Estado de destrucción de la UDO en Cumaná

La semana anterior visité el oriente venezolano para apreciar en forma directa la compleja situación social y política que afecta a esta importante región. Mi mayor consternación ocurrió el miércoles 30 de marzo, cuando dos destacados luchadores democráticos del estado Sucre, el médico Vitelio Patiño y el bioanalista Pedro Carvajal, me invitaron, junto a los politólogos Emilio Useche y Guillermo Molina, a visitar las instalaciones principales de la Universidad de Oriente en Cumaná.

Nuestros amigos nos comunicaron su interés en que apreciáramos el nivel de deterioro y abandono en las que se encuentran las instalaciones del alma mater sucrense, a los fines de contribuir a informar a la opinión pública sobre su situación. A pesar de que el tiempo disponible era breve decidimos aceptar la invitación, porque para quienes la educación y la universidad revisten una importancia fundamental en la construcción de una sociedad, para quienes amamos la universidad, no podemos menos que interesarnos por su situación y por su destino.

Confieso que no podía imaginar el nivel de destrucción que constaté desde el momento en que ingresamos al campus. Las vías de acceso estaban bloqueadas con piedras y árboles cortados de sus jardines. Tuvimos, nosotros mismos, que quitar piedras y retirar arbustos para poder llegar hasta la cima de la colina, donde se encuentran los edificios principales y desde donde se puede apreciar, cuál mirador natural, el azul del “mar de occidente” como lo llamó nuestro inolvidable poeta Andrés Eloy.

Al iniciar el recorrido con premura, por la inseguridad que representa la zona, advertido por Carvajal de encontrarnos en un santuario del hampa, pudimos apreciar en toda su dimensión la barbarie ensañada contra la cultura, la universidad y la sociedad.

No podía creer lo que mis ojos estaban viendo. No podía entender cómo se había permitido tal nivel de destrucción. Aquellos edificios parecían haber sido bombardeados en una guerra con uso de artillería pesada, su nivel de destrucción dificultará severamente su recuperación. Las paredes destruidas, las ventanas desaparecieron, los pisos igual. La búsqueda de material de chatarra llevó a su cuasi demolición. Por supuesto que primero saquearon aquellas instalaciones.

Nuestra primera aproximación fue al edificio de la Facultad de Ciencias. Los laboratorios fueron arrasados, los muebles, aires acondicionados, puertas e instalaciones sanitarias barridas. Pero dónde la barbarie demostró su absoluto desprecio por la civilización fue en la biblioteca. Esta fue quemada y arrasada.

Aquel dantesco espectáculo, aquella ruina no podía pensar que pudiese existir en mi país. Pero no podía dudarlo, ahí estaba ante mis ojos. Me llené de indignación y de dolor. Mil ideas llegaron a mi mente. ¿Cómo nos puede pasar esto? ¿Cómo se llegó a ese nivel de barbarie? ¿Qué le pasó a nuestro país, a nuestra sociedad?

Ciertamente, la pandemia paralizó la actividad académica presencial pero no hubo autoridad alguna que detuviese este proceso. A ese  nivel de destrucción se avanzó en un periodo de por lo menos tres años. Veamos algunos episodios. El 17 de mayo de 2019 queman el auditorio. En junio de 2019 queman el oceanográfico parte 1 (solo habían dos en el país). En 2020 quemaron la parte 2.

En 2021 acaban con edificios de Matemáticas, Ciencia y las  petro aulas. El 1 de junio de 2020 queman la biblioteca. En 2021 destruyen (a mandarriazos) el microscopio electrónico de barrido (uno de los dos que tiene el país).

Mis amigos profesores me comentaban que resistieron los embates del hampa hasta que ya no fue posible dictar más clases y la pandemia impuso su ley de aislamiento, esta llegó para dejarles el campo libre a los delincuentes.

Es muy doloroso apreciar una sociedad que tiene personas tan nocivas que llegan a ejecutar estos crímenes. Pero lo más triste es constatar la existencia de un Estado indolente, indiferente, insensible y hasta cómplice de esa destrucción.

Las autoridades universitarias, me comentan, notificaron la situación. Pero las autoridades de seguridad, la fiscalía, la gobernación y las autoridades policiales y militares ni se inmutaron. A ninguna de estas instancias del estado “socialista” les ha importado para nada la suerte de esta importante y emblemática universidad.

En un país donde abundan las alcabalas, los contingentes policiales, los equipos antimotines, donde sobran funcionarios para salir a reprimir una manifestación ciudadana, no hubo un militar, un gobernador o un alcalde a quien le interesara la suerte de esa universidad.

Lo digo con la autoridad que me da haber cooperado con las universidades de mi estado en mis tiempos de gobernador. He pensado en estos días. Dónde estará Luis Acuña, exdecano de esa universidad y exgobernador. Que será de la vida del señor Eduin Rojas, el gobernador. Ambos miembros prominentes de la nomenclatura del partido oficialista. Será que Tarek Williams Saab, actual fiscal, exgobernador del vecino estado Anzoátegui, no se ha enterado de esa barbaridad. ¿Por qué la Fiscalía no ha actuado?

Por supuesto que los jefes de la cúpula roja (Maduro, Diosdado, Rodríguez, etc.) ni pendientes del destino de nuestras universidades. A ellos solo les interesa el poder. Perpetuarse en el poder. Su tiempo, sus recursos están destinados a desarrollar la estrategia que les permita permanecer atornillados en sus cómodos espacios palaciegos.

La universidad, los universitarios, la educación en general, que se hunda. A mayor ignorancia, más tiempo ganan en sus aposentos.

Esa es la filosofía de la barbarie roja. Mientras el civilismo democrático llenó de universidades, escuelas y liceos al país, el socialismo del siglo XXI lo llena de alcabalas y destruye nuestros logros.

Amigos de Venezuela, levantemos la voz. La camarilla roja invisibiliza esa barbarie. No permite que esta verdad sea conocida. La censura en los medios ha ocultado esta protuberancia. Debemos hacer un esfuerzo para mostrar el drama en el que estamos. Por eso grabé un video y lo publiqué en mis redes sociales. Algunos de nosotros lo hacemos a riesgo de nuestra libertad y de nuestra vida. Venezuela merece un destino mejor. No podemos resignarnos a ser una guarida de delincuentes. Tenemos derecho a ser una nación decente, donde el bien, la justicia, la equidad, el progreso, la prosperidad y el derecho sean nuestra insignia.

 


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