Vladimir Putin no viajó a Nueva York para asistir a la cita anual de la Asamblea General de las Naciones Unidas, este año en su septuagésima edición. Tendría él sus razones. Pero lo que sí hizo el miércoles 21 de septiembre ―desde sus cómodos aposentos en Moscú y un día después de haber comenzado el debate general que reúne a jefes de Estado y de gobierno, así como otros altos funcionarios de esta organización―, fue difundir, urbi et orbi, un discurso de advertencia dirigido, con especial interés, a sus enemigos del bloque occidental.

Consciente de que la atención mundial en esa plataforma por excelencia del multilateralismo estaba centrada en el conflicto creado por el mismo, a raíz de su capricho delirante en Ucrania, quiso Putin, deliberadamente, aguar la fiesta de aquellos que se aferran a la esperanza de una solución pacífica y negociada del conflicto.

Ese día, el señor Putin fue muy claro al proclamar ―palabras más, palabras menos― que a esos líderes de las potencias enemigas que han osado chantajear a Rusia con la amenaza nuclear, les haría bien recordar que su país cuenta con una mejor y más avanzada dotación de esos juguetes de muerte. No mencionó quiénes eran los intimidadores; pero igual eso no importa, porque esa parte mentirosa de su discurso, al igual que otras tantas, iba destinada a sus engañadas y no tan engañadas huestes;parte, pues, de su narrativa de terror.

Y entonces, lo más importante de su perorata: Rusia “empleará todos los medios a su disposición para defender su territorio”. Por supuesto, este era un trocito del cínico libreto ya elaborado, y que incluyó, dos días antes, el anuncio de las autoridades títeres de la región del Dombás (Luhansk y Donetsk) y de las jurisdicciones meridionales de Jersón y Zaporiyia, de celebrar, este fin de semana, referendos fraudulentos de anexión a la “madre patria rusa”.

Ni más ni menos,Putin expresaba de manera implícita que, una vez anexados estos territorios a la Federación Rusa, cualquier ataque de las fuerzas ucranianas, con o sin apoyo de Occidente, lo autorizaría automáticamente, haciendo uso de, disque, ciertas disposiciones constitucionales, a utilizar todos los instrumentos de defensa disponibles, lo que hizo pensar inmediatamente en el empleo de armas nucleares tácticas. Por cierto, una interpretación acomodaticia si se toma en consideración que la doctrina nuclear de ese país habla del empleo de dispositivos nucleares sólo en los casos en el que la existencia del Estado ruso se vea amenazada, algo bien alejado de la realidad.

Para algunos analistas, estamos hablando de una movida inteligente por parte del Kremlin, toda vez que lo que ha estado perdiendo en el terreno de batalla durante las últimas semanas de acecho y contraofensiva ucraniana, pretende Putin hacérselo empleando instrumentos de corte político, y el chantaje nuclear, este sí, como garantía.

Al margen de los tiempos que este proceso de anexión tome, lo cierto es que la jugada rusa ha enviado la pelota para el lado ucraniano y de sus aliados. La pregunta de rigor que ronda la cabeza de todo el mundo: ¿Una vez anexionados estos territorios, así sea por vía ilegal e ilegítima, estarían todavía dispuestas las fuerzas militares ucranianas a continuar su campaña de reconquista?

Formulado, en otros términos: ¿Obligaría esta nueva situación a los países miembros de la OTAN a reconsiderar la estrategia de lucha que hasta ahora han venido compartiendo con las autoridades ucranianas?

Algunas respuestas a estas interrogantes han asomado a través de los medios. Y es que ya altos voceros de los países miembros de la OTAN, entre otros, el presidente Joe Biden, han manifestado que bajo ningún concepto la artimaña referendaria de Putin será reconocida, lo que pudiera indicar que las incursiones ucranianas continuarían teniendo luz verde. En ese caso habría que esperar la respuesta de Moscú, un escenario de extremada tensión que colocaría a Putin entre la espada y la pared – en caso de inacción -frente asus connacionales rusos.

Es evidente que la amenaza nuclear rusa pierde cada día más fuerza, a pesar de que Vladimir Putin insista, casi suplicando, que no se trata de un bluff. Y es que resultó ciertamente disonante que, en la misma intervención del 21 de septiembre, el presidente ruso anunciara la firma de un decreto que permitirá lo que él llama “movilización parcial” de la reserva, es decir, un estimado de 300.000 potenciales reclutas,con cierta experiencia militar relevante, que serían enviados al frente de guerra.

Con estas aclaratorias, el presidente ruso pretendía tranquilizar a una población que ha comenzado a entender en su justa dimensión los alcances de la locura del Kremlin. Las reacciones iniciales no se hicieron esperar:  Protestas en algunas ciudades de la Federación Rusa, por supuesto rápidamente reprimidas, y manifestaciones de miles queriendo abandonar el país.

Sujeto al riesgo de un error de cálculo, Vladimir Putin pareciera estar moldeando un cuadro que bien pudiera entenderse como su aspiración mínima; esto es, consolidar, a través de los citados procesos referendarios, su posicionamiento y control de las regiones del noreste (Donetsk y Lugansk) y la estratégica área meridional de Zaporiyia y Jersón, con lo cual garantizaría su control total sobre el mar de Azov y gran parte del estratégico mar Negro; todo ello como complemento de su írrita anexión de Crimea en 2014, y su potencial y tal vez irrenunciable aspiración a la joya de la corona: Odesa.

La posesión efectiva de estos territorios representa para Vladimir Putin el punto mínimo desde el cual podría, quizás, y solo quizás, acceder a un proceso de negociación con su contraparte ucraniana; un escenario más que remoto, a juzgar por la posición manifestada en reiteradas oportunidades por el presidente Volodímir Zelenski y su determinación de vencer absolutamente a las fuerzas de ocupación rusas.

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