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El diálogo de México huele a formol. Es un cadáver en descomposición. Mientras, el regreso de los estadounidenses venezolanos de Citgo a la cárcel, como respuesta a la decisión de extradición del colombiano Alex Saab, complica las cosas. Es más que un asunto judicial. Es un asunto político.

Y hace falta hoy, en mi criterio, alguien que pueda entenderse con ambos lados: Washington y Caracas.

Chávez era un hombre con un enorme tutifru ideológico. En 1999 envió una carta a la extinta Corte Suprema de Justicia, en la que después de evocar una fuerza “cartesiana” y de mezclar a Cristo con Marx, invocó “la exclusividad presidencial en la conducción del Estado”, es decir, el Estado soy yo.

Pero más allá de su errática vuelta al socialismo marxista, su bronca permanente con la propiedad privada y la libre empresa, Chávez sabía con quién y cómo tratar al poder.

En 1999, cuando Chávez era el presidente electo de Venezuela y Bill Richardson era el secretario de Energía de la administración Clinton, Chávez visitó DC y enviaron a Richardon a reunirse con él.

Clinton y Al Gore no le recibieron.

Tengo el honor de conocer a Richardson. Es un hombre con un sentido del humor muy negro. Suele bromear por todo. Y parece nunca disgustarse por nada. Siempre toma el teléfono con cordialidad y nunca parece tener prisa.

Es amante de los secretos. Y recuerdo que Keith Mines, exjefe de la oficina de Asuntos Andinos del Departamento de Estado, y uno de los americanos más enterados del tema venezolano, me mostró con orgullo una foto con él, cuando supo que le visité.

Richardson ha sido víctima en Venezuela del ataque de lobistas que conocen su influencia. Él fue ministro de Clinton y Obama, pero además es un respetado personaje para quien hoy es el más influyente en el Departamento de Estado: Antony Blinken.

Mientras estuvo en el Congreso, Richardson fue un ávido defensor del TLCAN y le dio al Presidente Clinton un canal no revelado para negociar con el presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari. Estos esfuerzos hicieron que México le concediera el Premio Águila Azteca, el mayor honor del país para un extranjero.

Antes de encabezar la misión de Estados Unidos ante las Naciones Unidas, se reunió con los líderes Fidel Castro y Alberto Fujimori, de Cuba y Perú respectivamente, para abogar por la liberación de presos políticos. Tema en que se le ha ido la vida.

Ha estado en el consejo asesor de empresas como Kissinger McLarty Associates (dirigida por el exsecretario de Estado Henry Kissinger) y Diamond Offshore Drilling Inc.

En 2008, Richardson recibió una llamada. Tres hombres estadounidenses que trabajaban bajo contrato con Northrop Grumman estaban secuestrados desde hacía un par de años por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), cuando su avión se estrelló en una zona selvática controlada por los rebeldes mientras realizaban una misión antidroga

Richardson buscó hablar con Chávez para que mediara y la respuesta de este fue casi un chiste: «No conozco a las FARC».

«Presidente, le pido tres cosas. Primero, que aunque no estoy aquí como representante del gobierno de Estados Unidos, me acepte oficialmente como alguien que puede ayudarnos a sortear este problema. Me gustaría ser un mediador clave en esta situación», le dijo.

Chávez asintió y él siguió adelante.

El asunto terminó en una liberación por parte del Ejército colombiano. Pero se sabe que Chávez intentó colaborar con Richardson y envió el mensaje a las FARC.

El 5 de marzo de 2013 Chávez murió.

Un mes después, Richardson recibió una llamada de José Miguel Insulza, secretario general de la Organización de Estados Americanos, para que fuera a Venezuela como enviado especial de la OEA.

Cuando llegó al palacio presidencial, Maduro ya estaba allí y se saludaron como amigos –pasaron un tiempo importante juntos cuatro años antes, mientras negociaban la liberación de los presos de las FARC-.

Richardson le hizo una pregunta en el encuentro de cómo pensaba abordar el tema Venezuela de ser elegido y Maduro contestó: «Bien, gobernador Richardson. Como usted sabe, usted ha sido un amigo de Venezuela. No de  Estados Unidos. Sino usted. Usted es nuestro amigo».

Luego Maduro, al final de la reunión, hizo acercar a Richardson:

«Gobernador Richardson», susurró Maduro.

«¿Sí?»

«Siempre fuiste un buen amigo del comandante supremo. Quiero que envíe un mensaje a Estados Unidos de que quiero regularizar nuestra relación e intercambiar embajadores lo antes posible».

Esta es parte de la historia de Richardson con Venezuela. Creo que pudiéramos mirarle con mayor utilidad para la solución del conflicto. Creo que es hora de tomar el teléfono y llamar a Richardson.


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