Hoy es 20 de octubre, día consagrado en el santoral católico a Irene de Tancor, Adelina de Savigny, Jacobo de Strepa, Leopardo de Osimo y Cornelio Centurión, para solo mencionar a algunas y algunos servidoras y servidores del Señor, de quienes poco sé y por ello me ciño al peculiar tratamiento del género gramatical consagrado en la jerga chavista, pues no quiero se me tenga por blasfemo promotor de sacrílegas mezcolanzas. En el calendario internacional de efemérides, la fecha es dedicada al controlador aéreo, a las estadísticas, a los chefs y a la osteoporosis. Naturalmente, en un mundo tan vasto y diverso como el nuestro, centenares –si no millares– de otros acontecimientos serán festejados o lamentados este domingo, y el nicochavismo quizá ice banderas a media asta en señal de duelo por  la ejecución de Muamar el Gadafi, en la localidad de Sirte (Libia), el jueves 20 de octubre de 2011 –los jueves, escribió García Márquez, no sirven ni para morirse–; nosotros, sin embargo, centraremos nuestra atención en un evento de más sabor y menos truculencia, a partir del cual procuraremos dar forma y contenido a estas líneas.

Desde hace algunos años, cada 20 de octubre se celebra en Chile el Día Nacional del Churrasco, por iniciativa de una sandwichería santiagueña llamada Fuente Suiza, al parecer introductora en la nación austral de este emparedado de carne y aguacate, preparación vinculada a la comida chatarra –fast food– y no al reino de las parrilladas y los asados donde triunfa el suculento corte del mismo nombre. La idea de un día delicado a exaltar un plato regional pareciera ocurrencia de un Marketing Consultant, un promotor turístico o un agente de Guinness World Records, empresa dedicada a consignar extremos y desmesuras naturales e inspirar hazañas superlativas de personas y comunidades, a fin de asentarlas en el libro más vendido de todos los tiempos –exceptuando quizá la Biblia–, y, de tal modo, henchir el ego individual y colectivo de los plusmarquistas. Revisando su extensa base de datos, encontraremos curiosos registros relacionados con alimentos más o menos populares, cuyas dimensiones excitarían las papilas gustativas de los venezolanos de estómagos y bolsillos vacíos, es decir, del grueso de la población abandonada a su suerte en esta tierra de(s)gracia(da). Listarlos resultaría fatigoso o excesivo; no obstante, aunque parezca un acto perverso –¿sadismo?, ¿masoquismo?–, vale la pena mencionar un antecedente de las proezas estimadas imbatibles en el inventario patrocinado por la popular stout irlandesa.

La ciudad alemana de Königsberg fue capital de Prusia Oriental desde la Baja Edad Media hasta 1945, cuando los soviéticos la anexaron al imperio rojo con el nombre de Kaliningrado y, en la actualidad, la Federación Rusa ambiciona convertirla en una suerte de Hong Kong (special administrative region). En ella, nos cuenta Néstor Lujan (Viaje por las cocinas del mundo, 1982), el venerable gremio de salchicheros paseó por sus calles, en 1601 –siglo y medio antes de fundada la cervecería del perrito– “la salchicha más grande de la que se tuviese noticias. La salchicha de las salchichas, 914 metros de largo y 200 kilos de peso, fue llevada en andas por 103 cocineros”. Vista desde el aire, cuestión entonces prácticamente imposible, la procesión ha debido semejar un gigantesco miriápodo, pero un modesto gusano en comparación con la elaborada, hace exactamente una década (octubre de 2009), en Kayseri, Turquía: 1.740 metros de longitud y 1.740 kilogramos de peso. Su espíritu competitivo compelió a Empresas Polar –¿por cervecera?– a inscribir su nombre en las estadísticas del Guinness book, y el 23 de marzo de 2011 se preparó en las instalaciones de su subsidiaria Harina PAN una arepa de 6 metros de diámetro y casi media tonelada de peso (493,2 kg) –fue repartida entre los 2.800 empleados del grupo y, me aseguran mas no lo creo factible, hay quienes, no se sabe cómo, lograron fosilizar artificialmente algunos trozos y los llevan consigo como amuletos.

El 15 noviembre de 2014, el madurato comisionó al ministerio del poder popular para la alimentación a objeto de emular al Pelucón cocinando la hallaca más grande del mundo –de acuerdo con la rumorología tabernaria no consiguieron los ingredientes y lo confeccionado no pasó de ser un piche bollo mezquinamente aliñado–, y así figurar en la frívola antología de proezas tontas, orientada, a juicio de eruditos del misceláneo saber ocioso y tratadistas de la cultura inútil, a suministrar tópicos a la conversa de botiquín. Ese y no otro es el objetivo del Libro Guinness de los récords. Si sus páginas se nutriesen de data relacionada con la destrucción de las instituciones, los yerros administrativos, los dolos electorales, la corrupción en todas sus vertientes, la violación sistemática de los derechos humanos, y otras retaliaciones inherentes a los regímenes de fuerza, Venezuela tendría el dudoso honor de ocupar los primeros puestos en casi todos los apartados del descrédito y la ignominia. Y en materia de desaciertos económicos, el país no tendría rivales. La hiperinflación, el deterioro y la virtual enajenación –¿rusificación?– de la principal y casi única fuente de ingresos del país (Pdvsa), la abismal caída del producto interno bruto, la esquizofrenia sistemática del control cambiario, el fiasco del petro, el bochinche fiscal, el relajo monetario, el aumento compulsivo del salario mínimo y un dilatado etcétera de erráticos ensayos encaminados a enderezar las ramas de un árbol torcido de nacimiento, hacen de Venezuela un caso único en la acumulación de indicadores negativos difícil de igualar; tan difícil como repetir, y no digamos superar, la marca de 56 juegos consecutivos bateando imparables, impuesta en 1941 por Joe DiMaggio –el gran Yankee Clipper no era novio de la madrina, pero se casó con Marilyn Monroe.

¿Y cómo se hace, si el chavismo llegó al poder sin leer el manual de instrucciones? De momento, su gonfaloniero privilegia la política y los conucos escolares. Quiere convertir las aulas en gallineros –“educan más que mil libros”, afirma en plan de pedagogo a la manera de Simón Rodríguez– y predice una aplastante victoria en anticipadas elecciones parlamentarias. ¿Una nueva estafa comicial? Sin duda. Y estamos ante dos iniciativas a ser asumidas como premonitorias del fraude por venir, ambas atinentes al poder público estadal. La primera, grosero desconocimiento de la voluntad del soberano, es la intervención a contracorriente del orden constitucional de las gobernaciones de Anzoátegui, Mérida Nueva Esparta y Táchira –en manos de la oposición–. Alegando el presunto abandono de sus funciones por parte de los mandatarios de esas entidades, el ilegítimo ocupante de Miraflores ordenó la creación de “corporaciones de protección social y económica”, retórico camuflaje de alcabalas de control ciudadano, apuntando a unas elecciones que van quieran o no porque me sale de la entretela y si la oposición se abstiene ¡allá ella con su vocación suicida! No hay, empero, cobre suficiente para comprar sufragios –el votante tarifado es cada vez más caro y ahora se han de cancelar sus servicios en dólares contantes y sonantes–. Por tal razón, el mascarón de la castrodictadura hará entrega de una mina de oro a cada gobernación de los “estados bolivarianos”. La áurea rebatiña, anunciada en el criptolenguaje de la revolución, es la segunda de las iniciativas aludidas y conduce a “implementar a través del Plan Minero Tricolor un nuevo modelo de alianza estratégica de actividades primarias y conexas inherentes a los minerales estratégicos con entes públicos, gobernaciones y corporación de protección social […] eso fortalecerá el Plan Minero del Orinoco para que el país produzca más dinamizando las fuerzas productivas, y así las gobernaciones recibirán recursos para dar respuesta al pueblo”. ¿Cuál pueblo? ¿“El pueblo que crece y labora y levanta un presagio feraz”, al cual cantaba antaño una entusiasta juventud rebelde aguardando “una pródiga aurora de amor, de trabajo y de paz”, o el hogaño disminuido por el éxodo masivo y obligado de millones de compatriotas –¡otro hito en el historial de agravios chavistas!–, augurio feroz de una oscuridad preñada de odio, persecución y muerte? No me compete o escapa a mis capacidades responder a tales interrogantes. Soy un aficionado usurpando –gerundio en boga– las funciones de un anotador oficial, con la pretensión de preservar del olvido la performance socialista. Mientras, tabulo máximos y mínimos, permanezco atento a nuevos registros. Entre ellos, el del mayor número de personas mentando madre al unísono M. C. D. T. M.

 

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