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El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha sucumbido al chantaje migratorio que le ha planteado el líder bolivariano, Nicolás Maduro, en un ejemplo más de la estrategia moderna de guerra híbrida. La opción militar ya no es necesaria para crear conflictos entre países con fuerzas asimétricas. La generación de fuertes flujos migratorios hacia países ricos se está convirtiendo en foco de tensión y en agenda de negociaciones en las que la vida de los migrantes sólo tiene un valor táctico. Rusia con Finlandia, Bielorrusia con Polonia, Marruecos con España y, ahora, Venezuela con Estados Unidos. En el caso de Venezuela, su plan de presión migratoria implica forzosamente a todos los países centroamericanos de paso, por lo que se agrava el conflicto, en su gestión diplomática y en su dimensión humana. El caso es que Biden ha tomado decisiones frente al régimen de Nicolás Maduro que revelan falta de criterio y de objetivos. Además de levantar parcialmente las sanciones a la exportación de petróleo, la Administración Biden acaba de cerrar un canje de prisioneros por el que devuelve a Caracas a sujetos investigados por narcotráfico, familiares de Cilia Flores, esposa de Maduro. Sin embargo, el gran éxito del autócrata ha sido la liberación de su testaferro, Alex Saab, que fue extraditado a Estados Unidos desde Cabo Verde tras un proceso largo y complejo de investigación.

Para Washington hay un dato que justifica estas cesiones. Entre 2021 y 2023, han entrado en su territorio más de medio millón de venezolanos. Aunque la consigna de Biden era no parecerse a Trump, la presión de la inmigración ilegal le ha llevado a secundar sus principales iniciativas, como la del muro en la frontera con México. El presidente demócrata ha permitido ampliarlo con seis kilómetros más. La pregunta clave es saber qué ha conseguido Biden con sus cesiones a Maduro. Por el momento, Maduro está acercando la cerilla a la mecha de un conflicto militar por el Esequibo, una región de la Guyana fronteriza con Venezuela. Es muy típico en los dictadores desviar la atención sobre sus felonías creando un conflicto internacional, más aún en tiempo electoral, con el efecto de la unificación patriotera que suelen provocar estos planes. Entre tanto, la líder de la maltrecha oposición democrática, María Corina Machado, está siendo perseguida implacablemente por la justicia sectaria de Maduro –eso sí que es un ‘lawfare’ genuino, y no lo que se dice en Ginebra–. Y, en general, Venezuela sigue siendo una dictadura tóxica; dictadura para todos los ciudadanos del país que no han podido salir aún (lo han hecho más de 7 millones de venezolanos); y tóxica para la región, porque Maduro se dedica a la exportación de inestabilidad y conflictos por los países vecinos. Por ahora, Maduro gana.

En noviembre habrá elecciones presidenciales en Estados Unidos y, de cara a las urnas, Biden acumula muchas sombras y algunas luces en materia exterior. Sin embargo, al igual que las sociedades europeas, la cuestión migratoria volverá a protagonizar gran parte del debate bipartidista, con la novedad de que, al igual que también sucede con algunos partidos de izquierda en Europa, el Partido Demócrata tendrá que asumir postulados de una política más rigorista en el control de sus fronteras. Y la inmigración irregular ya no es solo un problema que surge cuando el inmigrante está dentro, sino cuando está a muchos kilómetros de la frontera y pone en jaque la colaboración entre países de tránsito y países de destino final. Es un problema en el que pugnan el humanitarismo y el realismo político.

Editorial publicado por el diario ABC de España


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