Nuestra más remota infancia supo de la frecuente visita al concurrido, extenso  y seguro Parque del Este, como al más modesto y cómodo parque zoológico de El Pinar que nos acostumbró al rugido madrugador de las fieras, ahora reemplazado por el de los motociclistas de las horas más sospechosas. Posteriormente, la ciudad capital supo de otro referente, como el de Caricuao, por no comentar los más cercanos de Maracay y Valencia.

Suponemos que los niños de hoy, y además, los muy crecidos, jamás han visto personalmente a esos leones y tigres rugientes, tampoco les ha divertido una manada de monos inquietos y ocurrentes disputando una cotufa, o los caimanes tan quietos y grisáceos que parecían esculpidos en puro cemento. Por lo general, las visitas eran gratuitas y el recorrido sintetizaba toda una experiencia familiar que dejaba sus hermosos testimonios gráficos, añadido el paseo de los novios que no podían quizá pagar el cine.

Por mucha era digital que vivamos, o juremos vivir, seguramente un muchacho de estos días se sentiría extraordinariamente atraído por las charlas que conocimos de Pedro Trebbau, a través de la antigua y meritorísima Televisora Nacional (Canal 5). Posiblemente, sean pocos los estudiantes de la escuela de zoología de la Universidad Central de Venezuela, por ejemplo, siéndoles más atractivo cursar en la escuela de veterinaria, cuyas vocaciones despertaron al auxiliar y resguardar a un animal malherido, o al admirar a otros vistosos y atrevidos, en el trayecto de un bachillerato que definitivamente desestimaba la materia.

Recientemente, con el más absoluto desparpajo, aunque todavía en tránsito hacia nuestro país, Nicolás Maduro anunció la llegada de cuatro leones blancos, linces, elefantes y jirafas presuntamente destinados al zoológico del ya citado extremo oeste caraqueño, cuya cercanía con la estación del Metro garantizaba una buena asistencia a lo que fue un reino de la curiosidad infantil. Desde la excentricidad, jamás lo sabrán, a los felinos y demás compañeros de aventura nadie podrá garantizarles la debida alimentación y atención médico-veterinaria, perdiendo prontamente el hábito del zoológico Hodonín de la República Checa, donde nacieron, en lugar de la Suráfrica que todavía supone el usurpador.

Valga acotar, el tema es uno de los menos cotizados en la opinión pública que está atenta a otros de inmediata gravedad e impacto, excepto sirva de cantera para la ofensa y descalificación personal, atentos los arbitrarios tipificadores del odio en el empleo delincuencial de cualquier metáfora o metonimia alusiva y sólo exclusivamente alusiva al régimen y a sus más conocidos representantes. Ni por una humorada, ya es posible aludir aún a la más silvestre fauna política venezolana, al menos, oficialista, que encontraba cupo en la antigua programación radial y televisiva, por no mencionar la prensa escrita.

Zoológico El Pinar, 1945

No olvidemos tampoco que la catástrofe humanitaria ya de muchos años, le dio alcance a los zoológicos venezolanos, diezmando a todos los seres vivos, añadidos los empleados forzados a huir por tan miserables salarios. Y, como si no hubiese pasado nada, acabando con lo que quedaba, el régimen anuncia la compra e importación caprichosa de unos leones blancos que alguna vinculación pudiera tener con esa suerte de pensamiento mágico-religioso que ha cultivado, obligados todos a pastar en sus movedizos terrenos a falta de otras y mejores razones valederas para reconocernos en una realidad sentida como ancha y ajena.

La zootecnia luce como un oficio cada vez más extraño, en el extenso territorio nacional ocupado y explotado por los grupos irregulares, quebrados los centros de enseñanza que la impartían y le daban una prestancia y dignidad que la improvisación jamás podrá dispensarle. Y la sola noticia, por mucho que la solapemos, sobre la ciertamente repentina adquisición y celebración de los leones, actualiza un drama que tan poca prensa tiene.

@Luisbarraganj

 

 

 

 


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