Ayer, en los rostros de cientos de migrantes miré la realidad de nuestro pueblo. Allí, en esa frontera entre dos naciones que una vez estuvieron en guerra por esos territorios, México y Estados Unidos, vi a la mujer venezolana gritar, llorar, suplicar. Vi hombres jóvenes empujar, desafiar, arrancar barricadas de alambres de púas usando sus propias ropas, exigiendo acceso a una oportunidad, a la posibilidad de un futuro mejor para sus familias. En esas, antes lejanas tierras norteamericanas, de lo que llaman los socialistas del siglo XXI “el Imperio” o del “capitalismo salvaje”, miré mi nación abandonada por sus seudolíderes. Por “compatriotas”, primero Hugo Chávez y ahora Maduro junto a Jorge Rodríguez. Seudorevolucionarios que han maldecido a Estados Unidos, pero que han provocado que cientos de migrantes estén pidiendo auxilio frente a las puertas territoriales de los “gringos de mierda”,  como también estos pigmeos personajes les han llamado.

La otrora patria grande venezolana de Miranda, comandante en “Pensacola”, Mariscal de Campo y General de División de los ejércitos franceses, victorioso en “Valmy” y  Generalísimo forjador del Ejército Libertador de Suramérica, es hundida en un falso retrato  de traicionado y aburrido luchador. Tendido en un catre, fue pintado en una imagen que se transmitió erróneamente de su carácter, sin que fuera la intención del gran Arturo Michelena. Éste no logró captar al gigante Miranda al capitular, nunca se rindió definitivamente. Que más bien salvó a su joven oficialidad, para que ésta luego conquistase la libertad; entre ellos al propio Simón Bolívar.

En las imágenes de la gente humillada, hambrienta y desamparada de mi nación en la frontera México-Estados Unidos estaban los rostros de pequeños niños. Algunos tan pequeños que aún en maternos brazos, sin edad ni fuerzas para caminar, sin piedad ni método humanitario al que ellos pudieran acceder, se mostraban más que con sus rostros curtidos por el sol y por el frío, curtidos por el dolor de una travesía de miles de kilómetros en una tragedia ya convertida en dilema de vida o muerte.

En envío por WhatsApp de Miguel Henrique Otero miro la primera página de El Nacional del viernes 23 de septiembre de 2023, en la que se recogió la noticia del escape de entre 400 y 500 presos de la penitenciaría de Tocorón. En esa cárcel que está ubicada en el estado Aragua, en la región central de Venezuela, se originó la banda criminal que luego, hacia 2014, iniciaba su internacionalización: el Tren de Aragua. Héctor Guerrero Flores, alias el Niño Guerrero, fue quien dirigió dicha fuga al ser informado con suficiente antelación de los planes del Ministerio del Interior de un “operativo carcelario del régimen de Maduro”, más bien fueron dejados escapar y siguen cometiendo homicidios, tráfico de sustancias ilícitas y estupefacientes y de armas, chantaje, extorsión y secuestro. Con conexiones políticas y gubernamentales que les han permitido sobrevivir, desde la rápida obtención de documentos hasta su falsificación y manejo de información, con complicidad gubernamental, militar y policial, son una amenaza creíble para la tranquilidad de todos, incluso de Estados Unidos, donde por cierto ya tienen suficientes mafias y amenazas terroristas que neutralizar. Hoy en día están arreciando consecuencias de sus crímenes en Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Centro y Norteamérica.

De otro chat de WhatsApp, recordé tiempos de una Aragua distinta. También de otra Venezuela, cuando se acomete, iniciando la década de los noventa, reforma a nuestro Estado democrático. Hago memoria de lo que viví, para compartirles testimonio del compromiso, del deseo de cambio, acompañado de la acción política. De muchos actores, desde entonces, antes, después, y mucho más ahora que nunca, por dar rumbo a los más que indispensables, vitales cambios que urgen en Venezuela.

Les contaré dos sucesos sencillos, pero significativos del contraste con la realidad actual: a) en tierras cercanas a un embalse llamado Zuata impedimos que golpearan a familias que intentaban invadir terrenos para solventar su situación, una por la que eran llamados “sin techo”. La gobernación había adquirido tierras para hacer viviendas. Los líderes de aquel movimiento entendieron que había que organizarse más y mejor, y ante el oficial a cargo del momento, cuando de vaina llevé peinilla represiva también se comunicaron con el gobernador, quien me permitió encauzar la situación con los militares. Pensamos a la gente allí presente, no sin antes discutir por teléfono conmigo qué carajo hacía yo allí, etc. b) Para atender asunto tan vital como el del agua se me designó inicialmente como comisionado de la gobernación para sustituir al ingeniero Luis Alvaray en la constitución de la Dirección de la primera empresa regional Hidrológica organizada en Venezuela: Hidrocentro. Decidí hacer recorridos a los barrios del sur de la ciudad de Maracay para palpar directamente la situación de carencias del servicio de agua potable. La repartían en camiones cisternas. Durante uno de estos recorridos  una joven madre aragüeña rodeada de muchachitos y con lágrimas en sus ojos me denunció que los camioneros chantajeaban a las mujeres exigiéndoles cebarse en sus partes íntimas, toqueteándolas, para a cambio llenarles los pipotes de agua, pues carecían de recursos para pagar una cisterna. Trabajando contra la carencia de agua y de moral, se puso agua y se puso preso a los degenerados..

Desde el Congreso pude analizar, aprender y precisar raíces de varias problemáticas; con particularidades en los niveles: nacional, regional y local. Pude servir de apoyo a las directrices técnicas, financieras, sociales y legales para su atención prioritaria: el agua, la electricidad, la vivienda y el equipamiento urbanístico; la vialidad y tránsito terrestre, la telefonía fija y el desarrollo de la telefonía móvil, entre otras.

Carlos Tablante, exdiputado de Aragua del partido MAS; Salas Romer, exdiputado independiente de Carabobo, electo en planchas del partido Copei y Alberto Galíndez igualmente por el partido AD, como gobernadores de Aragua, Carabobo y Cojedes asumieron aquel trienio, trabajando arduamente y en armonía intergubernamental en la Región Central de Venezuela bajo la presidencia de Carlos Andrés Pérez y Contraloría del Congreso Nacional, se lograron soluciones a vitales problemáticas del país, tan graves entonces como las del agua. Entonces emergió la crisis del golpismo cavernícola sangriento de febrero y noviembre de 1992. No ahondaré en más comentarios sobre tal barranco “por ahora”.

Al recordar, sobre estos pasados treinta años: a la caída de la segunda presidencia de Carlos Andrés Pérez por vía de conspiraciones políticas, la transición del historiador Ramón J. Velásquez e inicio del esfuerzo durante la segunda presidencia de Rafael Caldera Rodríguez, en aquella Venezuela que aún mantenía la esperanza en su recuperación en 1998 con el exgolpista Hugo Chávez Frías, permitiéndole llegar a la presidencia por votos, me pregunto y les pregunto a mis hermanas y hermanos venezolanos: ¿será que no podremos poner hoy  por encima de todo el amor a nuestra nación para salvarla? ¿Podemos dejar perder esta última oportunidad para nuestras familias en lo que creo sería la última oportunidad de una transición incruenta?

De continuar con la masiva e irresponsable emigración provocada por el régimen actual el “hasta el final” podría convertirse en un hasta el final del camino pacífico. El agravamiento aún más del éxodo podría obligar a Estados Unidos a actuar de otro modo, acompañándonos en una intervención humanitaria indispensable, para evitar mayor derramamiento de sangre inocente dentro y fuera de nuestra nación, del que ya dolorosamente se está causando.

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@gonzalezdelcas


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