Al inicio de cada semana me enfrento al mismo dilema: decidir el tema para el próximo artículo que publicaré en este prestigioso diario venezolano: El Nacional. La mayoría de las veces la decisión no es para nada complicada porque la revolución es una fuente infinita de asuntos y problemas que demandan un pronunciamiento por parte de quienes realizamos tan noble pero exigente oficio. Pero hay días, como este en que estoy al frente del computador, en que el tema se esconde o se escabulle en los múltiples vericuetos del cerebro, generando una sensación de parálisis y angustia.

El solo hecho de dar con el título del texto es suficiente para iniciar mi cometido. En esta ocasión la luz se encendió al dirigir la mirada hacia un específico estante de mi biblioteca, ocupado por varios ejemplares de la obra del escritor y filósofo rumano Emil M. Cioran. El título de uno de ellos, que es el mismo que encabeza esta columna de hoy, fue suficiente para que se abriera el cauce de la avasallante serie de acciones contraproducentes que se han ejecutado a lo largo del proceso revolucionario venezolano, y que han terminado por colocar a nuestro país y su gente en la inopia extrema.

Obviamente, por razones de espacio, acá solo aludiremos a pocas de ellas, ocurridas durante las ineficientes gestiones de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, las cuales ponen de manifiesto una política económica común que explica el estado de postración en que hoy se encuentra el país.

Empecemos resaltando que Chávez fue el artífice del proceso de alimentar sin contención al “ogro filantrópico”, o sea, la conformación de un Estado fuerte que se impone a la sociedad débil que lo integra. Eso se logró ejecutando una política de debilitamiento –a través de expropiaciones arbitrarias– de importantes empresas pertenecientes al sector privado.

Las primeras víctimas fueron las compañías controladas por inversionistas extranjeros (Electricidad de Caracas, Cantv, Sidor, Cargill, Banco de Venezuela, empresas cementeras en manos de grupos de Francia, México y Suiza, Complejo Hotelero Margarita Hilton, Fama de América, Café Madrid, Hipermercados Éxitos, Agroisleña y muchísimas otras más). La argumentación detrás de la acción ejecutada se hizo acorde a la fraseología revolucionaria: “Tienen años explotando a los trabajadores, destrozando el ambiente y llevándose el dinero de los venezolanos”.

Hay que resaltar también que, durante la gestión de Chávez (1999 y comienzos de 2013), el gobierno nacional recibió ingentes ingresos de dólares por concepto de exportaciones petroleras. Desafortunadamente, para desgracia nuestra, nada se ahorró para enfrentar la crisis que las mentes razonables avizoraban en el futuro cercano: inflación, contracción económica y desempleo.

De acuerdo con cifras del Banco Central de Venezuela, en 1996 las exportaciones petroleras representaron 78,5% de las exportaciones totales, mientras que las no petroleras fueron de 23,4%. Por el contrario, en 2009 las exportaciones petroleras fueron 94% de las totales y las no petroleras alcanzaron tan solo 6%. En 2011 la situación empeoró: las petroleras se ubicaron en 95,1% y las no petroleras fueron de apenas 4,9%. Las consecuencias eran obvias: empezamos a depender exageradamente del ingreso petrolero.

Chávez, a la cabeza del gobierno, no le prestó atención a tan significativo hecho; peor aún, su mente “revolucionaria” y poco conocedora del tema económico no visualizó el grave peligro que implicaba la descocada política “revolucionaria”. En su mente enfebrecida, propia de los jugadores de póker, solo tenía relevancia el hecho de que en 1999 el precio promedio del barril de petróleo fue de 16,3 dólares; en 2000 de 26,3 dólares;  en 2002 de 24,1 dólares; en 2004 de 32,9 dólares; en 2005 de 46,2 dólares; en 2006 de 56,4 dólares; en 2007 de 65 dólares; en 2008 de 86 dólares; en 2009 de 57 dólares; en 2010 de 72 dólares; en 2011 de 101,1 dólares y en 2013 de 99,5 dólares.

En el lapso que va de 1999 a 2013 Venezuela recibió la astronómica suma de 786.500 millones de dólares en ingresos por exportaciones petroleras. La aristocracia revolucionaria veía eso como algo gozoso, sin percatarse de que cuando esa lluvia ácida de dólares caía e ingresaba en nuestras arcas, el país se hacía más rentista, más dependiente de los ingresos petroleros y se producía internamente una significativa apreciación del tipo de cambio. Eso último generaba un contraproducente boom de importaciones y un decrecimiento de las exportaciones no petroleras. El fenómeno era el inequívoco síntoma de la conocida “enfermedad holandesa”.

Después de la muerte de Chávez, en la campaña presidencial de 2013, la oposición comenzó a referirse a la crisis económica que se avecinaba. La respuesta de Maduro fue calificar dicho señalamiento de “guerra económica”. Para finales del año la realidad se manifestó a través de la inflación, el aumento del desempleo, fuerte caída del mercado inmobiliario y disminución del producto interno bruto (PIB), esto es, el valor de la producción de bienes y servicios que se producen en un país en un período dado.

Al paso de los meses la respuesta del nuevo gobierno presidido por Maduro fue cuartelaría con el establecimiento de un rígido control de precios y operación “cívico militar” para inspeccionar empresas y comercios, a fin de combatir el “acaparamiento y la especulación”. Para el segundo semestre de 2014, la economía venezolana entraba oficialmente en recesión.

A comienzos de 2016 se decreta la emergencia económica nacional. Eso se traducirá, entre otras medidas, en los aumentos del precio de la gasolina y del salario mínimo, así como la devaluación del bolívar.

En agosto de 2018, después de profunda meditación, Nicolás hizo uso de su “fórmula mágica” para recuperar la economía nacional: aumento del IVA de 4% a 16%; sustitución del “bolívar fuerte” por el “bolívar soberano”, lo que implicó quitarle cinco ceros a la moneda; aumento del IVA, el cual pasó de 4% a 16%; e incremento substancial del salario mínimo. Tales acciones no fueron más que “pancadas de ahogado”. De acuerdo con la medición realizada por la Asamblea Nacional, entre noviembre de 2017 y noviembre de 2018, la inflación fue de 1.300.000%. Eso nos convertía de hecho en el país más pobre y desafortunado del mundo.

Sin necesidad entonces de extendernos más por haber entrado el país en ese estadio avanzado que en latín se conoce como in artículo mortis, nos enteramos este miércoles 19 de agosto de que la Asociación Venezolana de Exportadores (AVEX) calcula que las exportaciones pasaron de 454 millones de dólares en el primer trimestre de 2019 a 290 millones de dólares durante el mismo período de 2020, lo que representa una contracción de 36%. Eso es una evidencia más de que el corazón económico del país está a punto de detenerse.

¡Que Dios se apiade de nosotros!

@EddyReyesT


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