El título del libro de John Bolton, The room where it happened (La habitación donde ocurrió), es muy atractivo en Estados Unidos desde el punto de vista de su mercadeo. El título es el mismo de una de las canciones más famosas del exitoso musical de Broadway Hamilton, tema que alude a uno de los momentos definitorios de la historia de Estados Unidos, cuando en este mismo mes de junio, pero en 1790, Alexander Hamilton, Thomas Jefferson y James Madison decidieron dónde estaría la futura capital de la nación.

Lo definitorio de la reunión de esos tres colosos intelectuales estadounidenses no fue solamente la decisión de que la capital de la nueva república se levantaría a las orillas del Potomac, en Virginia -de donde eran Jefferson y Madison, además del propio Washington-, en lugar de en Nueva York, como lo deseaba Hamilton. Lo clave fue -y así lo reconoció Jefferson después, a su manera- que Hamilton, para entonces secretario del Tesoro, cedió Nueva York, pero a cambio de que la fracción que lideraba Madison en el Congreso accediera a sus propuestas de cómo debía fortalecerse financieramente la economía del Estado como un todo, y especialmente, en ese momento de la discusión, que el gobierno central asumiera las deudas que las distintas ex colonias habían adquirido durante la guerra de independencia y administrara sus formas de pago. Políticamente, la medida otorgaba al gobierno federal un poder administrativo centralizado, a la vez que impedía que los acreedores, por distintas razones, promovieran disensiones y distanciamientos entre los estados y de estos con el gobierno federal. Era una de una gama de proposiciones económicas de Hamilton para mantener la cohesión de lo que antes era una confederación bastante laxa de lo que ahora debía ser un Estado federal fortalecido, en balance con los nuevos 13 estados.

En el musical, el solista principal de la canción es el personaje de Aaron Burr, quien en la historia real ganó el duelo en el que Hamilton perdió la vida. Burr, a quien la historia y el musical mismo pintan como un oportunista político que se fue adhiriendo progresivamente a la facción democrático-republicana de Jefferson y Madison, en contra de los federalistas de Hamilton, se lamenta de no haber estado allí, en el lugar donde se tomaron esas decisiones tan definitorias para el futuro de la nación.

El libro de John Bolton, sin estar aún en las librerías hasta este martes, pero difundido por las redes sociales en formato pdf, con extractos publicados en los medios estadounidenses y comentados por el propio autor en varias entrevistas de televisión, ha originado toda clase de controversias, por las contundentes críticas hacia Donald Trump, de quien Bolton, su ex asesor de seguridad nacional en la Casa Blanca, ha dicho que definitivamente no está calificado para ser presidente, y que su ignorancia sobre asuntos internacionales es casi menos que cero.

A Bolton le están disparando hoy, sin embargo, desde varios frentes. Trump, naturalmente, a lo Chávez, lo califica de wacko (como chiflado), y trató de frenar judicialmente la publicación del libro alegando que revela secretos de Estado. Mike Pompeo, criticado por Bolton en su texto, dice que el ex funcionario dice falsedades y medias verdades. Los demócratas, por su parte, le recriminan que si tanto sabía de las irregularidades por las cuales acusa al presidente, por qué no testificó en el Congreso cuando a Trump se le investigaba y juzgaba buscando su destitución. Los demócratas señalan que Bolton quiso asegurar beneficios pecuniarios en vez de apelar a su patriotismo. Bolton defiende la oportunidad de la publicación del libro, a unos 5 meses de la elección presidencial, apelando al pueblo norteamericano, quien a su juicio es quien debe decidir la suerte del actual mandatario, por quien, obviamente, dice que no votará.

Bolton estuvo muchas veces en el lugar donde se tomaron importantes decisiones de política internacional y seguridad nacional de Estados Unidos. En muchas relacionadas con Rusia, Irán, China, Turquía, Cuba, Nicaragua, Venezuela, y en otras donde se enlazaban todas ellas. En el capítulo “Venezuela libre”, titulado así, en español, en la versión en inglés, se refiere al caso venezolano en los años 2018 y 2019, que es cuando él estuvo en “la habitación” con Trump, los mismos años en que afloró en Venezuela Juan Guaidó como líder de la oposición.

En dicho capítulo, Bolton hace ver como si a pesar de haber estado en la habitación, la acción de otros fue lo que determinó el éxito o fracaso de la política de Estados Unidos hacia Venezuela. Resulta ahora que era Trump, y no él, el verdadero halcón que desde el principio desenterraba el hacha de guerra (aunque “también decía periódicamente que quería reunirse con Maduro”) mientras que el asesor abogaba por una intensa imposición de sanciones en alianza con la oposición venezolana, a las que Mnuchin, el “Hamilton” de estos días, se negaba a establecer de una manera contundente, como supuestamente requería el momento.

Si a Mnuchin le achacó que se aferraba a trámites burocráticos para no actuar, al secretario de Estado, Mike Pompeo (el Jefferson de estos días) le endilgó que se apresuró en sacar de Venezuela a todo el personal de la embajada, después de que la administración Trump reconoció a Guaidó como legítimo presidente del país, y dejó a los norteamericanos sin ojos ni oídos en el terreno. El fracaso de la fallida operación del 30 de abril que liberó a Leopoldo López por unos días, lo atribuyó, entre otras cosas, a “algunos errores tácticos de la inexperta oposición; la ausencia de algún asesor estadounidense sobre el terreno que pudiera, y subrayo ‘pudiera’, haber ayudado a marcar la diferencia; y la fría y cínica presión de los cubanos y los rusos”, que hizo que “el intento de levantamiento se detuviera el día que comenzó”.

De la novatada de los dirigentes de la oposición democrática que dieron la cara por ese entonces, hemos escrito en este espacio en una anterior oportunidad. No existe versión pública que indique que los dirigentes opositores hubieran tenido una conversación directa con Vladimir Padrino, ministro de la Defensa, o con el general Hernández Dala, jefe de la Casa Militar y de la DGCIM, que supuestamente iba a sacar a Maduro del país. El jefe del Sebin, Christopher Figuera, quien comandó las acciones militares de rebelión ese 30 de abril, reconoció que él mismo no había llegado a ningún acuerdo directo ni con estos dos personajes ni con algún otro miembro del Alto Mando Militar, quienes de paso mantuvieron a sus respectivas unidades armadas en los cuarteles. Entonces, ¿en que se basaban Guaidó y Leopoldo López para hacer un llamado a las Fuerzas Armadas desde La Carlota a que depusieran a Maduro?

Bolton asegura todavía que Padrino y Maikel Moreno, el presidente del Tribunal Supremo chavo-madurista, estuvieron involucrados en el levantamiento contra Maduro, y después se rajaron. Pero ¿basado en qué hace esa afirmación? ¿Estaba Estados Unidos negociando directamente con estos personajes? ¿O se basaba en lo que le decía la “inexperta oposición”? ¿Cómo es posible que Estados Unidos se jugara a Rosalinda en esa ocasión sin contar con una labor de inteligencia sólida, que en buena medida dependía del mismo Bolton, en su calidad de asesor nacional de seguridad de la Casa Blanca, con sus naturales vínculos con todas las agencias de inteligencia norteamericanas, incluida la Dirección de Inteligencia Nacional, que las agrupa a todas? ¿Estaba o no en la habitación?

Bolton da como cierta la versión de Christopher Figuera de que la rajada de Padrino y Moreno fue por un problema de reales. Que cuando Padrino y quizás otros militares involucrados vieron que Moreno no deslegitimaba a Maduro, no quisieron correr riesgos. Como dije aquí hace unos meses, ¿para qué se necesitaba un pronunciamiento del TSJ en la supuesta conspiración de ese día, o del siguiente? ¿Para qué necesitaba Vladimir Padrino una justificación proveniente del tribunal para actuar y asumir el control dentro del supuesto esquema de la conspiración? ¡Si a la Fuerza Armada solo le bastaba declarar que el gobierno de Maduro se apartó de la Constitución y buscar su aplicación!

O Bolton no dice toda la verdad, o no quiere reconocer que la incompetencia fue pandémica, es decir, de todos los involucrados. De todos los que estaban en la habitación, in “The room where it happened”.

@LaresFermin


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