La ropa cuelga en cualquier espacio improvisado. Con olores nauseabundos merodeando. Gritos de ofertas atormentan al más desprevenido, mientras la gente carga niños, bolsas y comida a un tiempo. La crisis en apariencia llega a su fin en diciembre. Enero es mes de energías renovadas. Especialmente a partir del 23.

La pacotilla rueda como el alcohol. Oferentes, los mercaderes juegan con las baratijas, las muestran, las lucen: cortes de cabello en medio de la nada, pulseras y gorras, así como pantaletas y pantalones al talle. Cualquier cosilla que usted busque la encuentra en este diciembre. Lo engatusan sin darse cuenta. Hasta cree usted que los gastos económicos o humanos son indispensables para su vida futura inmediata. Y zas, va y cree invertir en su ruina un modo de esquivar el atolladero. Le ofrecen colores y franelas, banderas renovadas, con animales ponzoñosos brincando, lumínicos. Usted vuelve a caer. Mientras, quienes manejan la economía, el poder, se ríen de nuevo. La desgracia de usted es la permanencia de su estatus.

Acuerdan entre chinos, árabes, iraníes, tanto como españoles izquierdosos la venta de algún producto, en bodegones o en medio de la fritanga, y usted va de nuevo, preocupado por su salud física y mental actual y posterior. Se fija bien en el producto del  vocinglero, lo examina, ve a los ojos al mercader que no es de Venecia precisamente, ese que hace no su agosto sino su diciembre. Usted lo sigue a ojos cerrados. Revoca en su conciencia mandatos anteriores de compra, pulsa negociaciones tal vez mexicanas o de la más lejana gelidez Noruega, y pam. Le da por optar por alguna fórmula médica casi gratuita ofrecida en una plaza pública, ya casi ni concurrida a pesar de las luces en los arbolitos; entre los asientos raídos. Usted cree. Usted insiste en que lo vuelvan a usar, para el próximo diciembre volver a ser creyente usado.

Pero le dicen: no vuelva a caer. Y cae. Cómo un alcohólico o un drogadicto. Es parte de la simbología decembrina. ¿Cultural? ¿Política? ¿Ancestral? ¿Desde cuándo? ¿Cuando se estableció diciembre o el fin de año como el tiempo adecuado para la venta de confeti y platillos voladores? ¿Renovación? ¿Esperanza? ¿Es religiosa la cuestión? Lo cierto es que el alboroto cunde en las calles, en los comercios formales, cada vez menos existentes, entre las calles alborotadas de ilusiones. La curda rueda frenética. ¿Para olvidar otra metida de pata?

La libertad no entra en la compra-venta del mercado. Si a usted le dan un plan para enfrentar la situación económica, política y cultural de un modo distinto, usted lo acaricia como una joya irrepetible. ¿No es cierto? ¿Por qué entonces no encaminar por allí su ruta sin sortilegios bullangueros? Enfrentar. No secundar. No acordar con enemigos. No embasurarse con la oferta de la pacotilla por deslumbrante que sea. Seleccionar a los mejores para el enfrentamiento y encausar la lucha. No es un momento, por más bambalinas que haya volando como globo aerostático, para caer nuevamente en el vacío y la entrega. Luchar contra el comercio informal de la política. Ese que destruyó su vida y el país. La oferta de miseria abunda. Usted sin duda sabrá enrumbar con bien su destino, si se fija en el mercado completo. Si quita la miga y encuentra el asidero del bienestar que se alcanza al desplazar a quienes secuestran los bienes y a las personas, también a sus secuaces disfrazados de ovejitas. Confiemos.


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