Venezuela

El embajador de Colombia en Venezuela, Armando Benedetti, reprodujo en su cuenta de Twitter ―en la que tiene más de medio millón de seguidores― una frase del presidente Gustavo Petro con la que dijo estar totalmente de acuerdo. La frase que hace suya es: «A mí no me importan mucho las formas, me importan los contenidos».

La frase, en la boca de Benedetti, se vuelve doblemente curiosa. Por un lado, es un diplomático en ejercicio. Por otro, es periodista. Lo que vincula a ambas disciplinas es el apego a las formas.

Para ejercer la labor diplomática tiene que haber necesariamente un nombramiento en el país de origen y un documento que acredita tal condición, que tuvo que ser remitido al gobierno del país donde se va a cumplir la delicada misión de representar a su nación y obtener el placet ―la aceptación― de ese gobierno extranjero.

Así fue también en el caso de Benedetti. Lo que lo hace embajador de nuestro vecino país es el cumplimiento exacto de esas formalidades. Luego, además, se supone en todo diplomático la prudencia y la discreción, porque de tal comportamiento formal dependerá, en principio, el correcto desarrollo de sus funciones y, por tanto, el éxito de su gestión.

Colombia ha hecho gala de esmeradas maneras diplomáticas, aun en momentos complejos de las relaciones siempre delicadas entre vecinos que comparten una amplia frontera y problemas comunes de vieja y nueva data.

En el periodismo forma y fondo ―contenido― son inseparables. Desde el empleo adecuado del lenguaje hasta el apego a un código uniforme que otorgue a un texto, y al medio que lo difunde, orden, exactitud y coherencia. Del cumplimiento de esas formalidades pende, nada menos, que la credibilidad, lo que todo medio está obligado a vigilar con celo. Benedetti, en todo caso, no ejerce de periodista en Venezuela.

La frase ​​de Petro que Benedetti asume totalmente solo alimentaría esta disquisición conceptual sino fuera que el embajador colombiano, quizás en ese desapego por las formas, difunde en su cuenta de Twitter​ ​​expresiones sobre la realidad venezolana de muy dudosa credibilidad

Por ejemplo el tuit: «Señales de la recuperación económica en la medida en que se restablecen relaciones con Venezuela​», comentario al que adjunta el reportaje de la BBC sobre la urbanización Las Mercedes como el «pequeño Manhattan de Caracas».

O ese otro tuit -«para los espontáneos y creativos de mi país»- en que señala que «Venezuela dejó de recibir 232.000 millones de dólares desde la primera resolución de Obama en su contra en 2015. Después, las de Trump y el PIB perdió 75%», en línea con el discurso emanado de Miraflores

La Cancillería venezolana -que ha tenido, por cierto, tres titulares en año y medio- no pondrá ningún reproche a sus tuits. Porque lo que importa es el contenido. Solo incurriría usted, señor embajador, en un problema de forma y fondo si por ejemplo, en el descuido de las formas, tuiteara algo así: «El miedo está ahora en la acera de los opresores», dice la maestra Elsa Castillo durante protestas laborales en Caracas.


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