La crisis política es la madre de todas nuestras crisis. Estas no se resuelven sin destrabar a aquella y, así, poder acabar con la confrontación y colocar los cimientos que sustenten la convivencia nacional.  Dentro de este contexto es donde hay que calibrar el significado de las elecciones, vistas como condición necesaria, aunque no suficiente, desde luego, a fin dibujar la salida institucional que permita despejar el horizonte del país. Se explica, por tanto, que sean un factor central en las negociaciones que llevan a cabo, desde hace un tiempo, los representantes del gobierno y de la oposición, antes en Oslo, ahora en Barbados. No se trata sino de apelar a la democrática idea de que es la opinión de la gente, expresada en el voto, la que debe decidir la suerte de su sociedad.

Ojalá ambas partes asuman que el escenario propiciado por la diplomacia noruega no es para librar una disputa por el poder, sensación que lamentablemente ha ganado terreno en parte de la opinión pública, sino para encontrarle una salida pacífica a una situación que compromete gravemente  la existencia de los venezolanos, en una gran parte de ellos en el sentido más literal de la palabra.

Las conversaciones que tienen lugar en Barbados nos conciernen a todos, no solo a la élite política nacional en sus diversas expresiones y representan hoy en día la mejor opción a la vista para rehacer al país, tan descosido y venido a menos.  Hay, pues, que presionar con el objetivo de que en la reunión se pacten los acuerdos necesarios y se mantengan y proyecten después de las negociaciones. Esta tarea le compete, desde luego, a quienes se sientan en la mesa, pero también, reitero, a las organizaciones que, en su numerosos y variados formatos, componen la sociedad política y civil e igualmente a cada uno de nosotros, constituidos en los principales garantes tanto del proceso mismo, como de sus resultados. Se requiere, en fin, la voluntad política de todos para hacer lo que es urgente hacer.

¿Será necesario recordar que todos salimos derrotados si se obstruyen las conversaciones de Barbados?  No sé, pero es bueno decirlo por si acaso, porque en estos días se teclean muchas propuestas que, de implementarse, seguramente no nos dejarían un mejor país.

Harina de otro costal

El discurso sobre el tema educativo es frecuente, se dice en cualquier ocasión y le da lustre al gobierno, pues deja la impresión de que mira hacia el futuro y toma las previsiones del caso. En medio de las grandes transformaciones que marcan estos tiempos, expresa el orador de turno, nuestra verdadera riqueza no es el petróleo, tampoco el resto de nuestros abundantes recursos naturales, sino el conocimiento, de allí la importancia de nuestras universidades, nuestros organismos de investigación científica y tecnológica, nuestros liceos y escuelas. Por eso, así suele concluir la arenga oficial, la educación de los venezolanos es la clave el desarrollo nacional, nuestra primerísima prioridad.

Pero ocurre que el discurso se desinfla y la apelación épica a la educación luce fatua porque la realidad vuelve a hacer de las suyas y emerge con una versión distinta de las cosas, de lo que existen muchas evidencias, entre ellas un hecho que ocurrió recientemente.

Señalan algunos informes no oficiales que 30% de los maestros se han ido quién sabe para dónde, pero lo cierto es que ya no estarán más en las aulas. Como en otras ocasiones, también en esta oportunidad el gobierno parece haberse sacado de la manga una solución mágica, remedo fácil de una política pública que por supuesto no resuelve lo que se pretende resolver

En efecto, ante semejante circunstancia las autoridades anunciaron un programa que garantiza que “Con tan solo 450 horas académicas podrás obtener tu título de profesor e ingresar a la nómina del Ministerio de Educación”. Los “docentes exprés”, parece que así los llaman.

A lo mejor son vainas de uno, pero asusta que el país le plante cara al siglo XXI de esta manera.


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