En numerosas mariofanías –revelaciones privadas– la Virgen María pide especialmente que se medite la «Pasión del Señor que está muy olvidada». Así lo pidió en España por ejemplo en San Sebastián de Garabandal (Cantabria), en El Escorial (Madrid) y en Umbe (Bilbao), por citar algunas de entre las contemporáneas más conocidas. En Semana Santa esta petición resulta particularmente exigente, lo que es facilitado por la liturgia de la misa de cada día que está centrada en las jornadas de la Pasión de Jesucristo. Asimismo, las procesiones son un instrumento de gran importancia para dar a conocer y contribuir a difundir la devoción de la Pasión entre los fieles en nuestro país y en el mundo hispánico evangelizado con estas tradiciones, expresión de la devoción popular española. El Evangelio de ayer, narra el episodio de cuando Jesús es invitado con sus discípulos «seis días antes de la Pascua» a cenar en Betania en casa de su amigo Lázaro, a quien había resucitado tras haber fallecido días antes y ser enterrado en el sepulcro que «ya olía» por la descomposición de su cadáver. El Evangelista San Juan narra que María, una de sus hermanas, derramó una libra de un caro perfume sobre los pies del Señor y lo secó con sus cabellos, lo que impulsó a Judas a quejarse de no haberlo vendido por 300 denarios para «dárselo a los pobres». No era esa su intención, sino llevarse su parte de esa cantidad como encargado de la irregular gestión que hacía de las limosnas. Además de la lección de esa falsa caridad de Judas, hay otra que se desprende del protagonismo y el impacto que tuvo el milagro de la resurrección de Lázaro entre los judíos y que había provocado que muchos creyeran en Jesús como el Mesías prometido, para disgusto y preocupación del Sanedrín. Cuando la víspera de la Crucifixión Jesús fue condenado a muerte por los escribas y fariseos, el Sumo Sacerdote Caifás les convencerá de la conveniencia de condenarle porque «es necesario que muera uno para salvar al pueblo». Temía Caifás que de ser reconocido como el «Rey de los judíos», los romanos acabaran con su poder religioso y político y derribaran el Templo de Jerusalén. En definitiva, que acabaran con el privilegiado estatus del que vivían. Actualmente no escasean los imitadores de aquellos sanedritas entre los que ejercen el poder y que no quieren perderlo como Caifás para lo que utilizan argumentos similares haciendo creer que las medidas que adoptan son para «bien del pueblo» al que dicen querer proteger. Aunque lo que quieren proteger es su privilegiada posición para seguir viviendo a costa de ellos.

Artículo publicado en el diario La Razón de España


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