No deja de sorprender la diversidad de acciones, hechos y consecuencias que suelen identificarse con la palabra “pasado” (clavo pasado, huevo pasado por agua, bordado al pasado, los más comunes y “sentencia pasada en autoridad de cosa juzgada”, una formal). A efectos de este ensayo se le usa como “tiempo que pasó”, o sea, “el ayer” y con el propósito de referirnos al comportamiento de los gobiernos y la relación con la gente y el de esta con aquella. Y en lo relativo al “presente” lo que está ocurriendo y al “futuro”, obviamente, lo que acontecerá “mañana”.

Asumamos las apreciaciones que quedaron escritas en el 2023, el ayer más reciente y lo que ellas revelan. Un serio trabajo del Instituto Interamericano para la Democracia y la Asistencia Electoral califica como el más serio obstáculo para una “democracia real” el “forjar contratos sociales en tiempos de descontento”, razón para “que se encuentre amenazada en todo el mundo”, tanto en sentido literal como figurado. “Las autocracias y las democracias se disputan, por tanto, nuestros posibles futuros”, atmósfera que potencia ante los gobernantes la concreción de los derechos y las libertades que las últimas prometen”. Grosso modo ha de afirmarse, por consiguiente, que las dificultades en la edificación, consolidación y operatividad democráticas han estado presentes en el pasado reciente de 2023, pero, también, hasta un poco bastante más allá. Evidencia de que no es tarea sencilla estatuir un sistema político que suponga al pueblo, desprendiéndose de la soberanía, para instituirla en destinatarios obligados a ejercerla conforme a las pautas que la propia gente estatuya. Atmósfera esta para que se cuestione hasta la utilidad del complejo de normas superiores estatuidas en una Constitución. Como, tampoco, desprenderse de gobernantes cuyos intereses propios, como suele ocurrir, terminan prevaleciendo con respecto a los sociales.

A pesar de lo tortuoso de los regímenes políticos democráticos, “el hoy” revela que la lucha de la humanidad por alcanzar los valores que aquellos postulan no ha terminado. Más bien, se asume que es una tarea que proseguirá. Descubrir y edificar para un mundo mejor alimentan las estrategias desde que el mundo es mundo. La historia enseña que en el pasado hubiese sido un grave error de los conquistadores atrevidos por descubrir un nuevo mundo, haber recogido las velas de una goleta viajando al porvenir. Mas por el contrario, no obstante que las tormentas prosiguieron, terminaron lográndolo. Un paso significativo -valga la redundancia- en procura de “la infinidad del mundo”. Los aprietos en las tierras descubiertas y el desconocimiento de elementales hábitos de vida, ya superados por quienes les hallaban, por lógica debían, para bien, ser sometidos a las pautas de los más avanzados, habiendo sido allí donde unos cuantos se anotaron en la larga carrera para civilizárseles. Reto de una indefinida labor para el entendimiento entre dominantes y dominados.  El contraste entre unos y otros era obvio, por lo que aquellos ilustrados por el dominio del colonizador tropiezan con la ignorancia de pobladores, pero que, también, son humanos, una vivencia dual que a lo largo genera “un criollismo”, el cual tiempo después se arroga la idoneidad para demandar respeto y en algunos casos hasta dominarles. El resultado, las denominadas “guerras de independencia”, en principio, una lucha en la cual proseguimos. Las batallas que condujeron a los otrora oprimidos a “la libertad y a su disfrute”, pero con la complejidad de que largas décadas después nos empeñamos en ser “repúblicas”, pero, además, “democráticas”. El proceso ha sido intrincado a lo largo de los siglos. Y prosigue, sin saberse hasta cuándo. Así se han conformado los países que edificamos, en algunas regiones más avanzadas que en otras. Y en unas cuantas, hasta inexistentes.

En el “ayer”, a la democracia como metodología de desarrollo se le jamaqueó con severidad, de un lado por los propietarios de bienes, incluyendo significativas cantidades de dinero, quienes se envolvieron en la parte delantera de sus cuerpos las banderas de un anhelado “gobierno mínimo” y en sus espaldas colgando una pancarta con la mención “somos libertarios”. Particular metodología para conducir a los pueblos, conforme a la cual “la responsabilidad social de las empresas es aumentar sus ganancias». Y no ante el público o la sociedad. En definitiva, su único compromiso es hacia sus accionistas. Ensayo de 1970 titulado «Una doctrina Friedman” (The New York Times, 1970). Al denominado “gobierno mínimo” pareciera concebírsele como aquel cuya consigna suele expresarse “cada quien a lo suyo y a sus consecuencias”. A luchar y a triunfar en la vida y en lo cual el poder público en la medida en que se mantenga alejado, la persona sería más exitosa. A la tendencia suele denominársele “Minarquismo”. Y cuya vigencia ha asumido fuerzas en países como Argentina, donde se elige a Javier Milei, un outsider de la política tradicional, como jefe del Estado y quien echa mano a un proyecto de ley denominado “Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos”, al cual en “el lenguaje de la chercha” se le ha calificado como “Ley Ómnibus”, demandándose rapidez en su aprobación por el Congreso, pues para el diputado Martin Menem, militante del partido La Libertad Avanza y sobrino del expresidente Carlos Menem, “todos tienen que entender que Argentina, además de no tener plata, no tiene tiempo”. En The Media huelgan comentarios negativos a la forma de gobernar que ha anunciado el propio presidente, entre otros, “Libertad sin derechos: la utopía libertaria de Milei”. Suena interesante preguntarse si el primer magistrado se estará inspirando en el libro de Robert Nozick (1974) Anarquía, Estado y Utopía, cuyos lectores han concluido que para el académico “un Estado es siempre una cosa ‘mala”.

No puede ponerse en duda que los gobiernos, con contadas excepciones, han parido “paquidermos estadales”, maquinarias pesadas de mover, por estar alimentadas por una absurda, costosa e inoperativa burocracia. Y que desde otro ángulo se alimentan de conglomerados atraídos por promesas políticas insinceras. Es una especie de contraprestación por el sufragio al gobernante demagogo. Son manifestaciones, sin poderse negar, que tipifican a los gobiernos de unos cuantos países, particularmente, a aquellos en vía de desarrollo. En América Latina y Central, así como en África, son la regla y con muy contadas excepciones.

En estos lugares se redactan constituciones como compendios de maniobras o panaceas. Y si hay una vigente se valen de los poderes constituidos para lograrlo. En los países se ha establecido una forma diabólica de gobernar desmontando lo bueno para estatuir lo malo, llevándose por delante no únicamente la libertad y derechos humanos, sino el propio tesoro nacional. De las denominadas revoluciones, como la sandinista y la cubana, no solo han sucumbido en sus errores conceptuales y sus mentores han tenido que exportar los mecanismos que han aplicado para sustentarse en el poder, como ha ocurrido en países de las Américas. “Nidos de ilicitudes” pululan en aquellos territorios víctimas de la malsana cooperación. La pérdida de fe en el constitucionalismo ha inducido a Chile a no ponerse de acuerdo en un texto, el cual ha sido votado negativamente dos veces, lo cual induce a pensar que tal vez la carta magna vigente es buena, no obstante la actualización que de sus normas hizo la dictadura de Augusto Pinochet, pero que, también, terminó aplicando el demócrata Ricardo Lagos. Las constituciones, ha de tenerse presente, no garantizan un buen gobierno, lo cual corresponde a gobernadores, legisladores y jueces. Y por supuesto a sus destinatarios.

Permítasenos referirnos a uno de “los pasados más conflictivos”, con Mussolini aplastando Italia, Franco masacrando a España, Stalin asesinando a los suyos y Hitler devorando a Europa. Un mundo en el cual lo único que parecía idear eran formas distintas de terror. Con igual anuencia copiamos de las fuentes que “En nuestra experiencia como seres humanos percibimos el tiempo como una secuencia de sucesos… Un futuro que se vuelve presente y un presente que se transforma en pasado… Sentimos que el presente es lo único que existe, pero es efímero, se esfuma a cada segundo… Pensamos que el pasado es lo que ha dejado de ser y se aleja de nosotros rumbo al olvido, aunque parte de él permanece en nuestros recuerdos…”. Y preguntémonos si “el ayer, el hoy y el mañana” se ha conformado a la apreciación de “que el beneficio personal y el bien común no son conceptos antagónicos, sino que en manos capaces se pueden convertir en las dos caras de la misma moneda, consideración que copiamos del interesante libro Fortuna de Hernán Díaz.

En Estados Unidos, cuna de la libertad, se vive bajo el temor de qué sucederá en lo concerniente a la elección presidencial próxima. Ambivalentes las apreciaciones, pues el candidato Donald Trump, a quien las encuestas dan como favorito, se mueve en tribunales y cortes para atender denuncias relativas a presuntas ilicitudes cometidas durante su periodo presidencial y en su vida como empresario. Y al demócrata Biden se le percibe golpeado por la edad, para prorrogar por 4 años más su estadía en la Casa Blanca. Y lo que suceda en el desarrollo no deja de ser preocupante.

Permítasenos concluir creyendo que “el futuro venezolano es algo potencial que aún no ha sucedido y promete diversos caminos alternativos”. Dios quiera que uno de estos últimos sea retrotraernos a la Venezuela pujante que en democracia y libertad tuvimos la suerte de conocer y que en el presente y futuro añoramos.

Comentarios, bienvenidos.

@LuisBGuerra


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