Nayib Bukele reelección
Foto: EFE

No sé cuál de estas dos definiciones va más con el reelecto presidente de El Salvador, Nayib Bukele. Su capacidad para lograr un cese a la violencia causada por las pandillas es el logro más grande en su administración, pero esta victoria al día de hoy es incierta, pues el final de esta batalla es para todos desconocida y la economía anda mal. Muy mal según índices estadísticos de tirios y troyanos, de algunas instituciones serias, ya no se  diga de sectores populares.

Sin embargo, para grupos afines a su gobierno y para una gran parte de la comunidad internacional, este joven mandatario, barbado, millennial, luciendo gorra con la visera hacia atrás como los muchachos del barrio, extremadamente crítico de la historia oficial y de las paralelas históricas de su país —como si él no descendiera de la propia guerrilla castro comunista del Frente Farabundo Martí, del cual ya como partido político fue alcalde capitalino—, es la sensación presidencialista del momento.

Pero la realidad es otra. Lamentablemente, aunque muchos no lo quieran ver así, sobre todos aquellos guiados por las bengalas de su bien orquestada estrategia publicitaria nacional e internacional, altamente costosa, fijado en cifras escandalosas dadas a conocer por sectores internacionales beligerantes, quienes desde antes de su postulación al frente del cargo han venido dando seguimiento a su gestión, plausiblemente preocupados por sus geniales estertores de elogio, propaganda y ácida crítica a todo lo opuesto hacia él.

Esta tipicidad en su gerencia política no anda muy lejos de las ya fracasadas administraciones castro comunistas de la región, en las que bajo mezclas de locura, irracionalidad, estilísticos autobombos de fraudulentos cambios reales, críticas al capitalismo, al “imperialismo” norteamericano, y teatrales comportamientos megalómanos  por querer emanciparse por encima de la historia, lo están desde ya orillando a una clasificación dictatorial bajo nuevas modalidades.

Él mismo se autodefine como el presidente más simpático, grandioso y anticorrosivo de todos los que han gobernado en el “pulgarcito” de América, como definiera el poeta comunista y trágico Roque Dalton a su nación en desgarrados versos.

“Nayib Bukele, el presidente cool que está transformando El Salvador”, grita exaltada la mayoría. Muchos se lo creen, pero sin querer aguarle la fiesta a nadie y menos aún augurar tiempos negros para ese hermano país centroamericano, vale la pena repasar sobre algunos aspectos biográficos politicos de él y ciertos y espeluznantes indicadores económicos. Escalofriantes y ciertos a la luz de las ciegas gentes que lo celebran como a un ser grandioso, único, salvador de la humanidad, hijo del divino porvenir, político al que deberían emular todos los presidentes del planeta Tierra, candidato al Nobel de la Paz etc., etc., etc.

En su gobierno, según versiones periodísticas, cohabitan exmiembros de ambos partidos, quienes a su vez han abandonado las filas de la derechista Alianza Republicana (Arena) y del izquierdista FMLN. Todos ellos allegados a él.

Pero además repite lo mismo que otros gobiernos socialistas al nombrar a funcionarios en cargos sensibles, afines y leales. No existe independencia de poderes y tampoco él es propiamente de derecha.

La economía salvadoreña ha tenido un grave deterioro, un fuerte retroceso  en los últimos cinco años. La inversión internacional ha decrecido, los índices productivos están estancados, y ya no se diga el nivel inflacionario que afecta a todos los sectores ciudadanos sin exclusión.

¿Recuerdan ustedes la moneda virtual Bitcoin, la cual suplantaría al dólar como moneda de uso general? Pues terminó en un rotundo fracaso. El despunte económico que esta moneda iba a causar jamás se dio. Dejando además grandes incógnitas de transparencia sobre el dinero público que se usó para estos fines.

Y por si todo esto fuera poca cosa, la deuda pública ha subido como nunca en toda su historia. Ese récord es evidente e inocultable, pero la propaganda bukelista no lo menciona; tampoco otros hechos negativos en la pasada administración y que, aunque tímidamente, ya empiezan a sonar más en la prensa independiente y en redes sociales.

Ahora bien, si el mayor logro ha sido el control y encarcelamiento de las pandillas, lo cual es aplaudible sin lugar a dudas, mereciendo el reconocimiento de todos como un logro acertado en su administración; también vale la pena ver la otra cara de la moneda. No hace mucho el ministro de Seguridad Pública, Gustavo Villatoro, tuvo que reconocer que ya han liberado de las cárceles a más de 7.000 ciudadanos que fueron injustamente detenidos.

Entonces, la pregunta es inevitable: ¿cuántos errores más se han cometido al activar dicha iniciativa? Y esto sin tomar en cuenta la petición hecha a la Fiscalía salvadoreña, para que investigue la muerte en las cárceles  con alrededor de 150 reos detenidos y acusados de pandilleros, durante el Régimen de Excepción impuesto para combatir a estos grupos antisociales.

Esos liberados demostraron ser inocentes hasta por el propio gobierno, siendo un aberrante caso de criminalidad. Tienen razón los organismos de derechos humanos en algunas defensas hacia ellos.

Ya Estados Unidos lo felicitó, pero le hizo ver que preste atención a los derechos humanos.  Así las cosas, yo de los presidentes de Argentina y Ecuador lo pensaría más de dos veces para aceptar el ofrecimiento del nuevo mandatario salvadoreño para combatir la violencia en sus países. “Gracias, pero mejor no me ayude compadre”, les diría.


El autor es poeta y periodista nicaragüense exiliado en Estados Unidos. Columnista internacional.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!