Bono
Foto archivo

“Hace 200 años una generación se unió para defender a su patria. Hoy nuestro mayor homenaje es seguir construyendo la unión de la nación venezolana”. Así reza el mensaje de notificación con el que se anunciaba el bono Juan Germán Roscio –3,3 dólares–, disponible del 12 al 20 de marzo para los venezolanos que tengan el carnet de la patria, es decir ese instrumento de discriminación que, para estos casos, sirve más que la cédula de identidad y que usa el gobierno para el control social, la captación manipulada de adhesiones y la creación de una ilusoria e incierta imagen de apoyo popular. ¿Puede verse este menguado y discriminatorio bono como un homenaje a Juan Germán Roscio, un luchador precisamente contra la discriminación y un defensor de la libertad, de los derechos de los ciudadanos y de su igualdad ante la ley?

Para quienes han estudiado la vida y obra de este prócer independendista, abogado, escritor, político, Roscio es fundamentalmente un líder civil y un defensor de la libertad. Las bases de nuestra constitucionalidad como República son parte de su pensamiento y toman forma en su pluma. Documentos como el Acta de Proclamación de la Independencia o la Primera Constitución de Venezuela, redactados con su participación, recogen los fundamentos institucionales que definen la naturaleza del poder republicano, federal, liberal, civilista y los derechos naturales del hombre.

La figura de Roscio no ha perdido vigencia. Su pensamiento toma más relieve precisamente ahora cuando se ven tan seriamente amenazados principios básicos sostenidos por él, como los de la soberanía popular, el del carácter limitado del poder público y el concepto de libertad. “No puede ser derecho, ni ley, lo que carece de justicia y equidad”, sentencia Roscio. Y añade: “La arbitrariedad invade la libertad pues priva injustamente al hombre del ejercicio de este derecho”.

Como recodaba el padre Luis Ugalde en uno de sus escritos, Juan Germán Roscio se encargó de acotar que la obediencia a la ley –y al gobierno– no es ciega. Roscio rescata el derecho a la desobediencia, tanto en su versión pasiva, según la cual el ciudadano no está obligado a obedecer actos despóticos o arbitrarios, como en la activa, que es el derecho a la resistencia y que implica el deber de repeler el acto arbitrario como contrario a la libertad y a la Constitución. “Es un tirano cualquiera que haga pasar por ley irresistible e inviolable su voluntad”. “Una obediencia ciega, una obediencia obscura, bien presto abriría el camino a la tiranía, y destruiría la libertad”.

La obra más conocida o comentada de Roscio es seguramente Triunfo de la libertad sobre el despotismo, redactada en su destierro en Filadelfia en 1817. A juicio de los estudiosos, se trata de una obra densa y compleja, escrita con el propósito de luchar contra la mentalidad religiosa conservadora en la que Roscio mismo había sido formado, pero que posteriormente superaría al contacto con el pensamiento político de la Ilustración y su aplicación en 1809 a la realidad venezolana.

Leer a Roscio ayudaría a entender la importancia de principios como los de legalidad, de separación de poderes, de controles sobre el poder, principios inspirados en la libertad y los derechos individuales y de los pueblos. Ayudaría también para rescatar las virtudes cívicas que son la fuerza de una democracia digna de este nombre y en la cual cobran sentido palabras como libertad, responsabilidad, justicia, educación, cooperación, respeto, honestidad, dignidad. La República soñada y descrita por Roscio es una institucionalidad con deberes y derechos, sin predominio en función de la fuerza, contraria al abuso y la manipulación, capaz de regularse y de renovarse. Como ciudadanos esa es una legítima aspiración, a la que no podemos renunciar.

La memoria de los grandes hombres de la patria no es suficiente sin una justa valoración de su legado. La figura de Roscio merece mucho más que la vinculación de su nombre a un menguado y discriminatorio bono.

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