Danubio

La Danubio fue estrenado el 2 de diciembre en la plataforma del Trasnocho Cultural. Antes pudimos verlo, como corresponsales de prensa, en medio de la campaña de promoción del filme. Ya no es necesario invertir en la producción de un evento para lanzar un largometraje nacional.

La cuarentena ha optimizado recursos y abandonado, por obligación, viejas usanzas que se antojan obsoletas.

Ahora los directores se dedican a afinar sus estrategias de publicidad en línea, mandando los links y las claves de acceso de sus películas a las personas indicadas del medio.

Los críticos hacemos el trabajo de evaluar, reseñar y ponderar los contenidos, desde nuestros lugares de enunciación.

Como la primera persona sigue estando de moda, les echo un cuento personal o un “storytelling”, como le llaman los millennials.

La Universidad Central de Venezuela me inculcó la pasión por el cine documental. Debe ser el ambiente y el contexto de urgencia, la tradición combativa de la Escuela de Comunicación Social, impulsora de descubrir conexiones entre la libertad de expresión y la realidad.

Desde entonces quise dedicarme a la creación de documentales, a principios del siglo XXI.

Casi 20 años después, valoro la experiencia y la aprovecho para saber distinguir la calidad de un largometraje de no ficción, apenas lo visualizo.

Es más, el hecho de disfrutar de un buen documental venezolano me embarga de emoción, acaso como vivir la euforia compartida de una victoria de la Vinotinto fútbol o basket.

Por todo ello, aprecio dos cuestiones inmediatas de La Danubio de Ignacio Castillo Cottin: su calidad estética y su capacidad de brindar una historia edificante, sobre la base de un verdadero emprendimiento, con cinco décadas ininterrumpidas de trabajo, alrededor del eje de una familia de incansables reposteros, panaderos y cultores del ejercicio ciudadano.

Consulto la página web de la pastelería y encuentro una cita apropiada.

“Todo comenzó en 1970, cuando Pal Kerese y su esposa Evelia adquieren un pequeño negocio en la calle Guaicaipuro de Chacao, donde aún funciona la sede principal. El emprendedor Pal era un inmigrante húngaro que había arribado a Venezuela en 1948, huyendo de la Segunda Guerra Mundial. La voluntariosa Evelia provenía de su natal San Cristóbal, estado Táchira, y trabajaba en Caracas desde los 14 años de edad.”

Acierta el amigo y director Ignacio Castillo en reconstruir la admirable gesta de los Kerese, sin poses, entrevistas forzadas o sabores edulcorados.

Era sencillo picarles el quesillo y armarles una torta de cumpleaños.

No obstante, el espectador se llevará la sorpresa de contemplar un genuino retrato de cómo un humilde local pudo traspasar las barreras del tiempo, hasta convertirse en un símbolo de Chacao, tal como lo expresan los referentes intelectuales del filme: Rafael Arráiz Lucca, Víctor Moreno, Ángel Alayón y Luis Carlos Díaz.

Recomiendo atender a sus reflexiones, pero sugiero detenerse con el relato del periodista ciudadano, cuya relación con la Danubio se refrenda a través de un dato concreto de color humano.

A Luis Carlos lo detuvieron injustamente, todavía sigue pagando una condena arbitraria. Cuando le permitieron volver a su casa, en una especie de lamentable prisión domiciliaria dentro del país, la fecha de su cumpleaños estaba próxima. Llamó de inmediato a los Kerese para pedirles permiso de celebrar con sus incondicionales en la pastelería de Chacao. El momento aparece resumido en uno de los tantos pasajes felices que comprenden el anecdotario de la cinta.

De igual modo, comprendemos el vínculo con otros proyectos de responsabilidad social, como el de Alimenta la Solidaridad.

Cada uno de los Kerese ofrece un testimonio diferente de su visión y misión dentro de la obra conjunta.

Las tres generaciones convergen en mostrarse empáticos y optimistas, a pesar de las circunstancias. Cuidan perros, respetan a sus empleados, hablan con franqueza, naturalidad y honestidad, dando la cara.

La misma transparencia abre las puertas de la línea de producción, ubicada en la parte trasera del recinto comercial.

Los artesanos de la masa y el hojaldre evocan sus inicios, sus luchas diarias, su identificación con la marca.

El realizador encuentra el ángulo exacto para extraer voces de personas verosímiles y cercanas, en vez de imágenes acartonadas y guiones memorizados.

La cámara adopta un lenguaje urgente, en ocasiones, imprimiendo dinamismo y acción a la puesta en escena.

Los documentales venezolanos jamás defraudan. Elevan el listón de la industria vernácula y sirven para transitar instantes de crisis.

Soy cliente de la Danubio desde los noventa.

La pieza de Ignacio refuerza el parentesco, inspirándonos a soñar con mercados de futuro, con propuestas en una época difícil y cuesta arriba.

Un regalo anticipado de Navidad para los chicos y chicas que desean combinar la nostalgia con el arte de degustar un menú de excepción.


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