Petro y Maduro
Foto: ADN Cuba

Hacer análisis para Colombia con las referencias de Venezuela es muy fácil para llegar a las conclusiones. Sin necesidad de adivinanzas podemos hacer proyecciones y prospectiva con un alto nivel de coincidencia en el futuro. Somos dos pueblos con una identidad muy estrecha. Tanto que dentro de la hermandad pareciéramos gemelos univitelinos o monocigóticos. Ni los factores ambientales ni el envejecimiento nos diferencian, la fuerza telúrica nos hace tan iguales como naciones que más que morochos geográficos somos siameses políticos, económicos, culturales y militares. No hay que olvidar que hasta 1830 fuimos una sola unidad política.

Desde siempre, Colombia y Venezuela tienen un torneo de originales con sus versiones que abarca muchos sectores. En la política, en los giros del idioma, en la gente, en las mujeres, en la comida y en la música. Estos son el lienzo donde entre muchas áreas, los planos donde la originalidad y las versiones se funden gráfica e ilustrativamente a lo largo de la historia y en el ancho de la geografía. Se difunden por cualquier vía, penetran en la idiosincrasia común hasta que redunden invasivamente, infunden el respeto de lo común más allá del Atlántico y el mar Caribe, se mecen en la originalidad de lado y lado para que fecunden resultados en la mixtura, aturden en la similitud de ser colombianos de Caracas y venezolanos de Bogotá, y se confunden sin necesidad de trazar una raya -como en la frontera- que oriente a partir de dónde está el nacimiento del tema y desde cuándo se establecen las versiones. Es uno de los tantos referentes donde la geografía hizo a la historia y esta, a la política. Si Páez en 1830… bueno, no nos vamos a desviar del tema original del artículo que es «Cabeza de hacha y versiones» para caer en el tema grancolombiano de Simón Bolívar.

Lo de la comida es ancestral, y es poco visible la diferencia. Solo a medida que el recorrido se va alargando hacia el centro de cada país, las diferencias en sabores, cocción y presentación marcan el sello de origen. Unas papas chorreadas y un ajiaco frente a un pastel de chucho y un cruzao en leña se ponen de esquina a esquina en el ring de la misma manera que la corbeta ARC Caldas y el patrullero ARV Independencia se ponen en zafarrancho de combate dispuestos a lanzar sus misiles en el golfo de Venezuela. Igual para la gente y el tumbao del idioma. Zulianos, andinos y apureños permean fluidamente en sus entornos colombianos, como la gente de Guainía, Vichada, Arauca, Norte de Santander, Cesar y Goajira se diluyen sin confusión con los venezolanos. La contigüidad telúrica borra la porosidad y la vecindad, y los funde en un solo grupo. Los guajiros viven como una unidad sin pararle mucho a la frontera. La belleza de las mujeres es otro capítulo. Esa mixtura que propició el amplio abanico de las coronas del Miss Universo y del cetro del Miss Mundo en las venezolanas es un calco exacto para las mujeres colombianas. Ubicar las originales y las versiones es un debate cordial y agradable para ríos de tinta y de saliva para la fiesta binacional de la admiración de la belleza sin ningún tipo de demarcación, sin comarcas y en ausencia de alcabalas fronterizas.

Esa valoración es distinta para la música. La cumbia, el porro y el vallenato sirven de sello diferenciador y hacen frente a lo largo de la frontera, desde arriba hasta abajo contra la gaita zuliana, los bambucos y pasillos tachirenses y el joropo apureño. Ambos despliegues musicales de lado y lado se mecen invasivamente y manera grata en los dos entornos: en el baile y en el canto. En la política común hay patrones recientes de la historia contemporánea. El expresidente venezolano Rafael Caldera es el original y el premio Nobel Juan Manuel Santos su versión colombiana. Pueden establecer un baremo con ítems como soberbia, sentido de la oportunidad, ambición política, egoísmo y escrúpulos en eso del fin justifica los medios, y se conseguirán con resultados insólitos. Hugo Chávez es el caso primigenio y Gustavo Petro es el cover en materia de recorridos políticos y electorales. Sin necesidad de esperar desempeño todo proyecta que los resultados del ejercicio presidencial serán similares en Colombia en menos de los 24 años que llevamos en Venezuela. Pablo Escobar Gaviria, los hermanos Ochoa, los Rodríguez Orejuela y los carteles de Medellín y de Cali son los propios, y la revolución bolivariana y la fuerza armada nacional son adaptaciones refinadas y mejoradas en materia de carteles. En materia de guerrilla, la colombiana de las FARC-EP nació en 1964 como República de Marquetalia y después surgió el ELN. Del lado de allá de la frontera, la subversión venezolana apareció y desapareció con la derrota militar que le propinó la democracia. Ninguna de las dos entró triunfante por la vía armada al poder. Tanta similitud no debe sorprender. En 1998 los venezolanos le abrieron el palacio de gobierno con los votos a Hugo Chávez y ahora en 2022, los colombianos a Gustavo Petro. Ambos procedentes del ejercicio de la violencia y derrotados en el campo de batalla por la institucionalidad, la Constitución y la vía del Estado de Derecho con las fuerzas armadas de vanguardia. Entre ambos ¿cuál es el original y cuál es la copia? Nicolás Maduro en Cúcuta y en todas esas veredas de Norte de Santander es el vernáculo y auténtico Nicolás, y en Caracas desde el Palacio de Miraflores es una interpretación rústica de un Nicolás, a la venezolana, con copia de una partida de nacimiento y cédula.  Un doblaje pulido y un facsímil aceitado por el régimen cubano. ¿Para qué más?

¿Qué tiene que ver la canción «Cabeza de hacha», sujeto del título, con el desarrollo que hemos hecho del tema en la columna? Esta tiene una versión muy famosa en ritmo de vallenato, que interpreta con su requinto eléctrico Noel Petro (un cercano familiar del presidente electo en Colombia). El tema tomó vigencia en Venezuela en 1953 y fue prohibido por la dictadura perezjimenista por tener una letra subversiva que tarareaba el pueblo desde las casas… «he venido soportando un martirio, jamás debo de mostrarme cobarde, soportando estas cadenas que dicen, más vale tarde que nunca compadre». Cuando yo estaba naciendo en comadrona, la bodega de al lado tenía de fondo a todo volumen ese vallenato. Pero «Cabeza de hacha» no se queda allí. Hay una versión en tango que interpreta a dúo en 1921 Carlos Gardel y José Razzano titulada «La tupungatina» para cantar los amores de una joven de la región del Tupungato en la frontera de Chile y Argentina que escribió el señor Cristino Tapia. Desde ese entonces chilenos y peruanos se atribuyen también la autoría con el nombre de «El martirio», que en materia de dictaduras le calza perfectamente. Diomedes Díaz, Rubén Blades y el Gran Combo de Puerto Rico han hecho versiones muy buenas.

Gustavo Petro en el Palacio de Nariño en Colombia y Nicolás Maduro en el de Miraflores en Venezuela, paisanos ambos, ilustran bastante la letra de «Cabeza de hacha» cuando se anima el baile al son de las versiones en fandango, en porro y en vallenato con “ya me voy de esta tierra y adiós, buscando yerba de olvido olvidarte, a ver si con esta ausencia pudiera, con relación a otros tiempos olvidarte”. Los criollos tomaron la delantera con más de 6 millones en la diáspora alrededor del mundo.

¿Y el liderazgo de la oposición de ambos países dónde está en esta crónica? Noel Petro, el músico colombiano, muy carismático, cada vez que lo entrevistan tiene de antesala en tono muy jocoso esta expresión ¡Mamá estoy triunfando, mándame pa’l pasaje! Les calza perfectamente en originalidad, sin versiones, a ambos lados de la frontera.

 


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