Hubiese querido comenzar estas líneas con un par de ellas echando de menos a Teodoro Petkoff en el tercer aniversario de su desaparición física (31/10/2018) —¡cuánta falta hace!—, y abordar de inmediato lo atinente a los festejos y rituales debidos al  marketing, la tradición y la iglesia, prefigurados en el encabezamiento y pautados para hoy, mañana y pasado mañana; sin embargo, no pude pasar por alto unas declaraciones del falsario y sedicente presidente Maduro en su peculiar aproximación al castellano y su no menos singular sintaxis, en las cuales arrojó toda suerte de descalificaciones y denuestos sobre  su par brasileño, Jair Bolsonaro —Dios los crió y ellos se juntaron—, en razón de su deplorable asociación del sida con las vacunas contra el  covid-19. Con la docta sabiduría exprés adquirida en su intrusión nocturna a la UCV —«A la sombra solo trabaja el crimen», o algo parecido, dejó dicho el chavo santificado Simón—, bigotes manifestó: «El imbécil de Jair Bolsonaro en Brasil es un imbécil y un payaso. Dijo una estupidez típica de alguien de derecha, desprestigiado […] Expresó que las vacunas contra el coronavirus, al ponérsela provocaba sida (sic)». La estulticia del mandatario canarinho salta a la vista, mas cualquier hijo de vecino medianamente sensato podría preguntarse cuál es la autoridad moral e intelectual del reyezuelo venezolano para juzgarle: ¡cachicamo diciéndole a morrocoy conchudo! Hecha esta salvedad, emprendamos la andadura tenida en mente.

Brujas: Estas mujeres, caricaturizadas en los cómics con verrugas similares a la del eterno, narices ganchudas y, vestidas y ensombreradas de negro, cabalgando sobre escobas, podrían ser perversa y engañosamente hermosas, cual la madrastra de Blancanieves. Se les atribuyen poderes sobrenaturales, obtenidos a través de satánicos convenios rubricados con sangre. En épocas remotas, la sospecha de tan atroz tejemaneje podía conducir a la hoguera. Juana de Arco afirmó haber visto y oído a Santa Margarita y al Arcángel Miguel, y por su sintonía con tales apariciones la condenaron, en 1432, la redujeron a cenizas, acusada de herejía e incluso de travestismo, pues también existen hechiceros. En 1634, en la Francia del rey Luis XIII, el Justo, y del todopoderoso cardenal Richelieu, en la pequeña localidad de Loudun, se registró un caso de posesión diabólica e histeria colectiva, entre las monjas enclaustradas en el convento de las ursulinas. La madre superiora, Juana de los Ángeles, resentida y contrahecha mujer, y las hermanas a su cargo, sucumbieron a los sortilegios del sacerdote jesuita Urbain Grandier, arrogante, mujeriego y atractivo párroco de Saint-Pierre du Marché y canónigo de la colegiata de la Santa Cruz, quien se habría entregado al señor de las tinieblas con intención de dominar maleficios y satisfacer su concupiscencia.

En 1692, se entabló en Salem, Massachusetts, un juicio inquisitorial contra un grupo de mujeres, acusadas sin pruebas fehacientes de practicar, diablo mediante, ritos herméticos. Ese episodio, a causa de los desafueros e iniquidades inseparables de la obcecación, el absolutismo y los fanatismos, inspiró la creación de  The Crucible (El Crisol, 1952), pieza teatral de Arthur Miller, conocida en español como Las brujas de Salem, brillante alegoría crítica del macartismo. De la introducción a su primer acto es este párrafo: «Con buenos propósitos, hasta con elevados propósitos, el pueblo de Salem desarrolló una teocracia, una combinación de Estado y poder religioso, cuya función era mantener unida a la comunidad y evitar cualquier clase de desunión que pudiese exponerla a la destrucción por obra de enemigos materiales o ideológicos […] toda organización es y debe ser fundada en una idea de exclusión y prohibición, por la misma razón por la que dos objetos no pueden ocupar el mismo espacio». No se requiere de extrema perspicacia para captar similitudes entre la involución castro chavista y lo expuesto en el texto del dramaturgo norteamericano alguna vez postrado al embrujo de Marilyn Monroe y su mágica poción Chanel N° 5.

Las Escandulfas y Zancandiles han sido banalizadas por  Halloween (contracción de All Hallow´s Eve: Víspera de Todos los Santos),  jolgorio vinculado a hechiceras y ánimas errabundas, convertida, gracias a la prestidigitación  mercadotécnica de Madison Avenue,  en impepinable ocasión para comercializar máscaras, cotillón y disfraces —el premio Pulitzer Bret Stephens, columnista del New York Times, confesó haber asistido de estudiante a una fiesta de Halloween disfrazado del período azul de Picasso—, y entusiasmar a los niños…a los niños oligarcas e imperiales, habría pontificado  el eterno —de la boca hacia afuera, pues la brujería y el ñañiguismo avakuá, ¡Écue-Yamba-Ó!, fueron parte de su cubanización—, y ¡frivolidad burguesa!, en clave de loro contrapuntista, remataría  Maduro, quien preferiría una salsera noche de Walpurgis tropical previa a sus largas pascuas, con tambor y cantos a Orisha, Babalú-ayé, ¡óyeme tú! Hay mucho de brejetería y emulación del american way of life en la rumba vernácula de Halloween, mas ello es inevitable si pensamos en el efecto globalizante de las comunicaciones, especialmente de la televisión e Internet. Arpías de oficio en el país ha habido unas cuantas: la de Bello Monte, por ejemplo. Célebres y celebrados fueron sus filtros para adelgazar; empero, ninguna equiparable a las rectoras del casino nacional electoral, duchas en marcar cartas, cargar dados y, sobre todo, en ensalmar las máquinas de Smartmatic. Hoy es día o noche de ellas. Disfruten del aquelarre. Al oficio brujeril llama santería el chavismo. Piedad Córdoba lo cultiva.

Santos: Mañana lunes 1° de noviembre conmemora la Iglesia Católica el «Día de todos los Santos», en memoria de personas fallecidas y milagreras presuntamente aposentadas en el cielo a la vera del Hacedor. La solemnidad fue creada a instancias del papa Gregorio IV, en tiempos de Luis el Piadoso o Ludovico Pío, rey de Aquitania y emperador de occidente (Siglo IX) destronado por sus hijos. Poco se sabe de las razones pontificias para instaurar una conmemoración tan inclusiva, pues de acuerdo con Peter Kreeft, apologista católico y profesor de filosofía del Boston College, «todos los creyentes son santos»; tal vez le dio su santísima gana.  ¿Cuánto son? Es difícil saberlo con exactitud. La edición del Martirologio Romano de 2005 contabilizaba 7.000 santos y beatos y muchos no son de mi devoción. Los últimos, conjeturo, estarán en filas de a dos, esperando que Pedro les abra las puertas del paraíso. En purga derivada del Concilio Vaticano II (1969), hubo recorte en el santoral, referidos mayormente a la onomástica, no al censo. Probablemente jubilaron a los matusalenos porque santos viejos no hacen milagros. A san Prepucio no lo han dejado entrar aún, e Iñaki de Errandonea lo explica en Las Celestiales: «No sale del purgatorio/por culpa de un nombre sucio/un santo tan meritorio/como lo fue san Prepucio». En apostilla a la cuarteta, Miguel Otero Silva, alter ego del compilador, afirma que abominó de la festividad de la Circuncisión de Cristo (octava de Navidad) y le atribuye amores con una tal Clítoris de Éfeso. En Venezuela tenemos un beato magnífico, José Gregorio Hernández, y un trío de monjas beatificadas, buenas para fomentar el turismo religioso —María de San José, Candelaria de San José y Carmen Rendiles   Cisneros —, pero santos propiamente tales, ninguno; no obstante, el chavismo, como parte fundamental de su cruzada de idiotización y alienación ciudadana, alienta la veneración mágico religiosa a san Simón de la Santísima Trinidad, al santón de Sabaneta y  al (in)maduro San Nicolás el moro, patrono de navidades adelantadas y misérrimos aguinaldos.

Muertos: El 2 de noviembre, buena parte de la cristiandad — católicos, ortodoxos, anglicanos—  se aboca a la oración por el eterno descanso de los fieles difuntos, y a rogar por la purificación de almas en pena; pero, en virtud acaso de cierto sincretismo cultural, no sólo luto, llanto y oraciones se escuchan durante el recordatorio. En México, se sufre y goza en grande y no corren lágrimas sino torrentes de tequila — el bonche fúnebre ha evolucionado al punto de incorporar al ceremonial un desfile en la ciudad capital, inspirado en el escenificado en la vigésima cuarta película de James Bond, Spectre (Sam Mendes, 2015) —. En nuestro país, la tradición se limita a misas y visitas a cementerios abandonados y administrados por saqueadores de tumbas. Los camposantos ya no se congestionan como antes. Pasado mañana tal vez permanezcan semidesiertos.  Sobran pábulos para justificar ausencias. La pandemia. La falta de efectivo. La necesidad de ahorrar la poca gasolina conseguida tras quién sabe cuántas horas atascados en insufribles colas. Impecunes y sin combustible, los dolientes no podrán trasladarse a las necrópolis y si lo hacen no tendrán cómo adquirir las flores de rigor, condenadas a embasurar los sepulcros hasta el año venidero. Al muerto nada le importa el tiempo. A los bancos tampoco porque no abrirán sus puertas. Y cuando se habla de muertos es imperativo recordar a los 400.000 fenecidos violentamente durante los 22 años de revolución bolivariana (15 personas diarias). Cuatrocientas mil y tantas víctimas de ejecuciones extrajudiciales y otras modalidades de homicidio, perpetradas por delincuentes, colectivos, policías, militares y los gatillos alegres de las fuerzas de acciones espaciales, para las cuales no hubo compasión alguna.

A partir de mañana el país se olvida de la cuarentena porque, de modo irresponsable, el desgobierno bolifascista quiere aparentar normalidad, ante la visita de Karim Khan, fiscal de la Corte Penal Internacional, y enterrar en el olvido, momentáneamente al menos, el affaire Saab. Mientras, Maduro buscará, y seguramente encontrará, a quien insultar, injuriar, humillar u ofender, a fin de seguir viviendo en la irrealidad de la quinta dimensión, del extraño mundo de Subuso o del infierno rojo donde las brujas gozan una ola, los muertos no asustan y los santos brillan por su ausencia.

 

 


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