Por alguna razón aún no lo suficientemente comprendida, tanto los defensores de las redes sociales como la sociedad en general usuaria de estas tecnologías han subestimado el poder que representan las redes digitales para los regímenes seudoautoritarios y radicalmente autoritarios. Y es que en el año 2000 ya el presidente Clinton lo hizo, cuando prácticamente se “burló” de los esfuerzos que China ya venía realizando para controlar el Internet.

Clinton nunca pensó que lo que China pretendía, podría llegar a ser tan prometedor como para que hoy el control digital y gubernamental chino no solo tenga la fuerza que tiene sobre sus ciudadanos, sino que además se convierta en un ejemplo de control político en otros países del mundo. Hoy, el gobierno chino controla Internet del país a través de Great Firewall y está a punto de construir un sistema basado en el desarrollo de la inteligencia artificial para controlar paso a paso a 1.400 millones de ciudadanos.

Internet es un ejemplo de la bipolaridad en la que históricamente ha andado el mundo. Están por una parte los países que avizoraron la digitalización como mecanismo esperanzador de fortalecer los principios democráticos a través del acceso de más y más información y sobre todo de la población tradicionalmente excluida. Además, levantamientos sociales y políticos como el debilitamiento del secretismo han sido generados e impulsados por Internet. Pero también están los otros países, los que visualizan la digitalización como arma de control político para hacer más hegemónica su posición autoritaria y en consecuencia debilitar y reducir al máximo los mecanismos democráticos que son promovidos por las redes sociales y por el crecimiento exponencial de los datos.

Una forma no descartable para diferenciar en el mundo de hoy a los países desarrollados con los menos desarrollados es también la digitalización y la capacidad de ellos de adaptarse a la velocidad exponencial en que la información se produce. Mientras más digitalizado y más inclusivo sea un país, más desarrollado y más democrático será. Quizás sea esto justamente lo que determine en cierta forma la acción de control de la información que desarrollan muchos países que pretenden afianzar el autoritarismo.

Lo que está detrás de todo esto es la presencia de un nuevo paradigma. No solo se trata de concebir el acceso a datos como simple mecanismo de información o de distracción, sino más bien como instrumento de un nuevo modo de convivencia política y social. La era digital está determinando de forma muy exponencial nuevos acomodamientos y profundas transformaciones en la forma de actuación de sus ciudadanos. No hay actor ni institución que no sea tocado por los efectos de la digitalización. Esto vale tanto para la democracia como para el autoritarismo.

Así las cosas, uno observa, como los gobiernos en sus diferentes tonos políticos se vienen preparando para concebir y utilizar el “poder” con los nuevos códigos que se emanan de la digitalización, incluso, mucho antes de que la propia sociedad caiga en cuenta. El gobierno chino lo comprendió, la “opresión digital” es un mecanismo de control ciudadano ejecutada por agentes policiales mediante la tecnología digital, como por ejemplo la colocación de cámaras en cada esquina que permiten reconocer los rostros faciales y así supervisar la actuación de las personas. Y no menos importante es lo que está detrás de esto, el esfuerzo de un país en desarrollar la más alta tecnología, manteniendo un equilibrio entre poder político y económico y control ciudadano.

Ciertamente, en el mundo de hoy, la ética del control tecnológico se confronta entre quienes la utilizan para avanzar hacia la democracia moderna y quienes la utilizan para disminuir la expresión democrática. La utilidad que se obtiene de cada una de ellas no es comparable, sin embargo, el control del poder ciudadano permanece en manos del poder político y no en manos de la propia sociedad. De manera que no se puede hablar de la “libertad digital”. Por lo tanto, no debe espantar las amenazas y acciones de los gobiernos de aislar a sus ciudadanos restringiendo cada vez más la información y reactivando la actividad del espionaje.

Todo pareciera apuntar a que el imperativo de la desestabilización del poder político no es la oposición política misma emanada de los partidos o expresada por la sociedad en general. La verdadera oposición es el desarrollo exponencial de la información y la libertad de información.


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