La Conferencia Episcopal Venezolana no se ha pronunciado oficialmente acerca de la guía práctica sobre las bendiciones a parejas gays y divorciadas, denominada Fiducia Supplicans. Habría que preguntarse por qué.

Algunos sacerdotes venezolanos han mostrado su reticencia al respecto, especialmente en redes sociales con un toque de iracundia impropio de quienes comandan la religión en algún sitio. Pero considero que debe profundizarse en ello. Por múltiples razones. Varios países, especialmente europeos, con la excepción de España, no por casualidad, han manifestado su beneplácito para con la «bendición a las parejas irregulares y a las parejas del mismo sexo», esa que coloca en la historia sexual y religiosa de buen modo al papa Francisco, porque da cuenta de su apertura mental al respecto de un tema harto delicado para la Iglesia y la sociedad.

Por su parte, los más renuentes en el mundo han sido los obispos africanos, en países donde la homosexualidad es perseguida legalmente todavía. Mientras el mundo avanza a pasos agigantados al respecto. Porque, por ejemplo, Grecia y Estonia han aprobado el matrimonio homosexual este año, sumándose así a la infinidad de países que admiten legalmente las libertades sexuales y no suprimen los derechos a la igualdad de quienes optamos por preferir a nuestro propio sexo para la enriquecedora actividad espiritual y carnal.

En Venezuela el régimen de Maduro prefiere guiarse por las órdenes rusas, como vemos incluso ante la anunciada visita del canciller de ese país a girar instrucciones al respecto. La persecución de la homosexualidad en Rusia va en aumento. Pero nuestro país luce muy lejos de la aprobación legal de estas uniones. No da muestra alguna de avance, a pesar de que en Suramérica y en todo el continente americano, incluida Cuba, luce la exclusión nuestra como un ave rara, no sólo en materia sexual, también política, por la dominación.

Y a eso voy: la Conferencia Episcopal Venezolana tan dada con justa razón a intervenir en los asuntos políticos que nos afectan a todos a diario, no sólo ha sido tibia todo este tiempo con la situación vivida por sus pares en Nicaragua sino que ha permanecido extrañamente silente ante la solicitud de Francisco de bendecir a las parejas gays. Esto a pesar de las repercusiones políticas y sociales que el tema acarrea. Porque un modo importante de enfrentar políticamente al régimen del terror actual en Venezuela, y a su mentor político mundial ruso, sería cachetear tanto a quienes manejan el poder como a la sociedad venezolana, mostrando una singular apertura y acogida a quienes han hecho de la homosexualidad su forma de vida. Esto es inocultable en cuanto a su existencia, algunas veces callada, taimada, hipócrita también.

Así que llama la atención el silencio en cuanto a un tema fundamental en el mundo actual, de amplia penetración en la sociedad venezolana, aunque se quiera arrimar por las esquinas, y de evidente escozor para el régimen cada vez más vulnerable de Maduro. ¿Será que nuestra Iglesia procederá a bendecir a las parejas gays, o seguirán haciéndose los locos con el tema por escabroso? Francisco habló y procedió. ¿Se seguirá con el escurridizo bulto aquí?


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