No hay revolución social sin crímenes, desencantos, ni exilios. Desde hace varias décadas Cuba es un ejemplo irrefutable. Solo hay que observar nuestra triste y repetida historia. Algo así como el eterno retorno de Friedrich Wilhelm Nietzsche atrapado en el húmedo calor de una isla caribeña. Desgraciadamente.

Hace 44 años, el 15 de abril de 1980, comenzó el Éxodo del Mariel, una de las escapadas masivas más grandes de la historia de Cuba y, por supuesto, del hemisferio. 125 mil cubanos (los que pudieron hacerlo) dijeron adiós a la revolución socialista y en abarrotadas embarcaciones, pilotadas o enviadas por compatriotas exiliados, llegaron a los Estados Unidos, bajo la presidencia de Jimmy Carter, a recomenzar sus vidas en “tierras de libertad”, frase que aún suelen repetir con orgullo los protagonistas de aquella epopeya, así como otros miles que han continuado huyendo del comunismo caribeño en las siguientes 4 décadas.

El germen de aquella gigantesca estampida social inició unos días antes, cuando un pequeño grupo de civiles desvió la ruta de un autobús público (una guagua, como se dice en Cuba) y entraron a la Embajada del Perú con el objetivo de obtener asilo político. En esta operación un guardia de seguridad resultó herido en el fuego cruzado con sus propios compañeros y murió rumbo al hospital. Tomando el accidente como pretexto, Fidel Castro intentó intimidar a la Embajada del Perú, amenazando con que si no le entregaban a quienes entraron en el bus, le iba retirar la protección al recinto. Pero los diplomáticos peruanos no cedieron ante las amenazas y protegieron a los refugiados. De ahí que el dictador, como desquite, manifestó públicamente que todo aquél que quisiera asilarse en la Embajada del Perú lo podría hacer sin enfrentar represalias.

La sorpresa

Cuando los revolucionarios tomaron el poder en 1959, miles de cubanos visionarios, temerosos e informados de la realidad de los países comunistas, optaron por emigrar a Estados Unidos. Sobre todo se trató de profesionales, empresarios, ejecutivos de compañías estadounidenses, ganaderos y agricultores. En el primer lustro de la revolución creció el número de ojos abiertos ante la verdad del régimen. Poco a poco se fueron yendo. En octubre de 1965, en medio de la crisis interna y de los conflictos con el gobierno estadounidense, el mandamás abrió el Puerto de Camarioca, cerca del balneario turístico de Varadero, en Matanzas, para los que quisieran venir a rescatar a sus familiares.

Ante la firma de la nueva Ley de Emigración de Estados Unidos, desde la Estatua de la Libertad en New York, el presidente Lyndon B. Johnson respondió: “Yo le anunció esta tarde al pueblo de Cuba, que aquellos que busquen refugio en Estados Unidos lo encontrarán. La tradicional vocación de Estados Unidos de otorgarle asilo a los oprimidos será mantenida en el caso de los cubanos”. Hasta el 15 de noviembre 2.979 lograron escapar. Según se ha estimado, otros 2.000 que quedaron varados en Camarioca, pudieron salir luego en barcos alquilados por Estados Unidos.

Solamente por Camarioca se salvaron de la barbarie comunista unos 5.000 cubanos. Fue el primer éxodo que permitió el régimen. De ahí que Castro, que había tenido aquella experiencia, imaginó que 15 años después el resultado no sería muy diferente. Pero se equivocó en sus revolucionarias predicciones. Jamás pensó que en la primavera de 1980, en cuestión de horas, su prepotente rabieta con los diplomáticos peruanos desataría el mayor éxodo de la historia de su fallida y criminal revolución: El Mariel.

El escritor y periodista cubano Carlos Alberto Montaner (fallecido en Madrid hace poco menos de un año) lo catalogó como un craso error. El también analista político hizo un retrato fiel de lo acontecido en aquella histórica manifestación del desencanto revolucionario: “En tres días entraron en la embajada 10.856 personas: 5 personas por metro cuadrado de jardín. Fue un caso único en la historia de las relaciones entre países. Eran una muestra absoluta de la sociedad: había médicos, ingenieros, agricultores, abogados, gente muy educada, menos educada y nada educada. Había personas vinculadas a la revolución, incluso miembros del Partido Comunista, y desafectos. Había niños llevados por sus padres, adolescentes estimulados por la aventura y ancianos. No eran solo habaneros. Se corrió la voz por toda la isla”.

Aquella respuesta del pueblo cubano, como un temblor de tierra en el centro de la ideología del “hombre nuevo” fabricado por el castrismo, disgustó aún más al dictador y ante el inusitado auge del fenómeno autorizó a los exiliados cubanos a atracar en el Puerto del Mariel para recoger a los familiares que desearan abandonar el país.

Castro podía admitir que tantos cubanos quisieran irse del país, que significaba abandonar su revolución, y en sus largos discursos televisivos les estigmatizó como delincuentes, vagos, inadaptados, asesinos, enfermos mentales. Pero, según las cifras que se han manejado en todo este tiempo, mucho menos del 10% eran criminales sacados de las prisiones o personas con trastornos psiquiátricos. Sin embargo, a pensar de que el estigma de locos y homicidas, como señala Montaner, “les afectó a todos los marielitos e incluso a los cubanos en general”, es innegable que el “desempeño económico y social” de los marielitos es “semejante al de la media blanca norteamericana”. Logros que “han servido, además, para revitalizar el mundo artístico hispano en Estados Unidos”, escribió Montaner en abril del 2020.

En su columna dedicada a “los 40 años de aquella infamia”, Montaner asegura que “entre 1965 y 1973 salieron 300.000 cubanos ordenadamente. Otros dos millones se quedaron almidonados y compuestos, listos para partir. En 1980 insistió en el mismo esquema. Primero creó el conflicto. De nuevo autorizó la flotilla de exiliados que recogieran a su parentela, pero para evitar vacilaciones utilizó y “quemó” a Napoleón Vilaboa para iniciar los viajes. Se trataba de un teniente coronel de la inteligencia infiltrado entre los exiliados que le fue muy útil a La Habana. Sólo cambió el puerto de salida. En esta oportunidad no sería Camarioca, sino Mariel”.

Represión vs libertad 

Aunque Castro prometió que no habría represión, sí fueron miles los cubanos a quienes en actos de repudio les tildaron de escoria, sufrieron maltratos psicológicos, vejaciones. El régimen desató una ola de odio y violencia en la que vecinos y hasta familiares de quienes manifestaron su deseo de irse les gritaron todo tipo de ofensas, sus casas fueron pintarrajeadas con improperios y malas palabras, les lanzaron huevos, piedras, les golpearon a tal punto que hubo quien perdió la vida. Todo por el hecho de no querer abrazar el comunismo y abandonar la isla.

Castro “sacó a los niños y jóvenes de las escuelas para los mítines o actos de repudio. Los estudiantes mataron a algún maestro que descubrieron fugándose. Un camarógrafo apellidado Muiñas –eso me lo contó llorando en Madrid–, cuando dijo que se iba del país, lo obligaron a caminar de rodillas entre compañeros de trabajo que lo escupían, insultaban y golpeaban. Perdió un ojo en la golpiza”, relata el autor de Cuba: claves para una conciencia en crisis y Viaje al corazón de Cuba.

En sus propias palabras

Jorge Ulla es el guionista y director de En sus propias palabras, el más reconocido filme sobre El Mariel. En abril de 1983, durante la presentación de ese documental en la Biblioteca Pública de Nueva York, dijo lo siguiente:

“La película En sus propias palabras fue una encomienda de la administración Carter. La idea era documentar cómo las diferentes agencias gubernamentales prestaban sus servicios en medio de la crisis. Cuando se escuchó lo que decían los recién llegados se reveló ante todos otra película: la de un testimonio coral que desmontaba una serie de mitos ambiguos sobre Cuba —se hacían visibles muchas grietas sociales a través de las cuales muchos de los enamorados del “proyecto cubano” podrían, de repente, cuestionar o revalorizar aquel proyecto de una manera crítica. En el documental de 29 minutos hablaban con desazón desde el trabajador, un ciudadano de a pie, hasta un novelista de la talla de Reinaldo Arenas. Sería la primera vez que Arenas hablaba ante una cámara. Se trataba de un fenómeno insólito que hallaría su mejor repercusión entre la intelectualidad y las izquierdas más entusiastas. De pronto, el paraíso era una fuente de desencanto. El presidente Carter le agarró cariño a esa película y estuvo mostrándola en la Casa Blanca a varios invitados. La USIA [Agencia de Información de los Estados Unidos, creada en 1953 por el presidente Dwight D. Eisenhower] la pasó en más de 50 países. Jack Anderson escribió en The Washington Post algo exagerado: «bastaron 29 minutos para revelar lo que pasa en Cuba». Como era un material de la USIA no se podía exhibir en Estados Unidos. Una resolución del Congreso permitió que se pasara aquí y, además, que quedará archivada en la Biblioteca del Congreso. A partir de eso, la vieron en cientos de universidades y bibliotecas públicas”.

Después de tantos años de miedo

Víctor Andrés Triay es el autor de The Mariel Boatlift: A Cuban American Journey. Para este historiador y profesor cubanoamericano, el éxodo del Mariel es uno de los más intensos y reveladores momentos en la historia de Cuba y de los Estados Unidos.

“La Revolución Cubana en ese momento cumplía más de veinte años en el poder. El régimen castrista ya había tenido tiempo suficiente para imponer todos sus programas y todos sus experimentos sociales. Todos fracasaron. Pero sí había producido algunas cosas en abundancia: miseria, represión, emigración, separación –en muchos casos permanente– de la familia cubana. Nunca en la historia de Cuba ni del hemisferio un gobierno había sido responsable por la separación de tantas familias como el régimen de La Habana”, precisa Triay.

Según el autor de libros sobre la Operación Pedro Pan y la invasión a Bahía de Cochinos, los cubanos en 1980 estaban “sofocados” bajo las represiones del totalitarismo. Pero “en lo más profundo del alma cubano existía el deseo y la necesidad de respirar el aire de la libertad. Los gobernantes no entendían la desesperación del pueblo. Tenían la impresión que después de tantos años de sembrar el miedo con sus Comités de Defensa, con sus expedientes acumulativos en los trabajos y en las escuelas, con su fuerte y constante adoctrinamiento a varias generaciones de jóvenes, con asegurar que la información de resto del mundo no llegase al pueblo, con aislar el pueblo de una forma que fueron superados nada más que por Corea del Norte, con sus prisiones políticas y sus campos de concentración para los jóvenes que no se adaptaban a su forma de pensar y actuar, con su presión social para que el pueblo se integrara a una sociedad totalitaria a través de organizaciones de masas, con su censura total, con sus amenazas contra el que no les siguiera, con su difamación y sus calumnias contra todos que habían escogido el exilio, con todo eso: pensaban que habían extinguido cualquier oposición, cualquier sentimiento que no aprobasen, sobre todo el deseo de marcharse para el exilio”.

El régimen humillado 

La magnitud del éxodo, al decir de Triay, equivalió a que mucho más de 125 mil cubanos “votaran con sus pies” en contra del régimen castrista. Triay, como muchos otros analistas, está seguro de que “cientos de miles más se hubieran ido si las puertas se hubieran quedado abiertas. Y los 125,000 no se fueron bajo condiciones fáciles, así como el régimen, furioso al haber sido humillado delante del mundo entero, soltó a sus infames Comités de Defensa para que organizaron sus asquerosos actos de repudio a lo largo de la isla contra los hombres, mujeres, niños, y ancianos que eligieron salir. Y, sí, las turbas mataron personas inocentes, directamente o indirectamente. Pero siguieron saliendo, a pesar del peligro”.

El autor de Fleeing Castro: Operation Pedro Pan and the Cuban Children’s Program, Bay of Pigs: An Oral History of Brigade 2506 y The Unbroken Circle, considera que el éxodo del Mariel mostró “que a un pueblo se le puede asfixiar, se le puede tener la bota presionada contra su garganta, se le puede forzar la cabeza bajo del agua, pero en cuanto ese mismo pueblo siente la oportunidad de poder respirar, cuando ve la luz de poder vivir libremente, pierde el miedo y se estira para llegar a la luz, se llena de coraje y se le endurece el rostro y atraviesa cualquier tormento que pudiera sufrir o cualquier tormenta que pueda producir la naturaleza”.

Para el historiador y profesor de Middlesex Community College en Connecticut, hay otras preguntas: “¿Por qué el régimen tuvo que dar el permiso para que los cubanos pudieran emigrar? Emigrar se considera un derecho humano. ¿En qué país del mundo el gobierno le dice a su pueblo “se pueden ir”, pero después le muestra cómo entre el momento en que expresas tu deseo y el momento en que estés en el mar, te vamos a atormentar, vamos a mandar turbas para acosarte, los maestros de tus hijos los van a humillar, las casas van a ser rodeadas con turbas insultándoles, les vamos a tirar huevos y papas con navajas incrustadas, vamos a confinarlos en centros de concentración con guardias armadas y perros, y en el barco en que se vayan si caben 25 personas obligaremos al capitán con una ametralladora a que lleve 50 para que se hundan en el mar? ¿Quién hace eso? Un sistema enfermo. Un sistema inmoral”, explica Triay, para quien El Mariel representa el deseo natural de la persona de ser libre, y las medidas, los riesgos y las dificultades que uno está dispuesto pasar para llegar a donde pueda respirar”.

No solo las investigaciones, sino también la poderosa evidencia de los éxodos sucesivos, indetenibles, cada vez más desesperados y menos apegados a la revolución, nos aseguran que todos los cubanos que han podido escapar de la isla, de cualquier modo, lo han hecho, y la inmensa mayoría reconoce que irse del país ha sido su decisión más importante, aunque les duela el exilio, el desarraigo y la permanencia del régimen en la isla. El Mariel, luego de dos décadas de la llamada “revolución socialista”, fue una cruda respuesta popular a las falacias, el adoctrinamiento, la ceguera, la censura y la pobreza como eterna bandera que les habían impuesto desde 1959. Los siguientes éxodos han seguido siendo muestras inequívocas de las mismas realidades y los mismos sentimientos, pero El Mariel, sin dudas, fue el primer éxodo del desencanto.

De donde son los gusanos

El escritor Néstor Díaz de Villegas, quien con sólo 18 años de edad, por escribir un poema contrarrevolucionario, fue condenado a 6 años en un campo de trabajo forzado, llegó al exilio en 1979 y presenció Mariel desde Miami:

“Podrá imaginarse lo que significó la toma de la embajada del Perú para los que la seguimos en tiempo real si se toma en cuenta la superioridad informática del mensaje electrónico sobre la experiencia dura. Como televidentes, vivimos la plenitud del evento –el tapiz y su reverso– mientras que los protagonistas sólo tuvieron acceso a un fragmento, a una versión censurada de la trama. Precursora del affaire Eliancito, la crisis fue la inserción de Cuba, y de su historia moderna, en el circo global. Antes de que se oyera por primera vez la palabra Mariel, y antes de que zarpara el primer camaronero, la ciudad se aprestaba para un gran evento”.

De Villegas, quien 37 años después regresó a Cuba y escribió la crónica De donde son los gusanos, publicado por Vintage Español (Penguin Random House), recuerda que “nunca antes (o después) en la historia de este pueblo se había visto tamaña movilización. La gente empeñaba sus casas para comprar un bote; se acaparaban vituallas, enseres, salvavidas. Cada puerto y cada muelle se convirtió en una Compañía de Indias donde se fraguaba la gran aventura del Mariel. Había algo melvillesco en esos preparativos y no creo exagerado decir que nuestra proverbial ligereza nos llevó a precipitar el desenlace y a decidir la partida a favor del astuto monstruo de las profundidades”.

El descrédito irreversible de Castro 

Alexis Jardines Chacón es un filósofo, escritor y profesor cubano, que se exilió en 2011 en Puerto Rico y luego se radicó en Miami. Según su opinión, “la Revolución Cubana -en tanto hecho sociopolítico- cerró su ciclo histórico en 1961, mientras que su posterior proceso de sovietización, en tanto expectativa de futuro, colapsó a partir de los viajes de lo que dieron en llamar la “comunidad cubana en el exterior” o, simplemente, “La comunidad”. Es este el momento preciso en que los antiguos gusanos fueron, por obra y gracia del dictador insular, transformados en mariposas. Los 80 ya son, pues, los tiempos del postcomunismo y del descrédito irreversible de la figura de Fidel Castro”.

Jardines no fue testigo ocular de los sucesos del Mariel, pues en 1978, justamente el año en que Castro legalizó “los viajes de la comunidad”, arribó a la Unión Soviética, donde se licenció y obtuvo una maestría en Filosofía por la Universidad Estatal de San Petersburgo. Pero luego de años de estudio, en su opinión, dichos viajes “pondrían al descubierto ante muchos cubanos la falsedad tanto del mito antiimperialista como del mito revolucionario” y resultaron “una suerte de pre Perestroika”.

En uno de sus ensayos, Jardines cita el libro titulado Fidel Castro y el 11-S: El genio perverso (2011), de Alberto Moral, donde, entre otros temas, analiza el fenómeno del éxodo del Mariel. Según el filósofo, “la tesis de Moral es que Castro recurrió a un peculiar método de lucha, ya utilizado por él anteriormente, que resultó de la combinación del populismo y el terrorismo con los crímenes de bandera falsa”.

Entonces, para Jardines se impone la pregunta: ¿Castro quien en realidad provocó el éxodo del Mariel? “Moral piensa que sí”, acentúa el filósofo. Y reconoce que, aunque no expone pruebas puntuales, “es cierto que en el contexto general de la emigración hacia los Estados Unidos se pueden identificar hasta ahora tres grandes éxodos cada 15 años, aproximadamente. Visto así, no parece ser algo casual”, apunta el autor de El enigma del movimiento.

Fidel entonces también fue engañado

El Mariel fue, sin duda, uno de los momentos más álgidos y complejos para la dictadura de Fidel Castro. Por una parte, se le convirtió en una crisis que, como polvora encendida, se expandió inesperadamente. Y por otro lado, le sirvió como un canal de escape para descomprimir el desencanto social con la revolución socialista, e incluso, a la larga, le trajo el beneficio de las remesas que los marielitos, como buena parte del resto de las generaciones que han abandonado el país, inevitablemente envían a sus familiares y amigos atrapados en las penurias de la isla. Un elemento de no menor importancia, pues esta especie de industria del exilio, echada a andar a cuatro manos por Castro y por los exiliados, ayuda a mantener no sólo al pueblo sino también al régimen.

Según Jardines, observando los hechos y el manejo de estos por parte de Castro, es posible constatar una cadena de sucesos, que el filósofo analiza de conjunto: “Fidel pretendió ejercer su autoridad con los primeros refugiados en la embajada y Lima lo desafió. Quiso entonces castigar a los peruanos retirando la protección de la embajada y en día y medio el número de refugiados dentro del inmueble creció de 6 hasta algo más de 10 000. La solución de este caos creyó encontrarla en la apertura del puerto de Mariel y pronto advirtió que la cifra de los que aguardaban para enlistarse como emigrantes a lo largo de todo el territorio nacional, al decir de algunos, superaba el millón”.

Parado sobre la tesis de Moral, Jardines considera que es precisamente en este punto donde Castro recurre por una parte a las técnicas terroristas que bien conocía y que implementó en su guerra contra Batista. También acude “al populismo implementando los archiconocidos actos de repudio”, e incluso fabrica un “crimen de bandera falsa, ordenando el incendio del círculo infantil más grande del país”, el Le Van Tam.

El autor de Filosofía cubana in nuce: Ensayo de historia intelectual, pregunta: “¿Cómo entender todo este entuerto del Mariel? ¿Acaso, Fidel creía realmente que tenía el apoyo del pueblo y se la jugó? No. Fidel creía que aún tenía engañado al pueblo y se la jugó, para terminar descubriendo, paradójicamente, que el engañado por la propia propaganda revolucionaria y por la complacencia de sus más cercanos colaboradores, había sido él mismo».

El mayor triunfo

Jardines, doctor en Filosofía por la Universidad de La Habana, donde como ejerció como catedrático durante 15 años y obtuvo la categoría máxima de Profesor Titular Principal, está convencido de que el año 1980 “cambió la perspectiva de la realidad de todos los cubanos” y asegura que a partir del Mariel “una especie de pacto entre gobernados y gobernadores regiría la vida pública, si bien no la privada. Para los primeros, la doble moral. Para los segundos, la aceptación de la apariencia en lugar de la realidad. Y la moraleja de todo esto es que Fidel Castro murió sabiendo que el proyecto socialista no funcionaba, que los dirigentes no eran confiables en absoluto y, sobre todo, que el pueblo cubano no lo quería y no lo necesitaba”.

Desde el 15 de abril de 1980, el éxodo del Mariel movilizó y mantuvo en vilo a una buena parte del país por largos meses. Culminó el 31 de octubre de 1980, cuando las tropas militares de Castro le ordenaron a los últimos 150 barcos que aún estaban atracados en el Puerto del Mariel que tenían que regresar a Estados Unidos sin esperar a que sus familiares abordaran. Miles vieron en ese momento deshacerse la esperanza de dejar atrás el comunismo. Pero para aquellos 125.000 que desembarcaron en Cayo Hueso, el haber logrado escapar del castrismo e instalarse en Estados Unidos fue el mayor triunfo que podían imaginar.

44 años después, comprobando el resultado, axiomático y simbólico, de los marielitos en Estados Unidos, y lo alcanzado también por buena parte de los siguientes éxodos, como los balseros de 1994 y los que han cruzado la selva del Darién, o arribado a la frontera sur por diferentes vías, es imposible llegar a otra conclusión que no sea esta, que salta como un pez volador a la vista del régimen, sus defensores y sus oponentes: escapar de la isla comunista ha sido, hasta el momento, la única solución práctica hallada por los cubanos para no vivir y morir en medio de la miseria, apabullados por la pérdida de la esperanza y la ausencia de libertad.


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