No nos equivoquemos. La visita de Josep Borrell a Colombia no fue un gesto amable de los colombianos para estrechar lazos de unión con España. No fue el ministro a suelo neogranadino ni para visitar el pujante eje cafetero ni los desarrollos petroquímicos de la costa cartagenera, ni los eficientes puertos sobre el océano Pacífico, ni el colosal proyecto sino-colombiano del nuevo Metro de Bogotá. Este destacado político dejará la cartera de Exteriores del gobierno socialista de Pedro Sánchez en apenas 10 días, para asumir en Bruselas importantes responsabilidades y una trascendente vocería como nuevo alto representante de la Unión Europea para la Política Exterior y Defensa. Entonces, por conocer el tenor de las tareas que el hoy ministro tendrá entre sus manos es que el gobierno de Iván Duque se animó a invitarlo.

Quiso el mandatario de Colombia que viera de cerca y tuviera contacto con la dramática crisis que experimenta ese país como consecuencia de la presencia, al otro lado de su frontera, de un régimen que no solo ha expulsado a 4 millones de venezolanos hacia el resto del subcontinente a través de Colombia, sino que está exportando y contaminando a la región del más pernicioso de los males actuales: el terrorismo y su perversa asociación con el narcotráfico.

Sin duda que observar de cerca los enclaves donde son atendidos cientos de miles de migrantes depauperados del país vecino, que llegan a borbotones cada día, debe haber conmovido hasta los huesos al diplomático. Debe haber concitado, por igual, su honda preocupación por el efecto socioeconómico que tan desmesurado éxodo está provocando en Colombia. De allí parte, sin duda, el generosísimo y plausible gesto de España de donar un monto muy significativo –50 millones de euros– que le servirán de soporte para atender el inmenso reto que tiene frente a sí.

Pero me atrevería a apostar que las reuniones sostenidas en su primer día de visita con el alto gobierno en Bogotá deben haber servido para abrirle los ojos al ministro español sobre los peligros políticos que se ciernen sobre un gobierno con apenas un año en el ejercicio del poder y con monumentales problemas de toda índole a los que prestar atención.  No le debe haber costado mucho a este profesional de la Economía formado en Stanford y doctor de la Complutense entender los intríngulis e imperativos del rescate económico colombiano, un país altamente debilitado por medio siglo de lucha antiguerrillera. Ni le habrá pasado por alto todo lo que el Ejecutivo de Colombia está teniendo que dejar de lado para para dedicarse a batallar con el peso muerto de casi 2 millones de nuevos habitantes inmigrantes.

Pero más que eso, en el Palacio de Nariño deben haberle contado acerca del peligro que representa para la paz colombiana y de la región el retorno a la violencia de los disidentes de las FARC de la mano del régimen de Maduro. No le habrán ahorrado detalles sobre la manera en que la alianza de la alta jerarquía madurista, envuelta hasta los tuétanos en el narcotráfico, está esterilizando los esfuerzos del gobierno colombiano para desterrar el perverso negocio de la cocaína. También le habrán hecho ver las evidencias con que ningún otro país cuenta sobre las violaciones de los derechos humanos que son el día a día venezolano y que provocan el continuo refugio de dirigentes y líderes opositores en la hermana tierra colombiana.

Nadie mejor que Josep Borrell  para transmitir al resto de los 27 países de Europa lo que se está jugando en suelo colombiano y que va mucho más allá de proporcionarles generoso abrigo a los vecinos y hacerle frente valientemente a un caos humanitario. El nuevo alto vocero de la Unión Europea ante el mundo debe haber visto con crudeza las razones por las que el desacomodo regional que se está provocando en el eje norte de Suramérica, por obra y gracia del chavismo, también se ha vuelto un objetivo de Washington. Y habrá captado cómo son las atrocidades y crímenes del régimen venezolano lo que explica la naturaleza y el tenor del bloqueo petrolero y de las sanciones estadounidenses a los jerarcas del madurismo, que la Unión Europea debería estar activamente secundando.

En las horas grises que atraviesa la dinámica colombo-venezolana posiblemente el mejor aliado que pueda conseguir Colombia para poner orden en la región y terminar de defenestrar al régimen criminal que se aferra al poder en Venezuela es este hombre, Josep Borrell, quien goza además de la capacidad de poder convencer a España del liderazgo que ella está llamada a jugar como guía de los restantes países del viejo continente en este trascendente tema.

 


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