tiempo el fusil para señalar que son militares y para mostrar la perversidad de su naturaleza. Pero no son verdaderos militares. Solo son militares de cuartel porque jamás han presenciado, ni de lejos, una refriega sin importancia de las que, estamos seguros, saldrían huyendo con gran ligereza.

Se hace camino al andar, dijo el poeta que enseñaba francés en Soria y sentía que en su infancia dominaban los aromas de los patios sevillanos. El camino será torcido y lleno de perniciosas acechanzas si el que lo va haciendo se nutre de malignidades y persigue a sus presuntos enemigos, y será un camino limpio y arbolado si el que lo va trazando al andar siente que por sus venas navega la alegría de vivir. Sufro las accidentadas vueltas y revueltas del penoso y negligente camino venezolano, sus pavorosas fallas de borde, la erosión que socava a todas las regiones del país, la impericia del conductor del vehículo que me traslada y el profundo precipicio en el que estoy cayendo desde hace algunos años.


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