Cortesía

Si estuviésemos todavía en la llamada cuarta república, hubiésemos cambiado presidentes en los años 1998, 2003, 2008, 2013 y 2018. Nadie podría negar, ni ayer ni hoy, que hubiese sido infinitamente preferible cambiar esos cinco presidentes en esos años, aunque fuesen malos o regulares, que haber mantenido dos que resultaron pésimos, sin poderlos cambiar durante 22 años.

No es que la cuarta república fuese una maravilla. Muchos fuimos sus opositores. Sin embargo, esa oposición, que era producto de la evaluación crítica de sus imperfecciones (populismo, rentismo, clientelismo y corrupción), nunca nos llevó a pensar que el cambio de ella por el militarismo chavista (muy evidente ya desde 1992) era la solución del problema. Intuíamos que el remedio era peor que la enfermedad.

Con la cuarta república, como mínimo, se habría garantizado la alternabilidad democrática, el mantenimiento de la infraestructura básica del país (vialidad, agua, gas y luz) y el parque industrial, seguirían funcionando las empresas básicas de Guayana y Pdvsa estaría produciendo los 6 millones de barriles diarios que estaban programados por la empresa, cuyos planes y personal técnico superior fueron eliminados totalmente por Chávez. Los millones de venezolanos que se han ido seguirían acompañándonos y Venezuela continuaría integrada al bloque de los países democráticos del mundo occidental.

Cuando llegó Chávez al poder en 1998, la cuarta república sufría una crisis económica desde principios de los años ochenta, por la caída drástica de los precios petroleros. Pero esa situación estaba por cambiar. Pocos años después, a principios del siglo XXI, se produjo el aumento de precio más grande y duradero de la historia. La cuarta república con todas sus fallas hubiera administrado mucho mejor la inmensa riqueza derivada de esa coyuntura, por una simple razón: tenía controles en el Congreso, la Fiscalía General, el Banco Central, la Corte Suprema de Justicia y la opinión pública nacional que, con todas sus fallas, funcionaban. Chávez no tuvo ningún control y manejó esa fabulosa riqueza a su antojo. En sus manos se dilapidó 1 millón de millones de dólares sin un provecho real y permanente.

Lo ocurrido en Venezuela después de la cuarta república no fue un simple estancamiento. No es que hayamos perdido 22 años de desarrollo y que estemos en la misma situación que había cuando Chávez llegó al poder. Eso sería una bendición. Es que hemos retrocedido varias décadas y hemos perdido la mayor parte de la riqueza nacional acumulada a lo largo de un siglo de desarrollo petrolero. Hemos dado un salto atrás de no menos de 70 años, regresando a la época anterior a Pérez Jiménez.

La tragedia venezolana es difícil de entender porque no tiene parangón con nada similar que haya ocurrido en otro país en la época moderna, ni siquiera en la Alemania nazi, totalmente destrozada en la Segunda Guerra Mundial. Los chavistas dirán que lo expuesto en este escrito es mentira o exageración. Algunos de ellos, cegados por la ideología del socialismo marxista, lo creerán de una manera ingenua y limpia, pero el resto, la gran mayoría, saben que lo dicho es cierto pero no les importa porque sacan provecho de la situación. A ellos les pedimos con toda franqueza que abran bien los ojos, moderen su dilatado egoísmo y observen con cuidado lo que ocurre a su alrededor. Para algo le servirá al país y a ellos mismos una reflexión de ese tipo.

Y a los dirigentes de la oposición venezolana les repetimos: este año y el próximo son la última oportunidad que tienen de reivindicar sus nombres ante la nación, el mundo y la historia.

 


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