“Les doy dos canciones y si no me gusta se bajan” fueron las primeras palabras que escuchamos de Jorge mientras le extendía la mano a Julio y lo miraba directamente a los ojos justo antes de comenzar nuestro show en la Cuadra Creativa en la Caracas de principios de los noventa. Nuestro manager nos había conseguido tocar en esta fiesta exclusiva a la que asistiría la “crème de la crème” de la escena caraqueña y de la cual Jorge era el jefe. Afortunadamente, después de las dos primeras canciones Jorge se acercó de nuevo al escenario, pero esta vez dándole vueltas a su dedo índice, dándonos a entender que continuáramos. Así fue que comenzó lo que sería una bonita y productiva relación entre Jorge Spiteri y Los Amigos Invisibles. Al acabar el show ambos nos declaramos ser fan de cada quien y nos prometimos seguir en contacto para hacer cosas juntos.

Un par de años más tarde, Jorge, quien estaba asociado con una productora/disquera independiente, nos ofreció nuestro primer contrato disquero, pero entre una cosa y otra, el inversionista dejó de financiar el proyecto y el contrato nunca se llevó a cabo. Sin embargo, las varias reuniones que tuvimos alcanzaron para profundizar en nuestras vidas y ahí fue que comencé a saber de la historia del gran Jorge Spiteri: Músico venezolano que se fue a Londres en busca de un sueño, el cual finalmente logró. Sentarse a hablar con Jorge se me hacía bastante inspirador, escuchar historias como la de aquella vez que estaba componiendo “Amor” en un estudio en Londres y John Lennon lo interrumpió para decirle que le gustaba la canción; o la de aquel festival en el que muchos grupos viajaron en el mismo avión desde Londres y su compañero en el asiento de al lado era Bob Marley, o esas otras de cuando veía a los Tear for Fears en sus primeros shows en “venues” pequeños luchando contra cualquier diversidad de inconvenientes técnicos… Eran cátedras de vida que me alimentaban el espíritu (y la ambición). Su moraleja siempre era la misma: “El resto del mundo mitifica a los artistas que vienen de Londres, pero al final no son más que seres humanos con las mismas necesidades que todos”.

Esas conversaciones fueron las que me llevaron a creer que Los Amigos nos podíamos medir de tú a tú con el artista que fuera, en el país que fuese. Fue en esa línea de pensamiento que Los Amigos comenzamos a enviar el álbum que acabábamos de grabar en 1994 a nuestras disqueras favoritas en el mundo y de las cuales recibíamos respuestas, como la de Acid Jazz Records en Londres, en la que nos decían que les había gustado mucho nuestro material pero que en ese momento no estaban firmando bandas, hecho que a pesar de la negativa reconfirmaba la teoría de Jorge.

Cuando le preguntábamos por qué se había regresado a Venezuela siempre suspiraba y miraba al horizonte con nostalgia y respondía que no sabía, que quizás por el frío, quizás porque se había enamorado de una venezolana (Mayra Alejandra, una de las grandes actrices venezolanas del momento); quizás era que viajar en avión constantemente no le encantaba o que quizás el tema de la guerra de las Malvinas le arruinó un poco su luna de miel con Inglaterra. No porque su música tuviese alguna postura política sino porque empezó a sentir alguna que otra vibra xenofóbica hacia los suramericanos en general. En cualquier caso, él estaba feliz en Venezuela y eso era lo que importaba.

La visión de Jorge fue vital para que me animara a viajar con la banda a Nueva York aquella primera vez en 1995, viaje que desencadenó en aquella famosa historia en la que David Byrne (ex miembro de los Talking Heads) nos firmara en su sello Luaka Bop luego de que encontrara uno de nuestros CD de A Typical and Autoctonal Venezuelan Dance Band en la sección de música latina de un Tower Records del West Village de la ciudad. Toda esta casualidad maravillosa a Jorge le alegró muchísimo. Era una persona que genuinamente se alegraba por los logros de los músicos venezolanos en el mundo, sabía de carne propia lo resteado que hay que ser en este negocio y que cuando pasan buenas cosas es porque se han solventado situaciones difíciles, para lo cual hay que tener temple. Él admiraba a los músicos venezolanos que tenían ese temple.

Con el tiempo, la relación de Jorge con la banda se entrelazaría aún más. Para nuestro tercer disco, Luaka Bop nos había pedido que consideráramos la idea de cantar algo en inglés para ayudarnos a mercadear mejor nuestra música en el mundo anglo. La idea no nos encantaba porque no se nos hacía genuino cantar en otro idioma, por lo que estuvimos a punto de abortar la misión; pero repentinamente, mientras ensayábamos en un estudio muy famoso de Caracas, Jorge, quien ensayaba en la sala de al lado, abre la puerta para saludarnos y le comentamos del dilema de la canción en inglés. Ahí fue que se nos ocurrió que quizás podíamos hacer una versión de su tema “Amor”, con lo cual él estuvo encantado. Toda persona que vivió en la Venezuela de principio de los ochenta conocía la canción y se nos hizo la mejor manera de seguir siendo autóctonamente venezolanos, pero cantando una canción en inglés.

Recuerdo claramente aquel día que recibimos un email de David Byrne escribiéndonos a toda la banda diciendo “esta canción ‘Amor’ va a ser un hit muy grande en el mundo, será la canción que les cambiará sus vidas”, cosa que nos excitó muchísimo a todos. Éramos chamos pero con muchas ganas de comernos el mundo. Era la época del House Francés y tratamos de darle ese toque a la canción. Al final, no fue el megahit que David esperaba, pero sí pegó en varios países incluyendo Turquía, adonde viajamos un par de ocasiones justo para tocar la canción y quizás uno de los lugares más exóticos e interesantes que Los Amigos hemos visitado. Al mismo tiempo, “Amor” se convirtió en una favorita de nuestro set en vivo y que seguimos teniendo hasta el momento.

Cuando le preguntaban a Jorge qué opinaba acerca de que habíamos tomado su canción, él respondía que ya no era de él, que era nuestra.

Desde 2011 hasta 2013 estuve viviendo Venezuela. Había regresado para estar con mi padre en sus últimos días. Cuando falleció, ahí estuvo Jorge en su funeral dándome muchas buenas vibras y siempre poniéndose a la orden para lo que necesitara. Durante esos años me topé con Jorge en muchísimos eventos de la música caraqueña y con cada encuentro nos hacíamos más amigos. Hablábamos de todo, de sus recuerdos de Londres, de lo increíble que había sido que versionáramos su tema, de que por el amor de Dios tenía que ponerme a hacer ejercicios y adelgazar, etc. Fue esa conexión la que me llevó en 2015, mientras comenzábamos a componer las canciones de nuestro álbum El Paradise, a tener la confianza para invitarlo a componer juntos, a lo cual accedió con mucha alegría. Para ese entonces yo vivía en México, por lo que coordinamos para pasar dos días juntos en una ida a Caracas para un show que tuvimos por esos días. Jorge, un gran escritor veterano, sabía de mi poca experiencia en el asunto, así que básicamente lo que viví en esos dos días fue un gran taller de composición que me ayudó a superar todas mis inseguridades en ese tema. De esa experiencia salió una bonita canción que se titula “Sabrina”, la cual fue elegida por el maestro Oscar D’León para hacerla a dúo con Los Amigos y quien demás está decir era muy amigo también de Jorge.

Las cosas con Jorge siempre obedecieron a algún tipo de conexión mística y “Sabrina” no fue la excepción. Desde entonces lo consideré mi mentor, no solo para lo creativo sino para poder ver las cosas positivas de mi carrera cuando a veces no eran tan claras. Resulta ser que los artistas somos generalmente inconformes y a veces necesitamos un poco de perspectiva.

La última vez que vi a Jorge fue en un concierto en Caracas en noviembre de 2019, el reencuentro de Los Amigos Invisibles con la ciudad después de un largo distanciamiento involuntario. La ocasión fue tan especial como uno podría esperar y Jorge estaba ahí para presenciarlo. La primera canción en nuestro set, por supuesto, era “Amor”, cosa que le alegró mucho, como si fuese la primera vez que nos veía tocarla. Su comentario después del show: “Pana, es que ustedes son arrechísimos”. Ese era Jorge, apasionado por la música y orgulloso de los resultados de la movida que él había ayudado a crear hacía muchos años atrás.

Siempre que se nos va un artista que nos ha marcado tendemos a creer -quizás para sentirnos mejor- que en esta nueva etapa del recorrido de su alma se encontrará con todos sus colegas, que seguro todos se alegrarán de verlo y que por supuesto harán una gran fiesta que durará por toda la eternidad. En el caso de Jorge es la primera vez que no me tengo que aferrar a esa creencia para sentirme bien, estoy seguro de que es así, de que le está sucediendo. También sé que está leyendo todos los mensajes de elogio que le han escrito los músicos venezolanos en sus redes sociales y que los lee con una gran sonrisa en su cara.

Buen viaje mi George, te extrañaremos.

Jorge Spiteri y el Catire

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