España destina medio millón de euros al Darién ante el aumento de migrantes
EFE

“El futuro es el origen de la historia”. Asdrúbal Baptista

No me hago la idea de que puedo discernir la razón, entre muchas, de la motivación principal de la fuga de 7 millones de venezolanos de su patria, de su familia, de sus amores; sin embargo, imagino diversas explicaciones y yo, humildemente, echo a andar, como una conjetura, un dilema existencial que se encara, con dos filosos cuernos: o se van porque no soportan el presente crítico, crucial, irremediable; o lo hacen porque temen no poder ni siquiera pensar con verosimilitud que hay oportunidad para que ese cosmos trágico, malogrado, hórrido en que flotamos pueda cambiar, y desde luego vivamos otra más que esa realidad patética que los impulsa a intentarlo todo, y basta evocar al Darién, aunque la razón lo desaconseje.

La cotidianidad del drama venezolano, y pienso en el cubano también, revela una lucha permanente para asegurar los elementos básicos de la supervivencia que hace de la rutina un esfuerzo heroico diario y lleva a muchos al extremo, para asegurarse a sí y a los suyos la condición de persona humana dotada de dignidad. ¿Cuántos no lo logran y se saben disminuidos, carentes, falentes, vencidos?

Empero, atribuyo a la carencia de ilusión de historia, de metas, proyectos, sueños de porvenir, la desesperación que se traduce en arrojo, en coraje como nuestros coterráneos, en su aplastante mayoría, asumen el reto del desarraigo y la aventura difícil de irse a sembrar cual semillas en tierra ajena, expuestos a todo y sin mayor avío en las alforjas que un tumor en el alma que le pesa demasiado, para permanecer en el pandemónium de su, sin embargo, Venezuela querida, sin ninguna iniciativa, expectativa o fantasía.

Hace ya varios siglos, don Pedro Calderón de la Barca escribió una grandiosa obra de teatro, a la cual justificadamente la literatura otorgó el reconocimiento de la posteridad y, en una locución, se ha querido resumir: “La vida es un sueño y los sueños, sueños son.” Rico contenido el que esa expresión trae consigo y algunos trazos nos vienen al espíritu y nos permitiremos glosar.

El fondo de la trama y su pragmática, simplificándolo bastante a los fines de esta sencilla reflexión, es la distancia y la trascendencia que hay entre el libre albedrío y la predestinación en la vida de los seres humanos. Asumir el uno o la otra implica un ejercicio de libertad o renuncia que impregna cada paso del devenir de cada cual.

Crear en la mente un teatro existencial, dotarlo de actores, de un guion que asigna a unos y otros un papel a jugar, un decir, cantar, confesar, perder o ganar, en nuestro momento, comprende, necesariamente, un salto, un desplazamiento, un traslado.

Es un ejercicio de pensamiento que a medida que lo consideramos va tomando forma y significación. A veces se hace en solitario y otras, en familia, con la pareja y hasta la abuela quiere participar y se te hace la respiración pesada, la garganta apretada y hasta ganas de llorar, pero, ya decía el arzobispo de Recife Helder Cámara, y lo he antes escrito, pero lo repito y parafraseo; los sueños se visten de realidad cuando los compartimos, los hablamos, los descartamos y retomamos y entonces, ya estamos caminándolos y cruzando el mundo a pie.

Marcharse se trastoca en el sueño que insufla una realidad entre lo genial onírico y lo tangible, en un acto de rebeldía. Es una negativa a la propuesta de una eternidad ya conocida y acaso, para vegetar sufriendo, hasta por la falta de alguna incertidumbre que nos mueva a pensar que mañana no es igual y que puedo creer, sin saber si es verdad. De eso se trata de escoger, elegir, decidir la vida y ensayarla, desde mi propio yo y no esperar a que se cumpla un destino que me asigna en cada madrugada la mediocridad.

Segismundo toma esa postura a cualquier costo para él. Duda, vacila, pero continúa y no deja que el hedor del odio lo impregne y lo contamine; no definitivamente. Él hace su camino contra los tiempos y los vientos. Él vive.

Por eso me sumo a aquellos que no cesan de escudriñar, aún en la total obscuridad, una llama escondida y agónica que no por ello deja de ser una luz.

Platón obra en el sentimiento y en la pluma de Pedro Calderón, esta inmanente. No se conforma Calderón con Segismundo; ni se entrega, ni se postra, ni se rinde, pero expía. Para salir luego del sueño hay de construirle una situación.

Existe y en el trance constata que la libertad es discernimiento y responsabilidad que lo acompañará en su estar y ser; es lo trascendental verdaderamente en el pasaje que con el aliento nos ha ofrecido la providencia.

Este país no merece seguir como muerto, como un zombi, como un indigente que se sacia con los despojos del infortunio, del yerro, del miedo, deshumanizado. Tenemos un deber con él. Y aunque algunos nos miran con conmiseración o con desprecio porque aún creemos y buscamos los magines que nos reconforten, cabe recordarles y sobre todo a nosotros mismos, con altura y convicción que podemos cambiar, mover, apartar la viga de ese, si no, que se nos postula desde la hegemonía patológica y fatua que nos quiere aplastar.

«¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.”

@nchittylaroche

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