En el cuento corto La casa de Asterión Jorge Luis Borges invierte la perspectiva del mito sobre el Laberinto de Creta para narrar los hechos desde la subjetividad del minotauro. En el encierro, su pasatiempo preferido es recorrer los infinitos pasillos laberínticos, embistiendo hasta caer exhausto. Lamenta no haber aprendido a leer, ya que con esa distracción podría por lo menos acortar sus días y sus noches. Espera con paciencia a su redentor, aquel que lo llevará a un lugar con menos galerías y puertas.

Borges, con sus laberintos e infinitos, podría servirnos de consolación en esta cuarentena. Justamente ahora, cuando los días se hacen largos por la falta de estímulos, sería conveniente proyectarse hacia esos horizontes borgianos. Sus cuentos y su poesía fueron parte del trasfondo del boom latinoamericano, aquella generación que veneraba al anciano argentino tildándolo de “maestro“.

El aislamiento, ese laberinto interno, podría contrarrestarse aunque fuese parcialmente con el estímulo de sus ficciones. La lectura se convierte entonces en un paseo mental de la mano de personajes en sus propios dédalos: alguno se atosiga por el enredo que una memoria perfecta trae consigo, pues no puede olvidar ningún detalle de lo vivido; a otro lo acosa la inmortalidad, esa inescrutable maraña temporal; un tercero, encarcelado durante años en una bóveda, cree haber deducido un mensaje de la deidad en la piel de un jaguar.

Las ficciones de Borges proyectan las inquietudes de alguien que sentía una profunda fascinación por la complejidad de su entorno, plagado de insondables fenómenos y variaciones. Con su prosa ágil e inteligente, y su vocabulario erudito, pero nunca barroco, transmite al lector una tensión metafísica que promete hacer más llevadera la frustrante cotidianidad del actual encierro.

La extravagante imaginación borgiana se puede convertir en un valioso contrapeso a la mediocridad de la monotonía. Quizá sus reflexiones acerca del tiempo, plasmadas sobre todo en sus poemas, sean especialmente relevantes para quien se sienta agobiado por la invariabilidad del día a día. Borges siempre vale la pena, pero quizás ahora un poco más.


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