Como podría haberlo escrito Marx, un fantasma recorre el mundo, el fantasma del cambio climático. Desde hace algún tiempo se viene hablando, por tanto, de revisar de pies a cabeza el modelo que nos ha traído hasta acá, en el que, como dijo en el año 1620 el filósofo inglés Francis Bacon, debía entenderse a la naturaleza como una “ramera colectiva” y proponía “sacudirla hasta sus cimientos” con el fin de “expandir los límites del imperio humano hasta hacer realidad todas sus posibilidades”. De estos lodos nos vienen, así pues, estos polvos climáticos, en virtud de una lógica productiva que ha prevalecido hasta nuestros días.

Modificación biomédica de las personas

Por pura casualidad, tope con un artículo que ha causado algún revuelo en los medios científicos.  Se trata de “Cambio climático e ingeniería humana”, escrito por S. Matthew Liao, filósofo y profesor del Centro de Bioética de la Universidad de Nueva York, Estados Unidos, y Anders Sandberg, doctor en neurociencias e investigador en el Instituto para el Futuro de la Humanidad en la Universidad de Oxford, Inglaterra, quienes plantean, dicho en pocas palabras, que el cambio de la biología humana podría ser un elemento determinante en el tratamiento de los graves problemas ambientales que aquejan al planeta. En este sentido muestran algunas propuestas, a título de ejemplo. En una de ellas señalan que si el consumo de carne es responsable de más de 18% de las emisiones de gases de efecto invernadero, podría provocarse científicamente el rechazo a este alimento y así no habría necesidad de tener espacios deforestados para la cría de ganado. En otra indican que, tomando en cuenta que la masa corporal humana necesita demasiada energía para funcionar, podrían reducirse los cuerpos en 25%, lo que sería una efectiva medida de ahorro. Y en una tercera, señalan que el rediseño de la capacidad visual serviría para disminuir la demanda de iluminación.

Estaríamos, pues, ante una alternativa científica para combatir el cambio climático que plantea adaptarnos mejor y más rápido como especie a los efectos de la alteración de los procesos naturales provocada por la actividad productiva.

Ciencia ¿ficción?

Como resulta fácil de imaginar, el texto que vengo comentando ha generado polémicas. En términos éticos el problema no es, ciertamente, nada menor, como lo expresan diversos filósofos dedicados a la bioética, al preguntarse bajo qué autoridad, detrás de qué principios y con qué riesgos podrían los científicos delimitar cuáles serían las necesidades de la humanidad ante los posibles cambios climáticos del planeta y rediseñar bajo ese esquema toda la naturaleza humana. Por detrás se encuentra, añaden, “…el sospechoso perfume de viejos proyectos fracasados alrededor del perfeccionamiento genético de la especie”.

Estamos, así pues, frente a un episodio de lo que se ha dado en llamar el transhumanismo, corriente de pensamiento que ha puesto las bases de una discusión de gran trascendencia y de muchas vertientes sobre asuntos que atañen a la esencia de la civilización humana, causando dudas, incertidumbres, así como miedos y esperanzas y dando pie a visiones muy encontradas.

Desde otro punto de vista, entre un buen número de investigadores ha privado la idea de que estamos frente a posiciones desmesuradas que lindan con la ficción. En este sentido, siempre hay que tener presentes los numerosos libros y películas en los que, con el paso de los años, la ciencia tuvo que darle la razón a la ficción. Dicho sea de paso, acabo de leer en un artículo de Luis Germàn Rodriguez, profesor de la UCV, que “… no es ciencia ficción un escenario donde dentro de 10 a 20 años lentes de realidad aumentada sean complementados por sensores cerebrales que permitan a los GT captar e interpretar información cerebral. Con el subconsciente de los usuarios-productos al alcance del mundo del negocio, las consecuencias éticas serán colosales”.  Lo cito porque en estas cosas hay cada vez menos lugar para el asombro, como veremos en las próximas líneas.

“Fábricas celulares”

A propósito de las últimas líneas, resulta importante mencionar que están asomando las llamadas “fábricas celulares” que permiten producir leche que no proviene de ningún animal o carnes que no provienen del pollo, de la vaca o del cochino. La extracción de unas pocas células de cualquier animal basta para el cultivo de estas en laboratorio, dando lugar a un producto alimenticio final en el que se obvia al animal mismo. Esta tecnología que ya resulta científicamente viable, seguirá avanzando hasta convertirse en comercialmente viable. Más allá del “ahorro” mismo de animales que ella conlleva, implicará también un ahorro de 95% en el uso de agua, de 98% en el uso de tierra y de 45% en el uso de energía, generando a la vez 95% menos de gases de efecto invernadero, de acuerdo con informes científicos elaborados por Peter Diamandis y T. X. Hammes, hace alrededor de tres años, citados en un artículo de Alfredo Toro Hardy.

Dice Stiglitz

En fin, hay quienes sostienen que estamos ante unas ideas que, vía la ingeniería genética, pretenden soslayar la enorme complejidad política del problema ambiental, eludiendo la necesidad de aceptar que la actividad humana se encuentra cada vez más estrechamente vinculada a los ecosistemas biofísicos y quitándole importancia a una reinterpretación del progreso, marcado en un cada vez más urgente viraje civilizatorio.

A propósito de lo anterior, Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, ha venido insistiendo en la necesidad de eliminar el producto interno bruto (PIB) como indicador del desarrollo de los países, alegando, entre otras cosas, que no mide las desigualdades ni los esfuerzos que se realizan con respecto al cambio climático.

Harina de otro costal

Confieso que el texto anterior lo escribí hace dos años, si no me equivoco. Lo hice gracias a una conversación con amigos investigadores, en la que el tema salió a relucir quién sabe cómo ni por qué, dado que estábamos discutiendo de beisbol. La versión expresada en las líneas de arriba tiene varios cambios que lo hacen algo distinto al otro.

Digo esto porque inicialmente pensé referirme a las elecciones parlamentarias. Llegué, incluso, a escribir hasta tres borradores, cuyo destino final fue la papelera, pues los acontecimientos variaban casi en horas y me obligaban a cambiar el hilo de mi argumentación.

Sobre el asunto de los comicios apenas diré, entonces, que espero, no obstante el inicio irregular del proceso, que se lleven a cabo las elecciones, con alta participación y resultados que reflejen fielmente la opinión de los que votaron. Que ojalá sea el comienzo de un nuevo tiempo en Venezuela. Que sea el inició de la recuperación de la política, el momento de acudir a ella para intentar ser un país más cohesionado, que sepa convivir en medio de diferencias y conflictos, que sepa tragarlos y digerirlos y convertirlos en nutrientes democráticos. Que sea capaz de acordar los pactos básicos que le den, a todos sus habitantes, la imprescindible sensación de convivir en una misma sociedad, de ser parte de un nosotros perdurable, ligado a un futuro compartido. Que deje, en fin, de ser la sociedad descosida que ahora somos. Todo esto en beneficio de la gente, pues a fin de cuentas esa es la razón de la política.

 


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