En mi anterior artículo, argumenté que la resiliencia del régimen chavista, a pesar de su desastrosa gestión de gobierno y la consecuente pérdida de apoyo popular, se debía principalmente a la conjunción de sus aciertos en su transición de un sistema hegemónico con creciente déficit democrático  a uno de dominación pura y dura francamente dictatorial cuando se hizo necesario e inaplazable para conservar el poder; también a las carencias estructurales, deficiencias, errores de las fuerzas democráticas que se le oponen tanto endógenas como exógenas.

A lo anterior hay que sumar una coyuntura internacional marcada por la pandemia, sus efectos y consecuencias que obliga a los Estados a concentrarse en atender sus asuntos internos en detrimento de la cooperación internacional; coyuntura propicia y caldo de cultivo favorable para los autoritarismos de diverso signo. En nuestro caso ha aumentado el control del Estado de la vida cotidiana de la ciudadanía e inhibido las posibilidades de revertir el reflujo preexistente de la protesta y la movilización ciudadana contra el gobierno.

Lo real y evidente es que el régimen domina y controla la situación, escenario que posterga sine die, en el mejor de los casos,  el cambio político, requisito indispensable para que las otros ámbitos de la crisis humanitaria severa puedan abordarse con posibilidades de reversión y resolución.

Si la situación actual se consolida y las fuerzas democráticas pierden la guerra, el futuro de Venezuela es terminar de convertirse en la Cuba del siglo XXI: una sociedad estructuralmente carenciada y de espalda a los avances espirituales, materiales de la civilización y la modernidad: libertad, progreso, justicia y solidaridad.

El reto histórico de los venezolanos, las fuerzas políticas y sociales democráticas, la sociedad civil organizada es resistir e impedir que tan nefasto escenario se materialice. La comunidad internacional democrática no es ajena al reto mencionado por las consecuencias políticas, de seguridad nacional, gobernanza y gobernabilidad que supone para sus componentes tal escenario; aunque pareciera que sectores de la misma no terminan de calibrarlo en su exacta dimensión.

El cumplimiento a cabalidad del desafío referido supone para las fuerzas democráticas la superación de las carencias, deficiencias y errores cometidos desde el año 2016. Incrementar de forma gradual y significativa sus capacidades políticas, organizativas y comunicacionales para  aprovechar las debilidades del régimen: la conversión de su condición de proyecto político socialmente mayoritario en minoritario, su dependencia de la fuerza y la arbitrariedad para sostenerse en el poder, la manifiesta incapacidad de enfrentar y superar positivamente la crisis humanitaria severa, el rechazo de la comunidad internacional democrática.

Las fuerzas democráticas deben revertir su incapacidad para construir una amplia, sólida y sustentable coalición de fuerzas y sectores efectivamente disidentes y opuestos al régimen, capacitada para adoptar y ejecutar una política , estrategia y tácticas asertivas en función del objetivo planteado, desechar el inmediatismo y el voluntarismo en su discurso y acción, adaptar sus estructuras orgánicas al entorno dictatorial, construir un discurso en el cual lo social y lo político se combinen como algo natural e interdependiente, actuar de forma consensuada y coordinada (en lo posible) con la comunidad internacional democrática.

Lograr la salida del chavismo del poder no es fácil, porque en su sostenimiento concurren  poderes e intereses fácticos tanto endógenos como exógenos, estatales y no estatales decididos a mantener los beneficios geopolíticos, ideológicos y materiales que les brinda la existencia del régimen chavista.

En definitiva, se trata de entender, como muy bien lo escribió el profesor Luis A. Buttó, que “la lucha política en democracia es sustancialmente distinta a la lucha política por la democracia”.


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