El último texto que leí de Haruki Murakami en The New Yorker fue «Cream», publicado en enero de 2019. Desde entonces, la revista ha publicado cinco más, a saber: «Abandoning a cat» (7 de octubre de 2019), «With the Beatles» (24 de febrero de 2020), «Confessions of Shinagawa monkey» (15 de junio de 2020) y «The kingdom that failed» (13 de agosto de 2020).

Me puse parcialmente al día con el bueno de Murakami con el último de los mencionados, es decir con «El reino que fracasó». El corto texto comienza con una suerte de alegoría:

«Justo detrás del reino que fracasó corría un pequeño río agradable. Era un arroyo hermoso y claro, y en él vivían muchos peces. Allí también crecían malas hierbas y los peces se comían las malas hierbas. Al pez no le importaba si el reino había fracasado o no, por supuesto. No les importaba que fuera un reino o una república. No pagaban impuestos ni votaban. No nos importa, pensaban los peces».

El corto texto proporciona la visión de un individuo, Q, desde la perspectiva de otro, el narrador, en dos tiempos: el primer tiempo se ubica diez años atrás, en donde el narrador en primera persona describe a Q, a quien conoció y con quien compartió, desde una vertiente atributiva de cualidades y percepciones que contrastan con las del narrador: Q es más buenmozo, es agradable, es amable y cortés, educado y con instrucción. El segundo instante es el actual: un encuentro casual en la piscina de un hotel en donde el narrador es testigo de un acto en el que Q es tratado «inapropiadamente», para no entrar en detalles, por una mujer, acto que, evidentemente y desde la perspectiva del narrador, este no esperaba y no estaba acorde con la visión que guardaba de Q. Por supuesto, el cúmulo de cualidades de Q lo hacían, en la imagen del narrador, un portador innato de eso que llaman “éxito”.

El relato termina con la justificación del narrador sobre el título dado al texto:

«Decidí darle a esta historia el título ‘El reino que fracasó’ porque ese día leí un artículo en el periódico vespertino sobre un reino africano que había fracasado. ‘Ver desaparecer un reino espléndido’, decía, ‘es mucho más triste que ver el colapso de una república de segunda categoría».

Tendría que decir que no es la primera vez un personaje de Murakami cae en abiertos contrastes con otro. Allí por ejemplo está el caso de Nagasawa y Watanabe, este último el personaje principal -y narrador- de la novela Tokio Blues o Norwegian Wood, misma que leí hacia 2005, unos 18 años después de que fuera publicada. De hecho y a ratos, la narrativa de Watanabe hace que Nagasawa «parezca» ser el personaje principal.

Sin embargo, el final del texto corto de Murakami ocasionó inevitablemente que pensara en Venezuela: las bondades ilusorias y engatusantes del chavismo, el madurismo y el falconismo (popul-ismos), la depresión económica, la hiperinflación, el colapso de los servicios públicos, nuestros políticos como los peces del río ubicado detrás del reino que fracasó y la incompetencia prístina retratada en los actos de cada uno de nuestros gobernantes.

No sé si en algún momento fuimos un país espléndido en valor absoluto. Lo que sí estoy seguro es de que, al menos, sí lo fuimos en forma relativa cuando nos comparamos con lo que hemos sido desde febrero de 1999: una república de innombrable categoría y no como dicen por allí algunos cabezas de ñame: que perdimos la «esplendidez» a partir de 2013.


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