«You live several lives while reading» (WILLIAM STYRON)

En la página de un cómic coreano sale una joven con un libro apretado contra el regazo. Parece enfadada -un poco- con su madre, por lo que leemos en el bocadillo de la viñeta. La respuesta de la joven incluye la interpelación previa de su progenitora cuando le dice: «¡Estoy estudiando una filología, mamá! ¡Leer es estudiar!«. Y claro, ahí nos toca la fibra sensible a quienes hemos estudiado filología, puesto que hay quienes pudieran creer que la lectura no supone una parte de estudio. Para un filólogo lo es. Me gustó leer esa frase y quise saber más de la autora y del cómic. Todavía no he podido leerlo. Sé que se llama Kim Hyun Sook y su novela gráfica Banned Book Club (traducida al español El Club de los Libros Prohibidos).

No es lo mismo leer un texto, un artículo, una novela que estar jugando con el teléfono móvil o ver vídeos en TikTok. El caso es que la frase de la universitaria me hizo pensar una vez más acerca de lo importante que es saber leer y lo agradecido que estoy a la literatura.

Cuando leemos un libro o lo que sea, permanecemos callados tratando de entender la historia -si se trata de una novela, la belleza si recitamos ese verso. Uno no sería nunca el mismo sin letras. Las palabras y los textos nos ayudan a encontrar sentido a los objetos, las ideas, las personas. El lenguaje nos otorga una identidad.

Un libro, sobre todo, una novela puede insuflarte el ánimo que necesitas para seguir vivo. Una sola línea es capaz de darte la razón;una o dos palabras podrían ofrecerte un motivo. La sonrisa ambigua de la literatura confunde al individuo que lee esa línea y no sabe a qué atenerse.

A veces un libro se convierte en el mejor amigo porque te habla a ti solo y se calla cuando necesitas silencio.

Para alivio de muchas conciencias el escritor francés Daniel Pennac redactó un decálogo que enumera los derechos del lector:

1/El derecho a no leer

2/El derecho a saltarnos las páginas

3/El derecho a no terminar un libro

4/El derecho a releer

5/El derecho a leer cualquier cosa

6/El derecho al bovarismo

7/El derecho a leer en cualquier sitio

8/El derecho a hojear

9/El derecho a leer en voz alta

10/El derecho a callarnos

[Derechos del lector. pág 141; Como una novela, DanielPennac (Anagrama) Barcelona, 2013]

Conozco a gente que es incapaz de leer un libro entero. Tengo amigos a quienes la literatura no les atrae en absoluto. Estos consideran los libros una pérdida de tiempo y prefieren dedicarse a otras actividades. También cuento con algún conocido que si falta al punto 3 del decálogo de Pennac lo pasa mal de verdad y se obliga a sí mismo a acabar la tarea.

Leer nos convierte en individuos tolerantes. En principio esta sería la consecuencia más lógica. Si uno muestra disposición para escuchar -leer- con atención a otra persona uno debería ser capaz de «ponerse en el lugar del prójimo» y tratar de comprender. Se da el caso de lectores que descartan de antemano determinadas lecturas o discursos. Creo que se equivocan. Uno ha de escuchar siempre y atreverse a mirar desde otro lado. Lo que se llama buscar otra perspectiva.

Estos días estuve viendo una serie de televisión americana que se desarrollaba en París. En ella una joven veinteañera debe desplazarse de Chicago en Estados Unidos hasta la capital francesa para ocupar un puesto de responsabilidad en una filial de la compañía americana de publicidad. Una vez en Europa, el contraste cultural desborda a la protagonista, Emily Cooper (Lily Collins en la vida real), que poco a poco va acomodándose a la nueva situación.

Cuento esto ahora porque quiero destacar un momento en la historia que me gustó especialmente y me recordó esto que decía antes sobre mirar las cosas desde otra perspectiva. Uno de los personajes secundarios de la historia, Antoine Lambert (William Abadie), que es cliente de peso de la agencia de publicidad en la que se encuentra Emily quiere ayudar al cocinero jefe Gabriel (Lucas Bravo) a hacerse dueño del restaurante Les Deux Compères en el que solía trabajar como empleado. El señor Lambert que ya conoce la destreza de Gabriel en la cocina -y que a su vez, invierte en el negocio del chef, invita a unos amigos a cenar en un renovado Chez Lavaux. Con el menú cerrado, Antoine Lambert se acerca a la cocina y se interesa por el menú. El chef había preparado «callos al estilo de Normandía». A Antoine no le gusta la idea de los callos y le dice que no los lleve, que ponga cualquier otro plato en su lugar.

El chef sirve el primer plato a los comensales. Son callos. El señor Lambert tuerce el gesto. Vamos que pone mala cara, aunque los prueba a pesar de todo.

Vemos cómo este se levanta sin terminar el plato para dirigirse a la cocina donde Gabriel espera la bronca cuando Antoine dice: «los callos…». El cocinero declara que no va a seguir sus indicaciones, pero el otro le felicita por los callos y le reconoce el valor de sus principios.

Posiblemente, este detalle de la historia sea el momento que recuerde yo con más agrado.


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