Pensar hoy en Venezuela resulta muy perturbador. Es tan absurdo todo lo que ocurre, que sospechar la existencia de un estado general de locura no es una exageración. Que el país con las mayores reservas petroleras del mundo, que a mediados del siglo pasado fue el primer exportador y el segundo productor de petróleo del mundo y que hasta poco era considerado como uno de los países más ricos de la región y del mundo, se encuentre hoy en la miseria, sin dinero, sin periódicos, sin revistas, sin gasolina, sin gas y casi sin producción, es cosa de locos.

Lo más absurdo es que esa vasta destrucción del país no es producto de una catástrofe (una guerra o un inmenso cataclismo), sino de la acción de una panda de aventureros presuntuosos e ineptos, que llegaron al poder estribados en la crisis económica y política de los años ochenta y noventa del pasado siglo, para perpetuarse en él y no hacer otra cosa que saciar sus egos, llenar sus bolsillos, mentir sin recato y acaparar los medios de comunicación con un copioso e inagotable monólogo.

La utopía venezolana

A lo largo de toda su historia, Venezuela ha perseguido incansablemente la prosperidad, la paz y la democracia. Esas aspiraciones alimentaron las guerras, revoluciones, insurgencias y demás acciones violentas del pasado. Pero de los 211 años de independencia, en solo 40 de ellos hubo democracia (1958-1998) y parecía que el país había logrado su objetivo. Era una democracia imperfecta pero en ella funcionaban la alternabilidad en el mando, la autonomía de los poderes públicos y el respeto a la legalidad. Los servicios públicos, las empresas básicas y la industria petrolera funcionaban bien. Era presumible que ese sistema mejorara y se fortaleciera con el tiempo.

Auge y caída de la economía venezolana

Desde el inicio de la industria petrolera, a  principios del siglo pasado, y hasta finales de los años sesenta, los precios petroleros se mantuvieron bajos pero estables y el país creció en forma continua, con un alto ingreso per cápita y una moneda de las más fuertes y estables del mundo. De ser un país rural, atrasado y pobre a comienzos del siglo XX, en cinco décadas pasó a ser uno de los más prósperos de la región y del mundo. Durante los años cuarenta y cincuenta fue el país de las grandes oportunidades al que acudían inmigrantes de todo el mundo en búsqueda de fortuna.

La estabilidad de los precios petroleros se perdió en la década de los años setenta, cuando los Estados árabes impusieron un boicot a los países industrializados. Los precios petroleros se dispararon al alza por unos años para caer luego en picada. El gasto público venezolano, que había crecido mucho con el alza de los precios, no pudo ser reajustado, se hizo deficitario y originó una enorme deuda pública. La emisión de dinero inorgánico inició el proceso inflacionario, un mal totalmente desconocido en Venezuela. La relación bolívar/dólar, que había permanecido invariable por décadas, se deterioró y la economía nacional comenzó a colapsar. El gobierno y los partidos perdieron apoyo popular y el ascenso de Chávez al poder se hizo posible. La democracia en Venezuela dejó de existir

La mayoría de los venezolanos pensaron que Chávez recuperaría al país, y pudo haberlo hecho, porque a poco de iniciar su gestión se recuperaron los precios petroleros, llegando a niveles históricos de más de 100 dólares por barril. Pero la oportunidad se perdió porque Chávez, entre todos los sistemas de gobierno posibles, incluidos los de Chile y Perú que habían superado crisis similares, escogió como modelo a Cuba que tenía cuarenta años de atraso revolucionario. Los inmensos recursos del boom petrolero se perdieron y el país regresó a la pobreza de la era pre-petrolera.

¿Qué futuro tiene el país?

Con un gobierno apropiado, que respete la legalidad y la democracia, que logre la reconciliación nacional y dé confianza a los inversionistas, el país puede recuperarse rápidamente. Pero eso no será posible con el chavismo, porque se trata de un sistema totalitario incapaz de cambiar ni ceder el poder. En los últimos cinco años inhabilitó a la AN de mayoría opositora, impidió el referéndum revocatorio del mandato presidencial previsto en la Constitución y manipuló las elecciones de alcaldes, gobernadores, presidenciales y parlamentarias para incitar la abstención de la oposición y monopolizar el poder.

Terminamos diciendo a los auténticos dirigentes de la oposición que tienen la última oportunidad de unirse, guiar acertadamente al pueblo venezolano hacia su liberación y reivindicar sus nombres para la posteridad.

 


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