“En vano las armas destruirán a los tiranos, si no establecemos un orden político capaz de reparar los estragos de la revolución” / ¡Qué más ejército que la opinión! Simón Bolívar

Hemos venido sosteniendo en anteriores artículos que en el Libertador la doctrina y práctica del periodismo se identificaban de manera mancomunada, la proyección para un flujo informativo capaz, como en la realidad lo fue, y la de multiplicar por medio de la imprenta los enunciados de la transformación revolucionaria, en aquella hora estelar de América.

Bolívar, gran estratega de la comunicación, le daba a esta misma función contenidos que trascendían hacia lo social, hacia la masa anónima del ser colectivo, por cuanto no concebía el éxito completo de las armas sin obtener triunfos sobre la conciencia y espíritu americanos. Al dominio, a la conquista de estos dos soportes en el ideal republicano orientó su actividad propagandística, la cual consideró como insustituible para el alcance de los propósitos que se perseguían en la magna empresa independentista. De allí, que en cierta ocasión exclamaría: “¿Qué más ejército que la opinión?”.

Por esta razón, este enunciado debe registrar, por sí solo, la fuerza de un verdadero axioma. El Libertador persistió con homogeneidad e infatigablemente una y mil veces y con perseverancia, en función de lo colectivo para moldear la raíz y la savia de una patria en formación. En él, no existieron cambios de posiciones con relación a los valores determinantes o decisivos de la imprenta. Golpeó con insistencia, durante todo el curso de su actividad política y revolucionaria a las exigencias que las nacientes repúblicas imponían, la fragua de un proceso comunicacional de nuevo corte sobre las bases de orientación definida en sus compromisos con el movimiento revolucionario.

Únicamente, y de esta manera, las Gacetas o papeles públicos cumplirían cabalmente en el marco del contexto histórico del ciclo independentista, la misión que les asignaba Bolívar, quien desde los comienzos de esta lucha, tanto con las armas como con las ideas, centraba sus esfuerzos para alcanzar niveles de eficiencia informativa. Para ello, fue firme y sistemático y sus frutos robustecieron las posiciones que le permitieron ganar la batalla de la opinión pública. No existieron tareas de las que se inhibiera; constitución, comunicado, parte de guerra, manifiesto y proclama que no redactase, en las cuales no estableciese directa o indirectamente, juicios valorativos a la importancia de esta misma opinión pública.

Por la razón antes indicada escribió a Santander: “La imprenta serviría con buen suceso para inclinar la opinión pública en favor de este código, inspirar una grave circunspección en materia de tanta magnitud y una lenta marcha en senda tan peligrosa”.

Para esa ocasión Bolívar se hallaba en Perú, en posesión y condiciones realmente excepcionales y en pleno apogeo de su gloria militar. Sus compromisos en el Sur, le absorbían el tiempo que pudiera disponer para su utilización en otras áreas distintas a la de los asuntos de Estado y bélicos. Sin embargo, volcaba su preocupación para dinamizar la prédica de un periodismo que, en su pedagogía informativa, pudiese ilustrar y preparar al hombre americano. Y es que en todos los momentos de su tránsito vital, no se limitó a sus actividades como estadista solamente, sino también a la acción divulgadora por medio de la palabra impresa, es decir, a través del periódico en función de los postulados garantes del triunfo para las batallas donde pudiesen estar en juego, el valor de la opinión.

Por ello, desde el comienzo de las acciones emancipadoras, la preparación de la opinión pública se constituyó para el Libertador en un factor de primera importancia, y fue siempre su permanente recomendación a los redactores de las Gacetas o papeles públicos, desde cualquiera de los lugares en los que se encontrara. Así lo que escribiría en 1820 emitiendo un juicio sobre un suceso noticioso, que podía cobrar fundamentos de actualidad informativa para beneficio de la causa patriota:

Su sagacidad en la valoración de lo noticiable y analítico, para que el suceso trascendiese y permitiera la correspondiente formación de una corriente de opinión, le sugería en apremiante indicación a uno de los redactores: “Haga usted, todas las observaciones y que se publique esta noticia”.

De esta manera, Bolívar se constituía en la fuente lejana de la información periodística, en una especie de corresponsal viajero suministrando, desde remotos lugares, el dato preciso y oportuno a los redactores de las Gacetas, para el procesamiento de la noticia que permitiera impactar en la opinión pública, tal como ocurre en la actualidad. Era, asimismo, el director, por cuanto disponía y ordenaba la confección de las ediciones del diario próximo a salir; el periodista atento a las palpitaciones de lo colectivo para el diagnóstico con precisión, sobre la endémica desinformación en momentos en los que más se requería de una mayor información. Por último, Bolívar era el comunicador que para comunicar debía y tenía que estar al día con lo noticiable, ejerciendo un periodismo orientado hacia la emancipación de Venezuela y de la América de entonces.

Quienes hoy detentan el poder y se dicen revolucionarios y bolivarianos por más señas, contradicen el espíritu emprendedor, luchador y amante de las libertades públicas y de los derechos de los ciudadanos como lo fue el Libertador y padre de la patria, Simón Bolívar, cuya egregia figura ha sido denostada a límites increíbles, desde la profanación de la tumba en la cual reposan sus restos mortales, dizque para indagar la verdadera causa de su fallecimiento, pues el genio y figura de la actual sepultura que vivimos los venezolanos,  tenía la endiablada premonición de que había sido asesinado por Santander, quizás alentado por la rivalidad a que mantenía a hurtadillas con Bolívar, según contenido de algunos textos de historia. Y no se diga de la devaluación de la moneda que lleva el nombre del prócer de nuestra Independencia, que dejó de ser fuerte para ser hoy en día la más débil de América Latina.

Y como corolario a todo lo anterior indicado, le sumamos la feroz batalla que mantiene el régimen que preside Nicolás Maduro contra los medios de comunicación social de todo el país, a los que se les acusa de ser aliados de una supuesta conspiración para derrocarlo  y con este pretexto tomar nefastas medidas, que van desde atentados físicos contra periodistas hasta la negación del suministro de papel periódico a diarios de circulación nacional y de provincia, y lo más inconcebible: la confiscación física del diario El Nacional Maduro tiene el descaro de acusar a la oposición de manipular a los medios de comunicación independientes, para conspirar contra su régimen, cuando el verdadero poder mediático lo configura: VTV, TVES, y más de 187 televisoras comunitarias y medio millar de emisoras, amén de semanarios, quincenarios, mensuarios y panfletos que circulan en todo el territorio nacional en los que pregonan maravillas de los “logros de la revolución socialista, marxista y mal llamada bolivariana”.

Olvida, o mejor dicho ignora Maduro que para Bolívar la imprenta fue, como en el presente, “la artillería del pensamiento”

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