Sin temor a equivocarnos, Bárbaro Rivas es el artista ingenuo más importante de Venezuela y, sin duda, uno de los más relevantes de América. Curiosamente, su significación es conocida por tan solo un pequeño grupo de connacionales y un reducido número de críticos latinoamericanos. No exageramos al señalar que cualquier intérprete menor de música popular en nuestro continente es hoy día más famoso que él. Esperemos que con el paso de los años su excepcional figura alcance el reconocimiento que se merece.

Lo anterior explica que a tan original figura se le dedicara el volumen 131 de la Biblioteca Biográfica Venezolana. El libro se tituló Bárbaro Rivas y me correspondió el honor de escribirlo. La BBV fue un proyecto de largo alcance, destinado a llenar el vacío que había en cuanto al conocimiento de personajes venezolanos que se han destacado a lo largo de nuestro acontecer histórico. El designio en cuestión fue patrocinado por El Nacional y la Fundación Bancaribe.

En el asombroso y delirante quehacer plástico del singular artista de Petare, de mirada siempre encendida por sus angustias interiores, resaltan en todo momento los temas religiosos con propósitos divulgativos. Ello explica que afirmara con humildad que él no pintaba sus cuadros y que era Dios quien los realizaba por su intermedio.

En su última etapa creativa, que va de finales de 1965 hasta mediados de 1966, Bárbaro realizó una pintura atormentada de carácter expresionista. Por aquel entonces su estilo se hizo crudo y dramático, valiéndose mayormente de los colores blancos, negros, grises y muy ocasionalmente de verdes.

De ese período es su cuadro Fray José de Maraury y el enfermo (1966). Se trata de un cura franciscano que llegó al pueblo de Petare a mediados del siglo XIX y dedicó su vida al cuidado de los pobres. El piadoso sacerdote fue pintado por Rivas con austera sotana negra, cargando en sus brazos a un muchacho enfermo. Ambas figuras copan la escena con un cielo de fondo, monótonamente gris, y sobre una pequeña cima de un verde desvalido por la que se desplaza el representante de Cristo. Su poder de síntesis se pone de manifiesto al dejar sin intervenir el rostro del cura y el cuerpo del niño enfermo, aprovechando así el color natural del soporte de masonite.

A la luz de acontecimientos recientes no podemos dejar de preguntarnos cuánto hay de certeza mística, fabulación o simple coincidencia en sus creaciones plásticas. El asunto lo traemos a colación a raíz de la imagen que se hizo viral días atrás, en la que un joven migrante venezolano atraviesa el río Bravo llevando cargada en sus brazos a una abuela y compatriota, de 80 años de edad, ya rendida ante la adversidad que la ha perseguido en los últimos veintiún años de destrucción de la que fue nuestra Tierra de Gracia.

Bárbaro anticipa el mensaje y las variantes con la nueva escenificación son sólo formales. En lugar de un sacerdote hoy tenemos a un joven laico. En lugar de un niño, es una abuela la que necesita el auxilio. Al final, el recado de ambas imágenes es el mismo: una persona débil que requiere la ayuda de un ser humano más fuerte, el cual tiene la cristiana disposición de proteger y salvar al que se encuentra exhausto, ya sin aliento.

Lo que no podemos perder de vista es que esos venezolanos que ahora se lanzan a cruzar el espacio o el río que los separa de una existencia mejor y más humana, corren siempre peligro: ellos están dispuestos a sacrificarlo todo con tal de establecerse en un lugar que les proporcione un mínimo nivel de dignidad. Al final las contingencias que tienen que enfrentar por sus temerarias acciones no son nada comparadas con la muerte lenta que les espera en un país gobernado por unos agitadores crueles e insensibles como los que ahora actúan aquí.

El hecho es que el dramático momento que se vivió durante el cruce del río Bravo fue capturado fotográficamente por Go Nakamura, de la agencia Reuters, y se ha dado a conocer a nivel global. La foto es de por sí un gran logro y merece ser representada también como imagen señera del arte que involucra a venezolanos en un momento en que el oprobio se cierne sobre este país como nunca antes en su historia.

Pero eso no es todo; la imagen vale más que mil discursos de Nicolás Maduro o un número similar de programas del hombre del mazo. Ella representa de por sí un momento especial del drama agitador que vivimos: es sin más la expresión superior de un fracaso que no tiene vuelta atrás.

En lo inmediato la vetusta compatriota alcanzó su propósito, pues logró poner pie en esa otra Tierra de Gracia que ya ha acogido a innumerables connacionales. Con esa gota se rebosó el vaso que mide el descrédito revolucionario.

¡Qué pena con esos señores alborotadores!

@EddyReyesT


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