La democracia en nuestro país es un fenómeno de nuestro tiempo, y tiene en el año 1936, sucedida la muerte de Gómez, el símbolo de su comienzo. Antes hubo elecciones, pero no democracia, hubo pensamiento democrático, pero no una praxis democrática. Los regímenes de entonces eran oligárquicos, el personalismo, por añadidura militarista, predominaba sobre el civilismo, la convivencia civilizada fue la excepción, la Constitución no era un límite al poder y el Estado de derecho era una rareza que alimentaba las fantasías  de los jóvenes estudiantes de Derecho en las aulas universitarias. Cierto que hubo amagos serios de liberalismo, y hombres adelantados que avizoraron un porvenir distinto, generaciones brillantes a las que no se les permitió desarrollar sus sueños y sus capacidades, una nación si lejana del liberalismo, más lejana estaba de la democracia.

A partir de 1936 el país político, al igual que el país social, comenzó a cambiar. Llegaron nuevas ideas y nuevos programas, surgieron los modernos partidos políticos, los gobernantes fueron más liberales, y la gente común comenzó a tomar conciencia de la ciudadanía, el pilar donde se sostienen las genuinas democracias de nuestro tiempo. La segunda fecha simbólica de la democracia venezolana lo fue el 18 de octubre de 1945, no tanto por la valoración del hecho en sí (un golpe de Estado cívico-militar) sino por sus consecuencias: una auténtica revolución democrática. En efecto, se enfrentaron en esos años (1936-1945) dos concepciones de la democracia. Por una parte, la que denominaría como democracia evolutiva, considera que el pueblo, con formación cívica, educación y experiencia, conquistaría progresivamente los derechos políticos a los que está unida la idea moderna de democracia, y que tuvo su defensor más conspicuo en la figura de Arturo Uslar Pietri; frente a la democracia revolucionaria, para la cual el pueblo debe gozar de inmediato de sus derechos (no solo los políticos, sino también los derechos sociales), siendo que la praxis determinaría su grado de concientización y el alcance a plenitud de la ciudadanía. A Rómulo Betancourt se le menciona con justeza como el líder que interpretó con visión histórica y llevó a la práctica esta idea, sin duda progresista de democracia.

La tercera gran fecha de la democracia venezolana es el 23 de enero de 1958, pues da inicio a una experiencia exitosa que se prolonga por cuarenta años, de convivencia civilizada entre las fuerzas políticas, la aceptación de la alternabilidad del poder y el reinado del poder civil  por sobre la vetusta y desprestigiada bota militar. Con la irrupción militarista a partir del año 1999, naufraga nuestro corto ensayo civil y democrático, y se da inicio al duro y doloroso transitar de una autocracia destructora, que ha hecho retroceder al país a niveles asombrosos de atraso en todos los órdenes de la vida.

Unas cortas reflexiones sobre la democracia venezolana y su devenir: somos igualitarios, amén de mestizos, abiertos a las más variadas creencias y posiciones, una valiosa cualidad que no apreciamos en su plenitud. En Venezuela no se asentó ninguna aristocracia y tampoco una oligarquía, pues la “oligarquía del dinero” es por naturaleza inestable y fluida. Ese igualitarismo, sea como cultura, sea como mentalidad, tiene un handicap, se sostiene en una desigualdad social excesiva, espada de Damócles siempre amenazante, pues es caldo de cultivo para el resentimiento social, ese poderoso sentimiento que cuando crece se lleva por delante los regímenes políticos, incluso los presumidos como estables e indestructibles.

Una segunda meditación de nuestra corta tradición democrática está en el excesivo “centrismo” que caracterizó nuestra república civil. Me explico; el centro es el eje de la estabilidad de los regímenes democráticos, así como los extremos (la extrema derecha y la extrema izquierda) constituyen el baremo de su inestabilidad. Una democracia sana y estable gira en torno al centro y dificulta el crecimiento de los extremos. Centro no quiere decir centrismo, y eso fue lo que tuvimos en exceso esos cuarenta años. AD se movió de la izquierda al centro, y Copei de la derecha al centro. Se pragmatizaron en exceso y se cultivó el centrismo, pues perdimos la brújula de la conducción del sistema democrático. El profesor Juan Carlos Rey nos definió como un sistema populista de conciliación de élites, y otros estudiosos hablaron de una ilusión de armonía para entender el fenómeno. Hacia el futuro, y yo abrigo la esperanza de un próximo futuro democrático, junto al centro es ideal que exista una sólida derecha liberal, al igual que una izquierda democrática, que no pudo ser dado el camino insurreccional de los años sesenta. El tiempo lo dirá; las generaciones futuras libremente asumirán su propio camino. No soy quien para dictarlo.


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