Foto AFP

Los que piensan que los británicos no son capaces de expresar su descontento, están equivocados. The New York Times habló con unos cuantos luego de la renuncia de la primera ministra, Liz Truss, y han mostrado su indignación, sobre todo porque el desorden político que creó la líder conservadora les tocó severamente el bolsillo.

Truss estuvo en el cargo apenas seis semanas. Fue la última primera ministra que se reunió con la fallecida reina Isabel II, el último día en que le hicieron una foto antes de morir. Pero a pesar de contar con su aprobación y supuestamente el respaldo del Partido Conservador, no pudo con la conmoción que creó a nivel económico y presentó su dimisión.

En el Reino Unido no se elige un presidente sino un partido que liderará la política. En este caso, el de Truss es el Conservador, el mismo de Boris Johnson, su predecesor. Después de que él renunció al cargo, la organización debatió por varios días y a la hora de la votación pudo más la propuesta que tenía ella sobre bajar los impuestos a los ricos que la de su más cercano rival, Rishi Sunak.

Cuando las medidas diseñadas por Truss y su equipo se trataron de poner en marcha, su partido tenía la esperanza de que realmente surtieran el efecto necesario, que al final era evitar una peor crisis económica y acabar con la inflación que se está comiendo el dinero del trabajador común británico. De acuerdo con lo que explica el economista Humberto García Larralde, la lógica de la primera ministra era bastante sencilla: bajaba los impuestos a los ricos, las empresas, que a su vez se sentían motivadas a ahorrar y luego a invertir en producción; con eso aumentaría el empleo y eventualmente la oferta de bienes y servicios y se firmaría la sentencia de muerte de la inflación. Y para dar tiempo a que todo este efecto “cascada” ocurriera, se financiaban los programas sociales y el déficit fiscal con deuda.

Muy bonito todo, pero la película no salió como lo esperaba, sino que fue lo contrario. La deuda creció, no le dio tiempo de ejecutar la baja de impuestos y tuvo que echar para atrás la medida sin antes probar los efectos benéficos que tanto ponderaba. La inestabilidad fue tal que no hay británico que no se queje públicamente, pues desde un huevo hasta la factura de la electricidad han aumentado. Solo en alimentos en septiembre hubo un incremento de un poco más de 10%. ¿Quién aguanta eso?

Solo los venezolanos, hay que responder a la pregunta anterior. Y eso porque no hay democracia, los chavistas se encargaron de aniquilarla mucho antes de que sintiéramos los verdaderos estragos de sus políticas económicas nefastas. Pero en el Reino Unido las salidas a semejante crisis están a la vista y nadie las discute; ahora en unos cuantos días el Partido Conservador va a debatir y escogerá a otro primer ministro que tendrá que encargarse de arreglar las cuentas. Es muy probable que se decidan ahora por Sunak, que ofrecía precisamente lo contrario a Truss.

Sería entonces el primer ministro que estrenaría la era del rey Carlos III y con suerte podrá estabilizar la economía y, sobre todo, los precios, que es lo que en el fondo importa a la gente. Como debe ser.


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