Tengo un particular recuerdo de mi niñez que me ha perseguido toda la vida, una evocación muy grata, muy especial. Estaba muy pequeño y viajé con mi madre a su natal Margarita, y pasamos unos días espectaculares en Los Varales, al lado de El Guamache. Allí vivía la tía Clotilde con sus hijos y esposo, el tío Martín. Este último se convirtió en mi héroe de ese viaje, porque él tenía un burro en el que me encaramaba y me hacía pasear por los alrededores de la casa. ¿Cómo olvidar eso?

Al crecer e ir adentrándome en el universo literario, el burro no cesó de estar presente. Llegó Esopo con su fábula de la zorra y el burro, al que él renombró asno: “Un asno que se encontró cierto día una piel de león se vistió con ella, y así disfrazado, se dio a correr campos y bosques sembrando el terror entre los otros animales. Habiendo encontrado a una zorra quiso espantarla, y para ello no se contentó con embestirla, sino que al mismo tiempo se le ocurrió imitar el rugido del león. –Señor mío, si os hubieseis callado, os habría tomado por un león, como los demás animales, pero ahora que oigo los rebuznos os conozco y no me dais miedo”.

Más tarde aluciné con Rucio, el burro de Sancho Panza. ¿Qué decir de Juan Ramón Jiménez? Puedo copiar de memoria las frases iniciales de Platero y yo: “Platero es un burro pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro”.  Con Shakespeare aluciné en Sueño de una Noche de Verano, cuando oí a Fondon exclamar aquello de: “Soy un burro tan delicado que, si me hace cosquillas el pelo, tengo que rascarme”.

Los ejemplos para citar son infinitos, pero me limitaré a los mencionados. Se puede usted imaginar mi conmoción cuando leí un reciente trabajo de la agencia Reuters acerca de la industria de la piel de burro en China.  El pellejo de estos dignos animales es utilizado por los asiáticos para producir Ejiao, una gelatina a la que los chinos atribuyen propiedades medicinales. Lo cierto es que China tenía una población de 11 millones de burros en 1992, los cuales se redujeron a 1,7 millones en el último año.  Las cifras indican que ese país necesita 5,9 millones de pieles al año, por lo cual se ve obligada a importarlas.

Es por ello que se han dedicado a merodear países como Pakistán y Afganistán para obtener la codiciada piel. En Karache, capital pakistaní, se incautaron en 2022 casi 10 toneladas métricas de pieles de burro con destino a Hong Kong, cuando la documentación decía que se transportaban pañuelos y sales.

Si bien es desolador para millones de borricos, que son sacrificados en las peores condiciones, también lo son para innumerables familias y comerciantes en zonas desfavorecidas que los usan para transportarse, así como trasladar las cargas pesadas. Se estima que alrededor de 500 millones de personas en diferentes comunidades del mundo dependen de los solípedos como medio de vida. Recuerda el reportaje de la agencia de noticias que siete años atrás, Alex Meyer, jefe de Programas de Donkey Sanctuary, organización británica que se dedica a su protección, dijo a la BBC: “Es como si de la noche a la mañana, valga la comparación, a toda una ciudad le quitaran sus carros. Los burros son fundamentales para el transporte y la producción económica dentro de las comunidades más aisladas del planeta”.

Y todo eso es lo que los omnívoros hijos de Mao están diezmando en todo el orbe planetario.

Sin embargo, debo confesar la inmensa preocupación que me embarga de pensar en que un día de estos, ya que el régimen de Xi Jinping es el gran aliado de nuestro honorable gobierno, vaya el señor ese que se la pasa con un mazo repartiendo zurriagazos a visitar ese país. ¿Se puede alguien imaginar lo que podría ocurrir si los amarillos ven aquel jumento rebosante de vitalidad y se pongan a sacar cuenta de cuánto Ejiao puedan producir con su cuero? ¿Alguien se ha detenido a pensar si la alta jerarquía roja-rojita acude a Pekín lo que podría llegar a pasar? ¡Dígame si es el Alto Mando Militar el que va! Con ese porte que gasta el señor ministro, orondo y lustroso, por lo menos unos cien kilos de medicina de esa pueden salir. No, no, no. ¿Y si a los venerables ojos rasgados les da por visitar Venezuela? Imaginemos el panorama cuando esos señores lleguen y vean aquella manada de jumentos pastando en el palacio presidencial. Es verdad que queremos salir de ellos, pero tampoco así. Por favor, que alguien les avise para que –¡Ni de vaina!– se les ocurra adentrarse en la tierra de la dinastía Ming, o aceptar una visita de misiones de esa nación.

© Alfredo Cedeño

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