«Pobrecitos los criminales, pobrecitos cómo les estamos violando sus derechos en las cárceles; pobrecitos cómo les quitaron las colchonetas, pero no dijeron nada cuando ellos les quitaron la vida a los salvadoreños».

Esas fueron las palabras del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, en un video respondiendo a quienes critican el trato que se les está dando a los reos y a la inauguración del Centro de Confinamiento del Terrorismo, una inmensa cárcel que se ha inaugurado en febrero.

Las medidas de Nayib Bukele para enfrentar el pandillaje, la criminalidad y la violencia en El Salvador son sin duda alguna más que controversiales. Para ojos internacionales, vulneran los tan preciados derechos humanos de aquellos que han sembrado el terror en tierras salvadoreñas, y que no tuvieron ningún reparo en violar los derechos de ciudadanos inocentes. Pero que para los ojos de su pueblo está realizando la gestión que nadie se ha atrevido a hacer, y está arreglando su país.

Un presidente que conoce las limitaciones de su país, pero que aun así decide enfrentarse a los organismos internacionales y a los grandes Estados. Un presidente que hace respetar la soberanía de su país, esa que poco a poco los “pequeños” países, como El Salvador o el Perú, están perdiendo frente al globalismo y frente a un derecho internacional que decide hacer la vista gorda con los Estados más ricos, pero que con el resto es un punzón constante.

Los derechos humanos han sido la herramienta del globalismo, la herramienta de la CIDH, de la ONU, o de la OEA, para evitar que se sancionen de debida manera a aquellos que generan caos en su país. Porque como bien dice el presidente salvadoreño “pobrecitos los criminales”, pero nunca los “pobrecitos” son los inocentes.

Remontándome al Perú, hace años que no hay un presidente que haga respetar su soberanía frente a estos. No ha habido un presidente que diga “primero mi pueblo y luego el resto”. Y puede que sea por eso por lo que hay tantos crímenes, tantos homicidios, tantas violaciones y tanta corrupción en nuestro país.

El único que lo hizo, guste o no, en nuestra historia reciente fue Alberto Fujimori. Que optó por decidir por sí mismo el debate entre legitimidad y legalidad, optando por la primera, decidiendo que los organismos internacionales pueden esperar, pero que el futuro del país no.

Fue en su gestión que el combate contra el terrorismo cambió de rumbo. Cayó Abimael, cayó Sendero, cayó el MRTA. Cayeron, pero no desaparecieron y eso debemos recordarlo. Decidió que los putrefactos terroristas, que casi hunden el país, no merecían el mismo trato que el resto, y la población pensó igual.

No por nada, el rechazo de la población, cuando en el gobierno de Paniagua y luego de Toledo, deciden volver a realizar los procesos a los terroristas, “porque pobrecitos no tuvieron un proceso transparente” bajándoles la pena, permitiendo que salgan de la cárcel 20 años después terroristas como Martha Huatay, Zenón Vargas, Maritza Garrido Lecca, entre otros.

Bukele hoy hace lo que cree mejor para su país, sin importarle la injerencia del resto del mundo. Priorizando su soberanía a lo que digan las agendas globalistas y los organismos progres que dicen “velar” por los derechos humanos. Prefirió lo mejor para su pueblo, para su país, y lo que su gente apoya. De la misma forma que, bajo mi punto de vista, hizo Fujimori en los noventa.

Sin duda, un ejemplo que considero que deberíamos imitar. Priorizar al pueblo, su seguridad, su tranquilidad, antes que enfocarnos en los derechos de los delincuentes que solo vuelven este país cada vez más inhabitable. El país necesita orden, necesita ayudar a su gente. No necesita seguir los lineamientos protectores de criminales de los organismos internacionales, que solo nos quitan cada vez más nuestra soberanía.

¿Somos un país libre? ¿O somos esclavos de la voluntad internacional?

Artículo publicado por el diario El Reporte de Perú


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