“El beisbol no es un medio, es un fin” se lee en una pared del estadio de beisbol 26 de Julio en Artemisa, Cuba. Entre los escombros de cualquier callejón en la isla, los pies descalzos de los niños corren por las bases con el sueño de, algún día, formar parte del equipo nacional.

El beisbol emociona a los cubanos, es como el fútbol para los argentinos. Por años se han exportado equipos campeones y docenas de peloteros cubanos han llegado a pertenecer al Salón de la Fama. El beisbol era un orgullo patrio mucho antes de la Revolución, los cubanos se unían con el fin de apoyar al equipo y gozar de este deporte.

Fidel Castro era apasionado por el beisbol y lo convirtió en un arma política —el beisbol pasó a ser un fin para y por la Revolución cubana—. Por consiguiente, para el exilio cubano, el beisbol de su país ya no despierta orgullo, sino una mezcla de sentimientos agridulces. Por un lado, añoran querer apoyar el equipo de la tierra que los vio nacer, pero por otro lado es la memoria viva de aquellos gritos soberbios de “Ni los queremos, ni los necesitamos, gusanos.”

Este año, durante la celebración del Clásico Mundial de Beisbol en Miami, se enfrentaron enemistades de más de medio siglo, Cuba y Estados Unidos. Más allá de ser un juego decisivo para entrar a la semifinal del torneo, fue un evento donde los cubanos del exilio expulsaron su rabia, ira y dolor en contra del equipo cubano, sus dirigentes y todos aquellos que apoyaban al régimen cubano.

Dentro del estadio había carteles, camisetas, gorras, banderas con las frases “Patria y Vida”, “Viva Cuba Libre” y “Abajo el comunismo”. También se captó un video en el que se podía apreciar a los que estaban cerca del “dugout” provocando a los peloteros y uno de estos, lleno de ira, les lanzó una pelota. No fue lo único.

Yoan Moncada, grandeliga cubano que pertenece a los White Sox y que vive fuera de la isla, enfureció a la gente cuando se negó a decir “Patria y Vida” en una entrevista porque, según dijo, él es “pelotero y no está en nada de eso”. Debido a ello, se viralizó un video en las redes en el que se escucha a alguien gritándole a Moncada, cuando estaba por batear, “Patria y Vida” y cuestionándole que no se atreviera a hablar sobre la realidad de Cuba.

La intención fue provocar y mostrar dentro de Cuba que el exilio sigue en pie de lucha por la libertad. Todos aquellos con carteles, gorras, banderas, camisetas y hasta los dos que interrumpieron el juego al lanzarse al campo, querían que en la celda más oscura donde se encuentran los presos políticos después del 11 de julio se escuchara el grito de “libertad”.

Se dice a menudo que el deporte se debe separar de la política. Sin embargo, todo en Cuba tiene un fin político. Y todo es beisbol. 

Llegó el fin del noveno inning y Cuba perdía ante Estados Unidos 14-2. Miguel Diaz-Canel y otros funcionarios del régimen culparon de ello al exilio cubano —“la peor especie”— por crear un ambiente hostil para los peloteros cubanos.

Sin embargo, es la Revolución cubana la que crea hostilidad. Y no tan solo el deporte. Entre el hambre, la escasez, la represión y una emigración masiva, Cuba se encuentra en su peor momento político, social y económico. Todos los que estaban sentados en el estadio de los Marlins esa noche tienen un familiar o un amigo que está sufriendo o han sufrido en carne propia las consecuencias de 63 años de dictadura; incluidos los integrantes del equipo.

Por ende, en Cuba nada se puede separar de lo político porque todo en Cuba es político. El deporte es un arma de adoctrinamiento para mantener la división y buscar la legitimación del régimen. Mientras exista esa dictadura nada se puede separar de ella, ya que todo es para y por la Revolución; así lo decía Fidel, lo dice Raúl y lo repite Miguel Díaz-Canel.

En los callejones de Artemisa, cerca del estadio 26 de Julio, los niños juegan pelota entre los escombros de las calles y los carteles de la propaganda, soñando con el día que puedan formar parte de la selección nacional, porque el beisbol es también un fin para poder marcharse de Cuba. Y ese es el indicador más rotundo del estrepitoso fracaso de esa Revolución.


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