Foto AFP

Bozal al apetito

Te abrazo y me sujeto a ti, sostengo tus siglos a los míos en la cercanía, te siento, nos sentimos, hemos desbordado los límites del pudor mientras nuestras pieles se reconocen. Me surge la ansiedad de besarte, pero disciplino el impulso, lo amarro a mi conciencia, le pongo bozal al apetito, no es amor lo que siento, es reconocimiento, admiración, una rara fraternidad por el combate que hemos librado juntos contra la tiranía. Y solo tú has vencido, mujer.

Besarte, amarrarme a ti, columpiar nuestra venezolanidad en un placer mudo y amorfo, sin estridencia, tú y yo, luchadores de nuestro tiempo.

Besarnos por la libertad (a mordiscos).

 

Nevada cima de la esperanza

Siento orgullo por ti, eres una diosa alzada en la jungla del cinismo, intachable, lúcida, denodada, ni las hienas chavistas te embisten ni las zorras de la oposición te acechan, no pueden, no se les da tocarte, eres hermosa como nuestra historia, brillante como nuestra cultura, izas tu dignidad sobre nosotros como bandera clavada en la nevada cima que es el pico de nuestra esperanza, te yergues, te elevas, te impones única. Mujer…, mujer venezolana.

Déjame prolongar el abrazo en la amplitud de tus certezas. Deja a mis manos clavar su apasionada gratitud a tu espalda y sembrarla. Déjame ser y nacer venezolano en tu vientre.

Y besarte en libertad.

 

Nadie ni nada

La pasión de tu esfuerzo me abruma, has resistido todo y a todos, no solo respiras en la tierra arrasada y calcinada, te encumbras en ella, es conmovedor verte arrostrar –venezolana impecable– toda adversidad, desafiar la ignominia, encarar el cinismo, combatir la crueldad, vociferar tu fiereza mientras arremetes contra los cobardes. Venezuela está en ti, la representas, la encarnas, la inspiras. Me inspiras, nos inspiras. Eras la inspiración.

No soy nadie en tus brazos mujer, insigne amante de mis siglos, poema inasible. No soy nada en tus labios que me niego a alcanzar para poder pronunciar tu grandeza. Te admiro. Gracias.

Me arrodillo a tu boca por besarla.

Majestad sobrecogedora

Y pese a fraudes, corruptelas, claudicaciones y traiciones sigues intacta, brava, imponente. Tu virtud infinita, tu patriotismo osado, tu amor inabarcable, componen una majestad sobrecogedora que –insisto– provoca abrazar, acariciar, besar, hundirse en ella, porque tú, venezolana monumental, histórica, mítica, me haces apreciar y entender que, pese al circo electoral y a la podredumbre dictatorial, la coherencia persiste. ¿Cómo no enamorarse de Venezuela en ti?

Me enamoro profundamente de tu esfuerzo, lo abrazo y beso como a la más bella de las ideas, a veces demoledora, frustrante, pero siempre enternecedora (cómo tú).

Heroína, prócer, libertadora de libertadores, ¿cómo besarte?

 

Tejido de pieles

No deliro o posiblemente sí (en tierra delirante, ¿quién no delira?) Sin embargo, lo mío es una apasionada y sensual oda a tu coraje y a tu indoblegable convicción por luchar contra toda corriente y adversidad. Es sublime, eres sublime, por ello la urgencia de abrazarte, de sujetarme a ti como si fuera el último trozo de madera en el naufragio, enganchame a tu cuerpo y flotar en tu pecho desnudo de temores hasta alcanzar la orilla de la verdad (que tú y solo tú reivindicas).

Permite que me acerque más, admite que nos necesitamos, Venezuela abomina la política, urge amor, urge abrazos, besos, caricias, roces. Que las pieles se tejan. Las nuestras.

Y así besarte –al fin– en libertad.


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