Víctor Azuaje

“Solo la unidad entre demócratas vence regímenes totalitarios” es una expresión que recuerdo del expresidente Felipe González, en el foro “Protagonistas de la transición a la democracia le brindan su experiencia a Venezuela”. Allí también fue enfático al afirmar: “Las transiciones se fundamentan en pactos”. Cito esas frases a manera de instrucción, o quizás, para explicar el extraño y bizarro mundo de nuestra realidad política y social, desde que entró en el escenario criollo, Hugo Rafael Chávez Frías.

La atípica campaña electoral presidencial que en diciembre de 1998 le dio el triunfo a Chávez presagiaba, por su violencia e irrespeto a las organizaciones sociales (partidos, sindicatos, gremios), una especie de inquisición moderna. Su victoria desató una continua persecución, en contra de los herejes, que habían logrado construir unas perfectibles instituciones democráticas durante los primeros 40 años en nuestra vida republicana.

La violencia que reflejaba la publicidad del comandante, con alegóricas fritangas de las cabezas de los líderes del partido del pueblo, exaltaron rencores, socavando -irremediablemente- los grandes aportes que en materia social habían logrado los partidos del Pacto de Puntofijo con un solo resultado: la demolición de las instituciones que servían de contrapeso a nuestra incipiente democracia.

Una envejecida dirigencia -en su mayoría pícaros de medio pelo- que con poca visión histórica y poco conocimiento de la antropología social del venezolano le negó la oportunidad a muchos jóvenes políticos, talentosos y deseosos de dar lo mejor de sí, para fortalecer nuestro novedoso ensayo democrático. No supieron defender por cobardía o complicidad el mandato del pueblo soberano, y claudicaron al entregar el Congreso y el Senado, sin dar la batalla que les exigía, ese momento histórico. Era mucho cargo de conciencia, y muy poca sabiduría, como para entender que ellos eran unos simples robagallinas, en comparación con el huracán de corrupción que se nos avecinaba.

Tenemos la obligación moral de aprender de esa mala experiencia

El panorama político en el presente es desalentador. Una gran proliferación de sindicatos patronales. Gremios sin músculo, fortaleza ni agremiados. Campesinos sin organización -con una que otra voz- de algún dirigente político agrario que se levanta en su nombre. Un magisterio con líderes mal vestidos, con zapatos rotos y mal nutridos. Complementados por un confuso y poco denso movimiento estudiantil, dividido por sus diversas preferencias en cromatología y carentes de una adecuada formación ideológica, que les lleve a unificar esfuerzos, para oponerse con su energía al régimen de turno.

Si sumamos el patético estado en el que se encuentran la UDO, la Unellez y muchas de nuestras escuelas técnicas, podríamos sentirnos desesperanzados, en esta larga lucha por restablecer nuestros valores constitucionales. Hasta podríamos caer en un severo coma depresivo.

Afortunadamente para nuestra nación -y para nuestro futuro-, sobrevive a pesar de este régimen conculcador de las libertades civiles una vetusta y arruinada clase media, con adecuados principios éticos y morales, con excelente preparación académica en esas universidades, tecnológicos, pedagógicos y escuelas técnicas que se empeñó en fundar la democracia representativa. Y que hoy acude con valentía y disposición al rescate de las organizaciones -quizás debilitadas- que nos dieron la verdadera independencia ideológica y económica. Los partidos políticos.

La unidad de los demócratas luce urgente y necesaria. Contribuir todos y cada uno de los venezolanos que amamos a esta geografía para fortalecer las organizaciones políticas. Tiene que calificarse como el mayor esfuerzo patriótico que necesita hacer nuestra sociedad, para rescatar la democracia y nuestros valores.

Es nuestro deber entregarle a nuestros hijos una patria libre. Y guiarlos -desde la barrera-, sin protagonismos ni egos. A que ellos logren adecentar las organizaciones políticas. Reconstruyan con los mejores principios morales, los sindicatos, gremios, y demás instituciones de la sociedad civil. Para que construyan la gran nación que soñó el Libertador.

Pensar que son muy jóvenes y no están preparados para ser la generación de relevo es reincidir en el error que cometieron nuestros políticos del pasado. Los jóvenes ya aprendieron lo que es el exilio. Ya saben que Venezuela es el mejor país del globo.

Solo faltan ellos -los jóvenes- para que se lo demuestren al mundo.


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