Si se apuesta sin ninguna clase de duda, ni de cálculo, por la democracia y la sensatez, por el arte costosísimo de gobernar, hay que celebrar que Joe Biden hizo alzar su voz durante el discurso del estado de la Unión estadounidense.

El viejo Biden, que lleva rato por aquí -como él mismo dijo con picardía- está dispuesto a dar la pelea para evitar el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. Y tiene argumentos y gestión de sobra para enfrentarlo y convencer a sus electores demócratas y a sus compatriotas, que disfrutan de la salud inmejorable de la economía de su nación, con cada día más empleos y más dinero en los bolsillos.

Biden es un político hábil, veterano de mil batallas, políticas y personales, que luce afable y cercano, y que hizo una demostración durante la hora y poco más de discurso de que tiene la fuerza, la voluntad y la rapidez mental que envidiarían muchos aspirantes a políticos con más aparente vitalidad juvenil.

The New York Times lo resumió así: “Joe Biden pronunció un discurso enérgico y apasionado que fue tanto un arranque de campaña como un estado de la Unión, aprovechando lo que se espera que haya sido una de sus mayores audiencias del año para defender con contundencia que está bastante apto para gobernar otros cuatro años”.

Sin mencionar directamente a Trump, al cual siempre se refirió como “el predecesor”, Biden advirtió del peligro que representaría para Occidente -el mundo libre- que el ex mandatario volviera al poder, porque el magnate junto a la bancada republicana ha impedido, entre otras cosas, que Estados Unidos apruebe más ayuda para Ucrania. El presidente en ejercicio recordó cómo su “predecesor” animó a Vladimir Putin a “hacer lo que le dé la gana”.

Biden reclamó para su país la posición de liderazgo mundial que siempre ha desempeñado en defensa de la libertad y la democracia desde las primeras líneas de su discurso al hacer referencia a Franklin Delano Roosevelt y el discurso de la Unión de este durante el período de la Segunda Guerra Mundial.

No fue, subrayan medios y analistas, el típico discurso del estado de la Unión, esa larga lista de lo realizado y de lo que está en la planificación. No. Biden planteó a los estadounidenses el dilema político que tendrán que resolver entre dos candidatos en polos opuestos: uno atrabiliario y mentiroso, y otro que con tan solo 29 años fue electo senador de su país y se ha forjado durante décadas en las tareas del diálogo y la negociación, que sabe escuchar y sabe cuándo hacerse oír.

Quedan ocho meses para la elección presidencial de Estados Unidos. Comienza una campaña agria y tensa, en la que estará en juego el destino de la primera democracia del mundo.

El discurso de Biden fue una inyección de ánimo y emoción para sus partidarios, para que se convenzan de defender una administración con una economía en alza, que tiene controlada la inflación y que goza de la confianza de los consumidores y que, punto muy importante, surgió de las profundidades de la crisis de la pandemia de 2020 y de un gobierno, el de su predecesor, que dividió y sembró la discordia e intentó subvertir el orden constitucional. También enfrenta Biden escenarios conflictivos y de altísima complejidad en Ucrania y Gaza, que generan reacciones críticas en el electorado estadounidense.

Nada está decidido en la contienda electoral que se aproxima velozmente. A Biden siempre se le ha subestimado; incluso cuando compitió por la nominación demócrata y aún más cuando se enfrentó y derrotó a Trump en las elecciones de 2020, con la votación más alta hasta entonces. Está acostumbrado a partir en desventaja sin impacientarse. Con su discurso, los donantes para su campaña también se hicieron sentir.


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