Ronald Acuña Jr final LVBP

Aun cuando íbamos dos juegos abajo, había algo me decía que ganaríamos la final. De hecho, me atreví a hacer un boceto del artículo que escribiría esta semana, vanagloriándome de la victoria de los Tiburones de La Guaira, como Campeón de la Liga del Beisbol Venezolano, luego de una prolongada sequía que, sin embargo, no consiguió alejar a sus seguidores ni acabar con sus esperanzas.

Hice, pues, de tripas corazón, eché al basurero el borrador que recogía mi optimismo y conseguí redactar estos párrafos en los que traté, y creo que logré, disimular mi rabia (iba a decir arrechera) por la derrota sufrida en el último partido y me dispuse, así pues, a elaborar un texto apelando a la nostalgia, calcando, incluso, ideas que publiqué en diversos momentos a lo largo de los años que llevo como feligrés guaireño.

Un deporte embrollado (dicen)

Para conmemorar el triunfo de Venezuela en la Serie Mundial de Beisbol, el presidente Isaías Medina Angarita declaró el día 22 de octubre de 1941 como fiesta colectiva y el beisbol se convirtió en el “Deporte Nacional”, quedando así en los libros de historia, pero sobre todo en la cultura vernácula, convirtiéndonos a todos en fieles de una religión laica (si es que cabe la expresión)

El país ha convertido en su deporte favorito a este juego curioso hecho de interrupciones y vacíos, en el que durante la mayor parte del tiempo los jugadores parecieran ser observadores y no protagonistas, y en el que el equipo que ataca no es el que tiene la pelota. Un juego que se rige por reglas muy complicadas, se calibra a través de sofisticadas estadísticas que reparan hasta el más mínimo detalle y no tiene límite de duración dado que no admite la posibilidad del empate. Para resumir sus paradojas suele decirse que es un deporte que se juega con una pelota redonda, que viene en una caja cuadrada.

Entre nosotros el beisbol se ha convertido, incluso, en una suerte de cédula de identidad que nos registra como ferviente partidario de algún equipo, sin importar en absoluto que muchos no sepan lo que es un pisicorre o crean que el robo de base es delito, que el toque de bola sea una acción obscena que no se debe hacer a la vista del público, que el fly de sacrificio sea la inmolación de alguien o que el sweezze play sea una variedad del autosuicidio.

El beisbol es, por otra parte, el deporte que nos abastece de palabras y frases que en muchas ocasiones resultan imprescindibles para contarnos y explicarnos ciertos pasajes de nuestra existencia. Los venezolanos estamos hechos de beisbol, es esta una de las mejores maneras de definirnos, aunque no sé, por cierto, qué dirán los antropólogos al respecto.

El beisbol en medio de la crisis

Desde hace ya unas cuantas décadas, en el mes de octubre se inicia nuestra temporada de beisbol. En tiempos recientes, en algunas ocasiones no se ha podido llevar a cabo y en otras se han realizado en medio de innumerables obstáculos, derivados de la profunda, diversa y prolongada crisis que agobia al país.

Sorteando las dificultades, fui algunas veces, más bien pocas, al Universitario. Me parecía que respiraba una atmósfera distinta, No me acostumbré al escaso público, sobre todo en las gradas. No me acostumbré a un estadio demasiado silencioso. No me acostumbré tampoco a que casi no hubiera colas para entrar al Universitario, ni tampoco para ir al baño. Tampoco a ver a alguien pagando una cerveza o unas papitas fritas con un fajo de billetes agarrados con una liguita, (por cierto, en esos días el bolívar circulaba como moneda nacional), contándolos con nerviosismo, y tal vez comparando la cantidad cancelada con la canasta básica o con el sueldo de un maestro o de un empleado público.

Era, en suma, un espectáculo muy venido a menos, incluido el nivel de calidad de los equipos. Como muchas otras personas, yo me dejaba caer de vez en cuando por las tribunas con la pretensión de guarecerme un rato, un rato que dura nueve innings, disfrutando de esa sabrosa sensación de normalidad y certidumbre, el revés de lo me encontraba apenas salía y ponía un pie en la calle.

Un espejismo

El año pasado Nicolás Maduro anunció un cambio en la dirección de su gestión. Desde hace un buen rato viene pregonando que “Venezuela se arregló”, manteniendo la retórica revolucionaria, buscando dejar claro que por esta vía transitamos “nuestro propio modelo de socialismo”. Descrito en pocas palabras se ha adoptado lo que, dentro de un estilo más bien coloquial, se ha identificado como “capitalismo de bodegones”, expresión de un sistema que se desarrolla a través de “burbujas”, concebidas estas como espacios reducidos, a los que solo tiene acceso una minoría de los ciudadanos, dados los niveles de pobreza y desigualdad que retratan al país.

Seguramente Maduro dirá que nuestro beisbol se arregló. Que este último Campeonato de la Liga de Beisbol Profesional Venezolano fue un verdadero éxito: estadios con una muy buena asistencia del público, beisbol de altura, buena transmisión a través de un número relevante de medios de comunicación y una serie final espectacular.

Cierto todo lo anterior. Pero deja una falsa impresión de la situación en la que se encuentra el país. La misma que dejan los concurridos conciertos musicales a los que asisten artistas de otras partes del mundo. La misma que dejan los bodegones, provistos de insólitas mercancías importadas. La misma que deja el estadio recién inaugurado por los lados de La Rinconada, a propósito de la Serie del Caribe, considerado el más grande de América Latina, copia del que existe en Washington, sede de un equipo de las ligas mayores.

Una falsa impresión digo, porque nada tiene que ver con el paisaje cotidiano del ciudadano de a pie. Para este es una realidad engañosa e ilusoria. Un espejismo

Yo Tiburón de a pie.

Perdone, pues, que por enésima vez reitere por esta época en estas mismas páginas de El Nacional que, desde que tengo uso de razón beisbolística, soy seguidor de los Tiburones de La Guaira, equipo que he apoyado siempre, mediante adhesión que no necesitó de ninguna razón para ser, ni para transformarse, luego, en fidelidad vitalicia y a ultranza, sin condiciones que la sometan, se gane o se pierda, jugando bien o mal, con errores o sin ellos, bateando mucho o poco, sin importar, siquiera, que, en los últimos tiempos, el equipo pareciera instalado en la derrota. Es la devoción a los tuyos en la alegría, en la angustia, el suspenso, la desesperación, el temor, el miedo, la zozobra, la tristeza, en la rabia de cada partido.

A los Tiburones les debo mucho de lo más grato de mi vida.  Les debo la ocasión para el entretenimiento y la diversión. El motivo para una fe. El arraigo a una causa. El argumento de un sectarismo “light”. La razón basada en un fanatismo inocuo. El asidero para una ilusión anual. La renovación de la esperanza cada octubre.  La identificación con una historia.  La solidaridad con una fanaticada anónima, digna, entrañable e imprescindible. Le debo, en fin, parte de mi propia memoria.

A mi equipo le agradezco, además y por encima de todo, la salvación del terrible dilema de tener que ser caraquista o magallanero.

HARINA DE OTRO COSTAL

El “perreo”

Este último campeonato dejará no pocos recuerdos. Uno de ellos será, con toda seguridad, el “perreo” de Robert Acuña, excelente jugador de los Tiburones de La Guaira, tras lograr un jonrón frente a los Leones del Caracas. Se trata de una vieja práctica, denominada antes de otra manera y en cierto tiempo prohibida, que se ha actualizado últimamente.  Hoy en día es una suerte de coreografía realizada por un jugador después de haber realizado una gran jugada, bien sea bateando o fildeando. El hecho ha causado una discusión entre quienes consideran que el “perreo” es una práctica vulgar y ofensiva y quienes argumentan que se trata de una demostración de júbilo, con visos artísticos.

El ”perreo” es hoy en día una práctica estimulada en las Grandes Ligas, consecuencia de ciertos estudios que demostraban una baja sensible en el interés de los jóvenes por el beisbol, palpable tanto en los estadios, como en los medios de comunicación, quienes lo apreciaban como un deporte muy lento, que acontece en medio de muchos paréntesis, hecho que no rima, desde luego, con la prisa característica de esta época digital, en la que ir despacio es casi un delito. Los nuevos análisis indican que, efectivamente, el “perreo” ha conseguido el objetivo: ha aumentado la cantidad de los aficionados jóvenes.

 


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