Foto EFE

Cuando Maquiavelo señaló aquella máxima política de dividir para vencer, la expuso pensando en la perspectiva de quien maneja el poder, del príncipe. No desde quienes están en lo llano. Por ejemplo, Prieto Figueroa dividió con los suyos, en su momento, al partido Acción Democrática, pero nunca venció. No tenía el control político del partido ni, mucho menos, del país. Resultó perdedor, más bien. Así que quienes mantienen la postura de dividir por debajo, con la finalidad de llegar solos al poder deben revisar este texto fundamental, que data de hace más de quinientos años y perdura, vigente, manido.

Vence con mucho esfuerzo quien (quienes) desde el control, usurpado o como sea, se ha(n) dado a la tarea de comprar voluntades hace años. ¿Cuánto vale una conciencia? ¿Cuánto valen cien conciencias, o mil? Todo hombre tiene su precio, diría el genio. Justamente lo saben quienes dominan y sus asesores internacionales, que pujan en sus planes permanentes para agarrarse al poder del modo que les sea necesario. Hasta vendiendo chatarra, o inventando zonas económicas muy especiales, para tener con qué establecer las ingentes ofertas monetarias.

De allí tenemos, entre múltiples otras opciones, desde luego, una cantidad muy variada de posibilidades políticas que indudablemente han llevado al más hondo debilitamiento opositor (refiero en este caso a opositores que aparecen como reales en el atomizado panorama político actual). La chapuza por el timón  del pais ha llevado a trastornar más la mente voluble hacia posibles salidas liberadoras de los golpeados ciudadanos en Venezuela.

Así, contamos entre las escogencias posibles que nos facilitan hoy los líderes con: votar por el régimen y su criminal permanencia, votar por quienes veladamente apoyan al régimen y su criminal permanencia, no votar y esperar el producto de una nueva negociación (quienes interesadamente dan a entender que al régimen le quedan atisbos democráticos). También tenemos a quienes les dio por reconocer al régimen y al otro régimen y abrieron la espita del revocatorio (otros que sospechan que estamos bajo un régimen democrático que entregará si es revocado y si con fe nos encomendamos arrodillados a Dios); ya se asoma la posibilidad de una constituyente también. Y estamos quienes consideramos que el régimen del terror, criminal, no tiene ningún germen oculto ni visible de democracia y no cederá por elecciones, por negociación, por revocación, ni por acción constituyente alguna. Quienes pensamos que los secuestradores no sueltan presa si no los obligan. El mural político, como se puede apreciar con facilidad, es muy complejo, muy poco halagüeño.

A todo lo anterior hay que sumarle la baja popularidad del régimen y las migajas de atención distribuidas en el resto de quienes abren (pueden seguir saliendo caminos creativos) alternancias de posibilidades. La libertad no se obtendrá por una gobernación más o menos negociada, con su paralelo mandando en frente. La libertad no se obtendrá con otra sentada en la mesa enrumbada al fracaso. La liberación del país, como en tiempos idos, necesita de un acuerdo nacional que enfrente la compleja situación y ponga varios cascabeles, compartidos, a semejante gato. Debemos labrarla con la indispensable ayuda foránea, pero labrándola. No esperando que la Corte Penal Internacional decida dentro de varios años la condena de algunos violadores de derechos contra la humanidad (aunque esto sea deseable y altamente posible). El asunto sigue pendiente. No parece resoluble, de momento, en este carnaval sin música.


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