Era un muchachón de apenas veinte años, orgullosísimo estudiante en nuestra UCV, cuando comencé a hacer radio gracias a la invitación de unos compañeros de clases y a los maravillosos disparates que a veces ocurren y transcurren felizmente en nuestro país.

Nos habían ofrecido producir y transmitir la programación dominguera de una emisora desde las dos de la tarde y hasta las once y media de la noche. ¿El sitio de la emisora?: Ocumare del Tuy ¿La emisora?: ¡¡Radio Valles del Tuy, la primera y más potente emisora de la región!! Tal como decía -a voz en cuello- el locutor de planta, repitiendo el lema de la emisora cada cierto tiempo o a cada rato.

Esa iniciación en la radio venía precedida de uno de los más preciados regalos hechos por mi Papá y es que, siendo unos carricitos, mi hermano mayor y yo, y él, un consumado locutor de programas deportivos, nos llevaba al estadio y nos sentaba en la cabina de transmisión desde dónde narraba ¡para nuestro orgullo! las incidencias de los juegos de pelota ¡coge pelota!

Dos rasgos me enamoraron del Tuy. Uno, la riqueza de la tradición oral que entonces encontré curucuteando por allá mientras hacía trabajo comunitario, donde encontré un tesoro de cuentos que luego convertí en programas radiales. Y dos, la afición generalizada por el baile de joropo tuyero que, sobre todo, entre jueves y domingo, convocaba a bailadoras y bailadores, joroperas y joroperos en los distintos clubes, mangas, bares y pistas donde los caballeros pagábamos -no me acuerdo bien- diez bolívares ¡y las damas, gratis!

Así como en el llano o en el oriente de Venezuela, donde también se puede apreciar esa afición joropera, en el Tuy se le pueden ir los ojos a uno disfrutando el zapateao, el escobillao, las figuras, el vuelo y la invisibilidad que pueden lograr las y los bailadores al mover sus piernas y sus pies con tanta y tan armoniosa agilidad ¡Es impresionante! El júbilo de ellos al bailar, más la voz del maraquero y también cantista (así lo llamaban), sumado a la musicalidad del maestro arpisto (que así le llamaban también), todo ese conjunto se le contagia hasta al más mirón y lo empuja a salir de su pena o de su estupor, en todo caso de su quietud, para buscar pareja y marcar el paso, acompasado y vertiginoso ¡Menos mal que también hay pasajes entre joropo y joropo para que se relenten los capachos y así amainar la velocidad para brindarle un trago o una flor a la muchacha, compañera de baile!

Ver ese golpe tuyero ¡único golpe de aceptar!, presenciar un joropo tuyero, un joropo central bien bailado, se convierte en una experiencia significativa. Son tan hábiles en su baile que, en piso de tierra, aquel polvo se va arremolinando tanto que bien podrían salir volando compañera y compañero ¡Y más de uno lo habrá hecho en algún rapto de amor! No lo dudo. Verlos sobre piso de cemento es vuelo de pájaros. Ahora, tenerlos sobre una tarima es deleitarse con lo sublime, maravillarse con lo excelso. Vivencia reveladora que ocurre, generalmente, con todas las manifestaciones de la tradición musical, teatral o dancística venezolanas.

Ahora, lo que si no he visto nunca -pero que sí, también estamos viviendo- es ver bailar o bailar sobre un tusero ¡cosa descabellada! pero de la que se ha ocupado también nuestro ingenio venezolano y humorístico al punto de acuñar el refrán. Bailar en un ladrillito, venga y pase y hasta se hace, para sentir ese latir de los pechos y ese calor propio de la pareja. Ahora, bailar sobre una tusa o sobre un tusero ¡ni que seas campeón de baile y te hayas ganado La Alpargata de Oro! Debe ser cosa dificilísima y casi imposible de hacer ¡pero es que ni La Gitana de Color, que Dios la tenga bailando en su Santa Gloria!

Ejecutar esa maniobra de bailar en un tusero ha de ser cosa de locos que ni el mejor maromero de los que se paran a pedir en los semáforos, pues. Eso ha de ser como bailar sobre la incertidumbre, moverse en la imprecisión. Como quien dice: ¡Sí, pero no!

Aníbal Nazoa -uno de nuestros pensadores y humoristas contemporáneos más importantes para explicarnos quiénes somos- le dedicó sus cuántas y buenas neuronas a este tema de la imprecisión como parte del patrimonio nacional, tangible e intangible, que poseemos. Imprecisión para explicar, para explicarnos, para dar o recibir una dirección, para solicitar al chofer dónde queremos bajarnos y hasta para ponerle nombre a nuestras casas o a nuestros hijos e hijas ¿¡A quién se le ocurre ponerle Meybí a una hija sino a nosotros!? ¡Esa muchacha será imprecisa hasta que se muera y deje descendencia!

Ya Césare Pavese había escrito El oficio de vivir cuando Don Luis Britto García dijo aquello del duro oficio de ser venezolano ¡Duro oficio que no ha dejado de serlo, sino que más bien se ha inflamado con el correr de la historia! ¡Y en estos tiempos más todavía! En estos años recientes más, cuando lo que ha habido es una sarta de imprecisiones, de disparates retrógrados, paralizantes, abismales y soporíferos. Mortales. Trágicos ¡Sí, pero no! Voces destempladas por los chats de los grupos, voces airadamente viscerales por twiterlandia, voces de bichos de su madre bajando línea por los pocos medios que van quedando, diciéndonos a diario que aquí lo que toca hacer es esto y esto otro para no hacer nada o hacerlo a medias y, si lo terminan, acabe siendo cosa chucuta ¡como rabo de lapa!

Que sí vamos a diversificar la economía y seguimos viviendo del petróleo; que sí vamos a bajar los precios y lo que hacen es subirlos; que sí vamos a subir los sueldos y lo que suben no alcanza para llegarle a la cesta; que ahora sí vamos a meterle el pecho al campo y le seguimos dando la espalda exportando cuánta cosa necesitamos y armando bodegones; que esta sí es democracia y ahora andamos es con el socialismo ¡y del siglo XXI!; que aquí sí hay libertad de expresión y gas del bueno; que aquí no hay pobreza y somos el mejor país del mundo; que sí somos un país en paz, porque ésta es una revolución armada; que ahora sí hay participación junto a verbo político y lo que seguimos apreciando es nepotismo,  chupanismo, morrocoyismo, ostracismo y acciones políticas de cangrejo ¡Sí, pero no!Es decir, si acaso se ha “democratizado” algo, sin quererlo, es esa condición nacional de la imprecisión que nos mantiene bailando en un tusero ¡¡¡¡Vaya para el cimborrio!!!!¡¿Bailamos?

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